2007/08/04

Profe acabe esta guerra tan larga…

Por Carlos Alfonso Victoria
A su paso por el Cerritos de los pobres, en inmediaciones a Pereira, una nube de niños de una Escuela del vecindario se abalanzo hacia el Profesor Moncayo y su comitiva. De sus manos brotaron flores, esquelas y una que otra colación. Desde bien temprano los chiquillos se habían perfumado para una ocasión sin igual. A pesar de vivir en inmediaciones de una vía que amenaza su frágil existencia, por el enorme volumen de vehículos que la transitan, esta vez los niños tenían el privilegio de retozar por un asfalto despejado de camiones, buses y demás riesgos.

La espera fue larga pero sin impaciencia. Ver a Moncayo, verlo de cerca se fue transformando en un acontecimiento que trastorno los sentidos y los oficios. Los vendedores de piña, arremolinados alrededor de una cooperativa se dieron a la tarea de escribir un acróstico que no solo conmovió al Profe, sino a una ilustre coterránea que entre abrazo y sollozo le dio la bienvenida a la capital de Risaralda. Allí estaba Cecilia Caicedo, mi profesora de literatura, exclamando con emoción: “Estamos viviendo un momento histórico”.

Cecilia se confundió entre la romería, los caballos de la policía y los estudiantes de secundaria que, no obstante permanecer en vacaciones, salieron con sus pancartas y consignas. Tal vez por primera vez en la historia de este país ocurría algo inverosímil: el reportero de la emisora de la Policía Nacional que transmitía en directo la bienvenida del pueblo pereirano a Moncayo, extendía su micrófono a los muchachos que gritaban “Si a la vida, no a la guerra…Si al acuerdo humanitario ya”. En ese momento Moncayo sembraba vida. Una palma quedo plantada en una de las glorietas de acceso a la ciudad.

Les decía al principio que un manojo de niños residentes en el Corregimiento Esperanza – Galicia, había cortado el paso del Profesor. Los niños y niñas corrieron al encontrarlo con una alegría inaudita. Ya lo habían visto en los noticieros de televisión. Pero ahora tenían el privilegio de acariciarlo, de besarlo, de darle ese amor infinito que solo los niños sienten a quien aman. Uno que otro perro también se sumo a la comitiva. Ladraban como queriendo despertar los sentimientos entre los demás seres vivos.

“Que le dijiste al Profesor Moncayo”, pregunto un reportero que desde Cartago tuvo la gallardía de acompañar la marcha. La pregunta era para una de las niñas que salio al paso del Profe. “Profe acabe esta guerra tan larga”. El periodista enmudeció. La niña apenas despuntaba los siete años de edad.

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