2008/11/02

VERGÜENZA NACIONAL (II)
tratando de entender...el fondo...el fondo...la forma dejemosla a los efectos Alka Seltzer de los telenotisangrelight...
Los porqués de una derrota ética
Por: Ricardo García Duarte*.
Varios factores, entreverados, pueden influir para que la seguridad del Estado incorpore en cualquier nivel este tipo de lógicas propias de actores ilegales o, incluso, criminales.
De una parte, el propio efecto de escalada —característico de todo conflicto armado— arrastra consigo esas derivas que se traducen en prácticas atentatorias del derecho de gentes.
Y si a la dinámica de escalada militar se añade la polarización ideológica que viene envuelta en el empaque de un discurso excesivamente simplificador respecto del enemigo, entonces en el curso del enfrentamiento, la tentación de violar la norma internacional humanitaria estará siempre a la orden del día.
La deriva que representan los delitos de lesa humanidad es alimentada por la intervención corruptora de un actor que, como el narcotráfico, posee los recursos financieros y el interés explícito de exterminar o de expulsar de ciertas regiones al mismo enemigo que el Estado ha venido combatiendo.
Finalmente, la contemporización de un sector de las élites con estas prácticas ilegales y con los agentes estatales que las llevan a cabo, le sirve como un escudo protector, bajo la excusa de que están defendiendo a quienes han sido injustamente acusados por cumplir con su deber de patria.
Ese marco de lógicas que se mueven alrededor de la política de seguridad explica la adopción de conductas ilegales y de prácticas violatorias de los derechos humanos, que resultan funcionales al interés de combatir al enemigo interno.
Así parece haber ocurrido dentro de las distintas violencias y a lo largo de sus varios períodos históricos. Por estos días se ha vuelto a hablar de otra forma de la “guerra ilegal“, a raíz de las matanzas de Trujillo y del nuevo proceso judicial al cual fuera llamado el general (r) Rito Alejo del Río.
Algo indica que se trata de líneas constantes, que atraviesan los distintos modelos o doctrinas dentro de la seguridad del Estado, líneas que inficionan esta política y que consiguen sobreponerse a los propios autocontroles que se impone el Estado.
Con los cuerpos inertes e inermes de los jóvenes desaparecidos se pretendía significar la derrota del enemigo terrorista. En realidad, de probarse la conjetura de que no murieron en combate sino asesinados para que lo parecieran, dichos cuerpos probarían todo lo contrario: la derrota ética del Estado o, al menos, la de los agentes que de ese modo lo comprometen en desviaciones tan contrarias a la ley.

Lógicas ilegales
Cualquier cosa podrá sobrevenir entonces, si la Seguridad llegara a medirse en términos de cuerpos sin vida. La estrategia de controlar al enemigo para minimizar los daños que pueda causar sería sustituida por un desenfreno con ribetes de esquizofrenia, en medio del cual los muertos serían la medida de la derrota que se infringe al enemigo.
A juzgar por las revelaciones hechas por los jefes “paramilitares” en las audiencias de Justicia y Paz, ese parecía ser el signo de su loca carrera por eliminar guerrilleros y por controlar territorios. Ahora bien, el caso de los muchachos desaparecidos en Toluviejo, en Soacha o en Ciudad Bolívar, y encontrados bajo tierra como N.N. en Ocaña o en Cimitarra, estaría evidenciando –si se comprueba que no murieron en combate– la incorporación en la Seguridad del Estado de esa lógica insensata de eliminar pobladores sin discriminación alguna, con tal de expulsar a los guerrilleros de una zona.
En el caso de los jóvenes desaparecidos, esa irracionalidad alcanza contornos inesperados. Contornos de comercio fríamente calculado y de farsa bien montada. Comercio y farsa que, si no tuvieran de por medio víctimas inocentes, parecerían rayar con la comedia. Ya no se trataría siquiera de eliminar vecinos del lugar, bajo la sospecha o el pretexto de que simpaticen con la guerrilla. Se trataría de eliminar personas que nada tienen que ver con el contexto social o geográfico del conflicto para hacerlos figurar como enemigos armados.
En tal caso, el medio, que consiste en abatir a alguien, se distancia completamente del fin que es doblegar al enemigo para preservar la Seguridad del Estado. El medio queda completamente distanciado, si no divorciado, del fin. Sencillamente el dar muerte a un joven desempleado de Soacha nada tiene que ver con debilitar o doblegar a un frente guerrillero en Norte de Santander o en Cimitarra. El medio se agota en sí mismo, se vuelve sobre sí, antes de llegar materialmente al fin al que debía apuntar. En realidad, el acto mediador, que es la eliminación física de otro, no tiene nada que ver con el fin de doblegar a un frente enemigo. El medio que es matar se resuelve en sí mismo, sin que se vincule directamente con el objetivo de doblegar a un enemigo del Estado. Este objetivo se vuelve distante y queda envuelto en la niebla de la simulación.
Ese medio violento que es, en todo conflicto, la desaparición física del enemigo, se torna así más densamente ilegal. La eliminación de un enemigo fuera de combate y sin formula de juicio, sería ya enteramente ilegal. Pero la ejecución extrajuicio es doblemente ilegal si no se trata de un “enemigo” combatiente; y lo es mucho más si la ejecución tiene lugar para crear el efecto simulado de que se ha terminado con un enemigo combatiente, previa una serie de actos premeditados y organizados.
Que este tipo de actuaciones puedan ser ejecutadas por agentes oficiales, sin importar su rango, indica las posibilidades de amalgamamiento entre conductas legales e ilegales, justas e injustas, humanizadas o deshumanizadas que, a cubierto de la Seguridad, se vertebran dentro del Estado en función del fin superior de derrotar a un enemigo interno. Y de una manera tal que la aproximación a ese fin debe medirse por la cantidad de cuerpos abatidos.
*Análisis de razonpublica.org.co. Politólogo con estudios de Doctorado en el Instituto de Estudios Políticos de París (SciencesPo). Magíster en Análisis de Problemas Políticos, Económicos e Internacionales Contemporáneos.
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