2011/03/24

Indigencia, cordillera, homicidios

Los datos publicados por LA TARDE reflejando la gravedad del tema de la indigencia en Pereira, muestran el impacto que causamos usted y yo cuando damos limosnas con algo más complicado: si son 1.200 indigentes -provenientes la mayoría de otros municipios- los cuales reciben diariamente 96 millones de pesos en limosnas, y de esos sólo 19,2 van a su sobrevivencia mientras 76.8 millones se van a las “ollas”, a vicio; estamos diciendo que en un mes, la ciudad mueve 2.304 millones en droga (...). Tan sólo a través de ese mecanismo, sin contar los del “consumo recreativo”, etc. Mecanismos que comienzan con piadosas limosnas, o con “el pase” y terminan alimentando uno de los negocios más violentos que existe. Una de las violencias que a veces sólo sentimos cuando nos asesinan a alguien muy cercano. La solución es compleja. Ayudemos evitando la limosna, y, si ud consume… trátese.


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La captura del presunto jefe de Cordillera es una buena noticia que, posiblemente, tendrá a corto plazo consecuencias nefastas: las guerras internas por su sucesión. Algo que es terriblemente normal. En cualquier estructura criminal delincuencial lo que se da con la caída de un jefe, normalmente es una cadena de diversos crímenes y homicidios asociados a quién será el nuevo jefe. Ahora bien puede que ello NO se dé. Bien porque Cordillera entonces pertenezca a una (desconocida?) estructura superior que es capaz de ordenar quien reemplaza al supuesto jefe (desde una cárcel gringa?).O bien es una estructura más pequeña de lo que creíamos. O el señor NO es el jefe… el real. Todo es posible en el mundo del crimen. Las autoridades, los órganos de inteligencia, deben adelantarse y blindarnos frente a tal situación
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En el tema de homicidios se está exagerando. Primero, sí es cierto, hay un descenso. Estamos bastante lejos del 2005 cuando se dieron 478 homicidios lo que equivalía a que por cada 943 habitantes en Pereira, 1 era asesinado (…). Asimismo es cierto que todavía estamos lejos de la tasa nacional. Pero también lo es que lo uno nunca negará lo otro: hay una mejoría, y quienes la han liderado tienen todo el derecho de enrostrársela a sus detractores. El meollo del asunto es que estamos olvidando que históricamente, no ahora, sino por lustros, décadas, la ciudad ha sido una de las más violentas de Colombia (uno de los países más violentos del mundo: ¿una de las ciudades más violentas del planeta?). Esa ausencia de “sanción moral”, esa tolerancia, casi que cultural, directa o indirecta, que casi todos tenemos con los homicidios, el crimen, la corrupción, sus dineros, sus valores violentos, etc; desde los 60s o desde antes, sólo se romperá con cambios en nuestra estructura económica, social y política, que nos transformen cultural y sicológicamente. Sólo con esos cambios estructurales lograremos tener la ciudad pacífica que anhelamos.


Publicado en http://www.latarde.com/index.php?option=com_jumi&fileid=1&idnota=39487

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