UN LIBRE PENSADOR E INTERPRETADOR MUNDIAL
La corrección francesa
Christopher Hitchens (de click sobre el nombre para conocer lo básico del autor)
Durante los primeros debates sobre la guerra de Iraq, uno era desafiado de manera constante por el contraste entre el “unilateralismo” del gobierno de George W. Bush y el enfoque más maduro y “europeo” de Jacques Chirac en Francia, Gerhard Schröder en Alemania, y Vladimir Putin en Rusia, ese triunvirato jubiloso que (junto con la dictadura china) protegía a Saddam Hussein en las Naciones Unidas.
Qué diferencia se ha registrado en un par de años. Si bien Tony Blair se está retirando como primer ministro del Reino Unido, por primera vez en un largo tiempo los jefes de Estado en París y Berlín son ambos “Atlánticos” en sus puntos de vista.
Uno podría agregar que Chirac dejó el Palacio del Eliseo al comienzo de este mes con aspecto de una víctima de un derrame cerebral que hacía mucho tiempo había dejado de tener algo relevante que decir, y que Schröder desprestigió a los socialdemócratas alemanes cuando abandonó el cargo en 2005 antes de firmar como cabildero para un cartel de energía basado en Rusia.
Y es necesario agregar que Putin ha revivido las peores tradiciones de chauvinismo de la gran Rusia, aplastando la oposición en su país mientras intimida a Ucrania, Georgia y más recientemente a Estonia, y alardeando de su conexión con la ultrarreaccionaria iglesia ortodoxa rusa. ¡Qué clase de personas eran y todavía son! El cuarto miembro de la coalición antiBush, los chinos posestalinistas, todavía están envueltos en un escándalo de sangre-por-petróleo por el cual Beijing provee el nervio de la guerra al régimen genocida que limpia Darfur, mientras paga para comprar la mayor parte del petróleo de Sudán.
El mejor símbolo del cambio en Francia es la nominación, el 18 de mayo, de Bernard Kouchner como ministro de Relaciones Exteriores del presidente electo de Francia Nicolas Sarkozy.
Si el Partido Socialista hubiera ganado las elecciones, es altamente improbable que a este distinguido socialista le hubieran permitido alguna vez atravesar las puertas de Quai d'Orsay. (Sí, camaradas, la historia realmente es dialéctica y paradójica).
En el clima actual de Estados Unidos, un hombre como Kouchner sería considerado un neoconservador. Él fue una figura prominente en la rebelión izquierdista de 1968, antes de romper con algunas de sus primeras ilusiones y oponerse a la ocupación soviética de Afganistán —fuente verdadera y original de muchas de nuestras penas en el mundo islámico—.
El grupo del cual fue cofundador —Médicos sin Fronteras— fue un pionero en la altamente necesaria proclamación de que la política de izquierda debe siempre ser antitotalitaria (su ex homólogo, Joschka Fischer de Alemania, también adoptó una versión de este punto de vista antes de que la afectada realpolítik de Schröder se volviera demasiado popular en Alemania como para aguantarla).
Sus principios condujeron a Kouchner a defender a dos pueblos musulmanes oprimidos —los de Yugoslavia y los del Kurdistán iraquí— que estaban enfrentando el exterminio a manos de dos partidos que se animaban a autodenominarse socialistas. El partido Socialista de Serbia, de Slobodan Milosevic, y el partido Socialista Árabe Baath, de Saddam Hussein, están al fin distanciándose en la historia, dejando detrás una herencia de absoluto estancamiento, agresión histérica y fosas comunes.
Personalmente siento satisfacción de que un socialista francés sea identificado con estas dos victorias. Kouchner fue esencial en la tarea de alterar la política francesa en Bosnia-Herzegovina y más tarde al llenar la posición —entre 1999 y 2001— de representante de las Naciones Unidas en la liberada Kosovo. Incluso antes de eso se mostró muy activo en llamar la atención sobre la política genocida de Saddam en Kurdistán y en ayudar a introducir a Danielle Mitterrand, la esposa del que entonces era presidente de Francia, al ejemplar rol que ella desempeñó al oponerse a ello. Hace unos pocos años Kouchner escribió la introducción para la edición francesa de El libro negro de Saddam Hussein, un volumen vitalmente importante que educa a los lectores en la pornográfica naturaleza de aquel régimen: un gobierno de pesadilla que ahora es considerado ampliamente por los liberales como que fue injustamente acusado por la administración de Bush.
Desde que se hizo cargo de su puesto, Kouchner ha convocado algunos encuentros realmente serios en París a fin de apuntalar la política francesa y lograr que se fortalezca el flaqueante compromiso de la Unión Africana para salvar al pueblo de Darfur. También ha viajado a Líbano, ha visitado la tumba del asesinado líder Rafik Hariri y ha anunciado que el tribunal de las Naciones Unidas que investiga la complicidad siria en el asesinato debe ser tomado con seriedad. (Esto en un momento en que la secretaria de Estado norteamericana Condoleezza Rice busca maneras de “lucir amable” con los despotismos locales de cualquier tipo, ya sean sunitas o chiítas).
Muy poco antes de dejar el cargo que había desacreditado tanto y permitido que otros desacreditaran aún más con la mafia de “petróleo por comida” —una mafia que, ya que estamos en estas, había llegado a los más altos círculos del Estado francés— el entonces secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, consiguió unos pocos jirones de crédito moral al anunciar que las Naciones Unidas tenía el “deber de proteger”.
En la era de la globalización y de ley internacional y jurisdicción universal, los estados miembros no podían continuar reflexionando sobre “asuntos internos” como una coartada para el genocidio, la deportación, la hambruna y otras tácticas de limpieza étnica. Tampoco podían desestabilizar a sus vecinos de esta manera peligrosa.
Qué vergüenza que este tipo de doctrina no estuviera vigente en el momento en que Francia estaba armando y protegiendo a sus clientes genocidas en Ruanda. Pero la frase inicial, sobre la relación entre el deber y la protección, fue, creo, acuñada por Kouchner, quien ahora nos fuerza a repensar nuestra simplista posición, que pone de un lado el unilateralismo y del otro la pasividad y el consentimiento —incluso complicidad—.
Supongo que se puede encontrar cierta ironía en el hecho de que, al mismo tiempo que este tipo de persona se hace cargo de la política exterior en Francia, la única aparente prueba de liberalismo en Estados Unidos es la velocidad con la cual se propone abandonar, una vez más, a los árabes y a los kurdos de Iraq.*
Columnista de Vanity Fair y de Slate. c.2007 WPNI Slate
Publicado en http://www.elespectador.com/elespectador
/Secciones/Detalles.aspx?idNoticia=10462&idSeccion=25
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