Ese caso, que se conoció por medio de una publicación del ‘Nuevo Herald’, de Miami, ocurrió en febrero y fue
uno entre las decenas de los que nunca se reportan a las autoridades y que pertenecen a la categoría de ‘hurto con uso de sustancia tóxica’.
Aunque aún no se conocen los resultados del examen de
Medicina Legal, la hipótesis de la Policía es que esa fue la
modalidad delictiva que cobró la vida del médico Carlos Fabián Herrera, cuyo cadáver apareció cuatro días después de su desaparición.
Este caso, al parecer producido por un fallido intento de paseo millonario, volvió a poner los reflectores sobre una macabra práctica que no pocas veces termina en homicidio:
el suministro de sustancias que se conocen genéricamente como escopolamina (en realidad, las más utilizadas son las benzodiacepinas) y cuyo efecto general es poner a la víctima en un estado mental de indefensión que permite que los delincuentes accedan a su dinero, generalmente a través de sus claves bancarias.
Los dos delitos, el
paseo millonario y el uso de drogas en hurtos, forman parte del catálogo de crímenes que son comunes en Colombia desde hace años y que empiezan a aparecer en otros países, de la mano de connacionales que han emigrado. Están en la misma lista de la infamia en la que figuran el ‘gota a gota’ (préstamos a intereses de usura y cobrados día a día por matones), el fleteo y los atracos mortales por celulares.
Por efecto de casos emblemáticos como el de la muerte del agente de la DEA James Watson en Bogotá, a manos de un grupo de taxistas que delinquían, el paseo millonario es una modalidad de atraco que viene en caída en todo el país. La extradición de los responsables de ese crimen y las condenas de hasta 40 años por secuestro contra los miembros de tenebrosas bandas como la de ‘los Canarios’ han servido para hacer escarmentar a los criminales. Pero el riesgo no ha desaparecido. Fuentes de seguridad reconocen que
en Bogotá hay al menos tres bandas que siguen usando taxis y rondan zonas de rumba como las G y la T, el sector de Galerías y Cuadra Alegre, este en el sur de la ciudad.
Son las mismas zonas donde también se reporta, con mucha mayor incidencia, el uso de drogas para reducir a personas y despojarlas de sus pertenencias, incluso logrando que la víctima lleve a los criminales hasta su propia casa.
Estas redes tienen un alto grado de organización y división del trabajo: usualmente cuentan con un ‘perfilador’, el cual se encarga de seleccionar a las potenciales víctimas. El riesgo de quedar en su mira aumenta si la persona está sola en el sitio o se separa de su grupo al terminar la rumba; también, si usa ropa de marca o da muestras de capacidad económica.
Las bandas tienen también ‘ganchos’, mujeres y hombres jóvenes atractivos que abordan al incauto (hombres, usualmente) y aprovechan el menor descuido para poner la droga en las bebidas.
Ya en pocos casos usan escopolamina, pues es mucho más fácil conseguir drogas sin receta médica.
Y hay ‘recogedores’, los cuales están en carros que rondan los lugares y se llevan a las víctimas, muchas veces a recorridos del paseo millonario. Todo indica que ese era el plan con el médico Herrera, pero una aparente sobredosis llevó a un secuestro que se prolongó por casi dos días, hasta la muerte de la víctima. El escenario de estos hechos sería una casa en el sur de Bogotá que está siendo rastreada por la Fiscalía.
En relación con el total de hurtos en el país, la modalidad no es de las más usadas.
Las estadísticas de la Fiscalía señalan que en una sola semana se denunciaron en el país 1.171 robos y que solo en 27 de ellos se usaron sustancias tóxicas. Sin embargo, las autoridades advierten que muchos de esos casos pueden llevar a la muerte o producir daños permanentes.
Esto sin contar el subregistro que existe, pues en muchas oportunidades las víctimas no denuncian debido a las circunstancias en las que fueron abordadas en sitios de rumba y, con frecuencia, en prostíbulos.
Entre el primero de enero y el 8 de junio del año pasado, se denunciaron ante la Fiscalía 807 robos con uso de sustancias tóxicas en todo el país, 588 de ellos en capitales. En el mismo periodo de este año, la cifra de casos en el plano nacional llegó a los 961, de los cuales 746 corresponden a las grandes urbes.
En Bogotá se han denunciado 369 este año: en promedio, uno cada diez horas.
Medellín (130 casos), Cali (50), Pereira (26) y Barranquilla (30) siguen en la lista de las ciudades más afectadas.
En Cali, la mayoría de casos se atienden en el Hospital Universitario del Valle. Según Jorge Quiñones, médico experto en el área de toxicología, “este es uno de los delitos con más impunidad, pues cada vez que capturan a una persona realizando este ilícito, al poco tiempo sale libre”.
En Barranquilla se han denunciado casos en las afueras de entidades bancarias los días de cobro de pensión. Allí aparecen desconocidos que con cualquier pretexto abordan a los abuelos, quienes luego son hallados drogados y sin dinero. Esas bandas, dicen fuentes de la ciudad, estarían asociadas a taxistas.
Según los expertos, en la estrategia para perseguir a estas bandas siguen faltando penas duras. Mientras que los buenos resultados contra el paseo millonario se explican, en buena medida, por las condenas ejemplarizantes aplicadas en decenas de casos, no sucede lo mismo con los que usan las drogas para someter a sus víctimas.
Uno de los pocos casos es el de William Andrés Cadena Rangel, condenado a 11 años de cárcel por ser la cabeza de una red de lenocinio que funcionaba en el centro de Bogotá y que mantenía a sus víctimas dopadas hasta por tres días, mientras vaciaban sus cuentas.
Con rebajas y otras gabelas (en mayo le reconocieron 85 días menos por trabajo), podría salir de prisión dentro de seis años. Altas fuentes de la justicia dicen que para empezar a revertir la tendencia hacen falta directrices para acusar por secuestro y tentativa de homicidio, al menos, a los que delinquen de esta manera.
De acuerdo con el doctor Augusto Pérez, reconocido investigador en temas de drogas, el uso de sustancias tóxicas para cometer delitos –incluidos abusos sexuales– ha venido cambiando. El experto señala además que hay incompetencia de la Policía para atacar este flagelo, que tiene patrones fácilmente identificables.
¿Por qué ya no es tan común la escopolamina?
Se usa poco porque es de difícil extracción, pero los delincuentes descubrieron que con benzodiacepinas, mezcladas con alcohol, obtienen el mismo resultado. Hay una benzodiacepina en particular que está prohibida en muchos países. Si en Estados Unidos le encuentran a una persona esa sustancia, la condenan a 20 años de cárcel porque se entiende que la tenía para abusar de alguien o robarlo.
¿Qué tan frecuente es el uso de esas sustancias en Colombia y otros países del mundo?
No es un problema tan común. Pero igual no hay muchas estadísticas que permitan medirlo, porque la mayoría de gente no va a Medicina Legal. Respecto al panorama mundial, sí es más frecuente en América Latina, en países como Perú, Venezuela y Ecuador. Hasta donde yo sé, en Europa y América del Norte no se recurre a esto porque las condenas son muy duras.
Por otra parte, la belladona, la planta de la cual se extrae la escopolamina, es común en todos los países, pero prácticamente en ninguno se usa con ese propósito. Yo hice una pequeña investigación con Medicina Legal hace un año y me dijeron que llevaban años sin tener un solo caso pero que, por el contrario, tenían muchos de benzodiacepinas con alcohol.
JUSTICIA
* Con colaboración de los corresponsales en Cali, Barranquilla y Medellín.