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2008/12/23



Seguimos dispuestos a torturar
en http://www.semana.com/noticias-ciencia/seguimos-dispuestos-torturar/119049.aspx; imagen de http://www.frogx3.com

Quizás ha sido el experimento científico más tristemente célebre de las últimas décadas, porque mostró evidencias convincentes de que todos somos capaces de ejercer una gran maldad. Ahora, 50 años después, científicos de Estados Unidos repitieron la llamada "prueba Milgram". Y volvieron a llegar a la conclusión de que la gente sigue dispuesta a infligir dolor a los demás, si se lo pide una autoridad.
La prueba consistía en que los voluntarios debían aplicar lo que creían que eran dolorosas descargas eléctricas a otros voluntarios (que eran en realidad actores), cuando eran incitados por una figura de autoridad. Los investigadores de la Universidad de Santa Clara, en California, encontraron que aún cuando los actores daban (falsos) gritos de dolor, el 70% de los participantes estaban dispuestos a aumentar el voltaje de las descargas. Las tasas de obediencia de los participantes fueron ligeramente menores que las del experimento Milgram, dicen los autores en American Psychologist, la revista de la Asociación Psicológica Estadounidense. ¿Hemos aprendido? "Al conocer el trabajo de Milgram, la gente a menudo se preguntan si hoy en día los resultados serían distintos", explicó el doctor Jerry Burger, quien dirigió el nuevo experimento. "Muchos creían que, después de las lecciones del Holocausto, ha habido una mayor conciencia social sobre los peligros de la obediencia ciega". "Pero lo que encontramos fue que los mismos factores situacionales que tuvieron un impacto en la obediencia en el experimento de Milgram, siguen operando hoy en día", agregó el científico. El experimento original, publicado en 1963, fue llevado a cabo por el profesor Stanley Milgram, de la Universidad de Yale. El científico reclutó voluntarios para probar el efecto del castigo y el aprendizaje. Para eso, se le hizo creer a los voluntarios (que tenían el papel de maestros) que estaban aplicando choques eléctricos cada vez más potentes a otra persona (que tenía el papel de alumno), ubicada en un cuarto separado. También se les hizo creer que "un científico" era la figura de autoridad conduciendo el experimento, y éste debía incitar al "maestro" a que continuara aplicando descargas sobre el "alumno". En realidad, tanto el científico como el alumno eran actores y la supuesta máquina generadora de descargas eléctricas era falsa. Milgram encontró que, después de escuchar los primeros gritos de dolor de los alumnos con una descarga de 150 voltios, el 82,5% de los "maestros" voluntarios continuó aplicando descargas. De éstos, el 79% continuó con las descargas hasta el límite del generador, a 450 voltios. El estudio, además, no encontró diferencias entre hombres y mujeres. Consternados En el nuevo experimento, llevado a cabo por el doctor Jerry Burger, 70% de los participantes estaban dispuestos a continuar con las descargas después de los 150 voltios, pero no se les permitió hacerlo. Al parecer, los voluntarios del experimento original que se mostraron dispuestos a infligir dolor hasta el límite del generador eléctrico quedaron muy consternados tras la prueba. "Casi cuatro de cada cinco participantes en la prueba Milgram que continuaron después de los 15 voltios llegaron hasta el límite del generador" explicó el doctor Burger. "Debido a este patrón, al darnos cuenta de la reacción de los participantes al aplicar los 150 voltios, pudimos hacer una conjetura razonable de lo que hubieran hecho si hubieran continuado con el procedimiento", agregó. Las técnicas del profesor Milgram han sido muy debatidas desde que se publicó su investigación. Como resultado, se han establecido códigos éticos para los psicólogos y medidas de control en las investigaciones experimentales para prevenir una duplicación exacta del experimento Milgram. Y para que ésta fuera aprobada por las autoridades universitarias, Burger determinó que en su experimento 150 voltios sería el límite máximo que se aplicaría. Obediencia ciega De cualquier forma, la vasta mayoría de los 29 hombres y 41 mujeres que tomaron parte, se mostraron dispuestos a apretar el botón de descarga, sabiendo que causarían daño a otro ser humano. Incluso cuando otro "científico" (actor) entraba al cuarto y cuestionaba lo que estaba ocurriendo, la mayoría estaba dispuesta a continuar. Tal como explica el investigador, no es que algo estuviera "mal" con los voluntarios. Simplemente, es que cuando se nos coloca bajo presión, los seres humanos a menudo hacemos cosas "perturbadoras". Los resultados del estudio, afirman los expertos, podrían explicar parcialmente por qué en tiempo de guerra y conflicto la gente está dispuesta a tomar parte en un genocidio. Tal como señala el profesor Alan Elms, de la Universidad de California, en Davis, quien participó en el experimento Milgram en 1961, "el nuevo experimento fue "suavizado", rebajando el límite de las descargas y por lo tanto las condiciones fueron menos estresantes". "Sin embargo, las conclusiones no son menos perturbadoras: el límite de crueldad de la humanidad, como todo lo demás, depende de las condiciones", dice. "Parecemos estar programados para cumplir órdenes -agrega- incluso si éstas dañan a los demás". "Y es claro que, a pesar de todos los espectáculos de horror de la humanidad en el pasado, todavía no logramos entender el mensaje", expresa el científico.

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