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2009/07/22

La Revolución Verde
Por: Thomas L. Friedman
Opinión 27 Jun 2009 - 12:59 am
en http://www.elespectador.com/columna147884-revolucion-verde

SE HAN PRODUCIDO ABUNDANTES conversaciones acerca de lo que debería decir el presidente Barack Obama con respecto a la incipiente “Revolución Verde” de Irán.
Lo siento, pero los reformistas iraníes no necesitan nuestros elogios. Ellos necesitan algo que nosotros podríamos hacer, sin hacer un solo disparo, que realmente debilitara a los teócratas iraníes y los obligara a quitarle los grilletes a su pueblo. ¿Qué es eso? Ponerle fin a nuestra adicción al petróleo que financia la dictadura islámica de Irán. El lanzamiento de una verdadera Revolución Verde en Estados Unidos sería la mejor forma de apoyar la “Revolución Verde” en Irán.
El petróleo es la poción mágica que les permite a los sahs de Irán con sus turbantes —”Sah Jamenei” y “Sah Ahmadineyad”— desdeñar al mundo y también a muchos integrantes de su propio pueblo. El presidente Mahmoud Ahmadineyad se comporta como alguien que nació en tercera base y cree que bateó un triple. Por coincidencia, él ha sido Presidente de Irán durante un período de precios históricos del crudo. Así que aunque preside sobre una economía que no hace nada de lo que quiere el mundo, él nos puede sermonear con respecto a cómo Occidente está en descenso y que el Holocausto fue un “mito”. Créanme, con el precio del barril de crudo a 25 dólares, él ya no estaría declarando que el Holocausto es un mito.
El equipo del presidente Obama quiere ir en pos de conversaciones con Irán en torno al programa nuclear, sin consideración a quién gane allá. Está bien. Sin embargo, el tema no gira en torno a hablar o no hablar. El tema radica en tener o no influencia. A mí me encanta platicar con la gente —particularmente en Oriente Medio— con una condición: que nosotros tengamos la ventaja de la influencia. Mientras los precios del crudo sean altos, Irán tendrá demasiada influencia y será capaz de resistirse a concesiones en lo tocante a su programa nuclear. Si el petróleo ronda los 70 dólares por barril, nuestras sanciones económicas en contra de Irán son una molestia; a 25 dólares por barril, en verdad hacen daño.
“La gente no cambia cuando les dicen que deberían hacerlo; cambia cuando se dice a sí misma que debe hacerlo”, observó Michael Mandelbaum, el especialista en política exterior de la Universidad Johns Hopkins. Y nada les diría mejor a los dirigentes de Irán que deben cambiar como la caída de los precios del crudo.
Obama ya dio comienzo a algunas iniciativas excelentes para el ahorro de energía. Sin embargo, nos hace falta más. La imposición inmediata de un “Impuesto de la Libertad” de un dólar por cada galón de gasolina —con descuentos para los pobres y los ancianos— sería triplemente positiva: estimularía mayores inversiones en energía renovable; fomentaría una mayor demanda del consumidor de los vehículos eficaces y rendidores que, supuestamente, deben producir General Motors y Chrysler con su renacimiento; así como reduciría nuestras importaciones petroleras de una forma que seguramente afectaría el precio mundial y debilitaría a cada petrodictador.
Es así —le gusta decir a Bill Maher— como nosotros ocasionamos que los malos “peleen en contra de todos nosotros”.
Seguro, haría falta algo de tiempo para influir sobre el régimen, pero, a diferencia de las palabras solas, esto tendrá un impacto. Creo en “la Primera Ley de Petropolítica”, la cual estipula que el precio del crudo y el paso de la libertad en estados petrolistas —Estados que dependen totalmente de las exportaciones petroleras para dirigir sus economías— operan en una correlación inversa. A medida que el precio del petróleo baja, el paso de la libertad aumenta porque los dirigentes tienen que educar y quitarle la correa a su pueblo para que innove y comercie. A medida que el precio del crudo sube, el paso de la libertad desciende, porque los dirigentes solamente tienen que meter un tubo al suelo para mantenerse en el poder.
Prueba A: la Unión Soviética. Los altos precios del hidrocarburo en los años 70 hicieron pensar al Kremlin que podía apuntalar a industrias ineficaces, extendiendo desmedidamente subsidios, posponiendo verdaderas reformas a la economía e invadiendo Afganistán. Cuando se produjo una caída del petróleo a 15 dólares por barril a finales de los 80, el petrificado Imperio Soviético, extendido a más no poder, reventó.
En un discurso pronunciado en 2006 con el título “La caída de un imperio: lecciones para la Rusia moderna”, Yegor Gaidar, uno de los viceprimeros ministros de Rusia a comienzos de los 90, notó que el “horizonte del colapso de la Unión Soviética puede ser precisado el 13 de septiembre de 1985. En esta fecha, el jeque Ahmed Zaki Yamani, el ministro del petróleo saudita, declaró que la monarquía había decidido modificar radicalmente su política. Los sauditas dejaron de proteger los precios del petróleo, y Arabia Saudita recuperó rápidamente su participación en el mercado mundial.
“Durante los seis meses siguientes”, agregó Gaidar, “la producción de Arabia Saudita se multiplicó por cuatro, al tiempo que los precios del hidrocarburo se vinieron abajo aproximadamente en el mismo porcentaje en términos reales. Debido a lo anterior, la Unión Soviética perdió aproximadamente US$20.000 millones al año, dinero sin el cual el país sencillamente no pudo sobrevivir”.
Si nosotros pudiéramos bajar el precio del petróleo, la República Islámica —que ha estado comprando a su pueblo con subsidios y empleos durante varios años— estaría ante las mismas presiones. Los ayatolás tendrían que empezar a retirar los subsidios de los iraníes, lo cual solamente volvería más impopulares a los sahs con turbante, o facultaría el talento humano de Irán —hombres y mujeres— y les daría libre acceso al aprendizaje, ciencia, comercio y colaboración con el resto del mundo que, a su vez, le permitiría a esta nación, otrora la gran civilización persa, prosperar sin el petróleo.
Hablemos con seriedad: una Revolución Verde en Estados Unidos para ponerle fin a nuestra adicción al petróleo —con el fin de crear un paralelismo con la “Revolución Verde” de Irán para acabar con su teocracia— nos ayuda a nosotros, les ayuda a ellos e incrementa las probabilidades de que quien quiera que gane la contienda por el poder allá tenga que ser un reformista. ¿Qué estamos esperando?

* Ganador de su tercer Premio Pulitzer a comentarios editoriales en 2002 por sus columnas en ‘The New York Times’. c.2008. The New York Times News Service.

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