Quienes me conocen, saben que siempre me refiero a un hecho como "la tragedia de mi vida". Ese hecho fue el que muy joven, a los 20 años y luego a los 21 fui papá.
La relación se destrozó por varios motivos: porque éramos muy jóvenes, por los celos -inseguridades- de ella: realmente le era fiel, aunque mi actitud frente a las mujeres le hiciera pensar otra cosa. Y porque la crisis económica aplicó aquel principio pequeño burgués de que cuando la pobreza entra por la puerta, el amor sale por la ventana entramada con dos jóvenes sin profesión, sin formación laboral y donde uno de ellos ni siquiera se encontraba en su entorno socio cultural sino en un país desconocido: Yo no era Uruguayo, soy Colombiano. Nuestros hijos eran una hermosa presencia condicionadora. Yo amaba profundamente al mayor y adoraba a mi recién nacida “loba de ojos azules”, a la que sólo me permitieron tenerla en mis brazos dos veces.
Aconsejado por mi suegro, dudar de su buena intención no ayuda, regresé a mi país, por una temporada…ese era su concejo para salvar la pareja. Pero la distancia, en una época en que no existía la Internet, ni los Chat, ni las video llamadas, sumado al mal uso de comentarios en torno a una posible y desgastante guerra jurídica por los niños. No facilitaron el proceso.
El día que había decidido regresar, el 2 de febrero de 1991, sucedió una tragedia: uno de mis recién conocidos y valorados amigos fue asesinado, al parecer y muy seguramente, por elementos de la seguridad del estado, en una clásica operación limpieza. Jamás olvidare, que en un sueño, su padre fallecido, le había dicho poco antes: “camine hermano, váyase conmigo, deje de sufrir y el le había dicho que no”. El universo te manda señales: tu las oyes o no las oyes, las ves o no las ves. No había celulares, y, en la puerta de mi casa, cuando ya me dirigía al Terminal de regreso a Uruguay, sonó el teléfono con la noticia. No sé que me hizo pensar o sentir que mis hijos no merecían una guerra entre sus padres, que lo mejor era dejar las cosas así…pero nunca del cariz que tomaron.
Luche, patalee, hice todo los concebible en aquel periodo: llamadas a Uruguay, regalos cuando podía, envié varios casettes, etcétera: ella tenía derecho a reconstruir su vida, claro que sí, se lo merecía y merece pues es una mujer valiosa, pero yo amaba a mis hijos, los adoraba, quería mantener el contacto con ellos: nunca jamás llegó una foto!, una carta!, absolutamente nada de Uruguay!. Recuerdo tres conversaciones: Una, con la madre “serás un conocido lejano para tus hijos”…quede asombrado. La suegra “tranquilo Orlando, cuando ellos estén listos les explicaremos todo, les daremos tus casettes…”, algo es algo, peor es nada. El suegro: “El papa es un hombre con unas grandisimas pelotas”…descansé: el padre cultural era un gran hombre y yo sabía que la madre era formidable….tras 4 o 5 años cedí, dejé de intentarlo, dejé al universo, entregué al destino, al espíritu, a la fuerza que guía todo, a mis amados hijos.
Pasaron los años. 7 años después, y 6 años después, de sus nacimientos, ya no agosto, ni septiembre, sino Octubre, nació mi hija V. Absolutamente nadie, mas allá de que tras intentar, intentar, volver a intentar, y reintentar, me separé de su madre: nadie tiene una queja sobre mi comportamiento como padre. No existe persona que me conozca que me coloque debajo de Sobresaliente y mi hija me califica, a sus 10 años con una “E” de Excelente. Amo a mi hija V, así como siempre he amado a mis hijos, en la distancia siempre he bendecido a Jeannie, siempre he bendecido a su compañero, siempre he pedido al universo que acompañe a mis hijos, siempre lo he hecho y siempre lo haré. Pero también decidí, por respeto a ellos, por respeto a J, a su compañero Alejandro, por respeto a esa familia, no interferir. No lo hago y punto. Aunque me duele las medias verdades, o verdades a medias, que le han dicho a mis hijos sobre mi…igual, no interfiero. El destino, el universo se encargará de equiparar las cargas.
Hoy estoy en otra fase de mi vida, hoy, quiero ser papá otra vez, pero esencialmente quiero tener una familia. Mi familia. Aprendí que a los hijos se les desea con el corazón y no sólo con la pasión. Aprendí que la infidelidad –de cualquiera de las dos partes- es el mayor riesgo para la estabilidad de una pareja y por ende de una familia. Aprendí, en éste trimestre o cuatrimestre afincador, en éste Diciembre hermoso, en los que he sentido como en ninguna otra etapa de mi vida: al universo, a las fuerzas divinas, actuando: que si esas fuerzas me permiten tener un nuevo hijo o hija, o dos, ha de ser por una decisión sentimental y “secuenciada por el universo” y, también, que esa madre, a la que me deberé, como me debo a mis hijos, y a la familia que los protegerá, será -y que Dios me ilumine para acertar y las fuerzas para alcanzarlo- entonces -y por fin!- la ultima mujer en mi vida.