Lo peor es lo mejor
Por: Armando Montenegro
El tema se puede entender con el caso del hundimiento del acorazado Maine en la bahía de La Habana en 1898. Algunos historiadores sostienen que Estados Unidos, para provocar una guerra que le convenía, voló su propio buque y le atribuyó el hecho al gobierno de España. El resultado es conocido: Estados Unidos derrotó fácilmente a España y se quedó con Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
Este ejemplo militar contiene todos los elementos que quiero señalar: un político puede querer un resultado contrario a sus creencias e, incluso, al interés general para precipitar un hecho que, al final, se acomoda a sus intereses de largo plazo.
Esto se puede apreciar en el caso del comportamiento del Partido Popular en España. Esta organización necesita que el desempleo se mantenga en altos niveles para poder ganar las elecciones generales de 2012. Sus líderes saben que si la recuperación es rápida, el PSOE podría mantenerse en el poder. Por ello, la única manera de entender el rechazo del PP a algunas medidas económicas de Zapatero es su inconfesable deseo de que se mantengan el paro y la recesión.
Lo de Estados Unidos es parecido. Los analistas piensan que Obama será reelegido si el desempleo desciende por debajo del 7%. Y el Partido Republicano lo sabe. No colabora e insiste en resaltar la persistencia de los problemas económicos, porque sabe que si se mantiene la crisis, el próximo presidente saldrá de sus filas.
En Colombia estos aspectos del comportamiento de los políticos se han puesto de presente a raíz de los recientes problemas de seguridad. Es evidente que la vigencia de Uribe y, sobre todo, de los furibistas, se mantendrá si se genera la sensación de que el país vive, de nuevo, un caos creciente en materia de crimen y violencia. Por este motivo, no es claro si las emotivas manifestaciones de preocupación y de alarma sobre un supuesto deterioro de la seguridad, además de engañosas, encierran también una inconfesable celebración de un mal nacional que puede convenir a sus intereses políticos.
El subconsciente de un furibista, en plan de recuperar el espacio político perdido, bien puede querer que, en contra de lo que proclaman sus principios, se deterioren las cifras de homicidios, secuestros y ataques guerrilleros. Puede incluso desear que su peor enemigo, las Farc, aseste golpes que dejen mal parado al nuevo gobierno (otra vez, el síndrome del Maine). Sólo con eventos de esta naturaleza, su hirsuto discurso guerrerista, otra vez, se volverá indispensable; sólo así, el país entero podría reclamar el regreso del redentor y sus antipáticos sargentos.
Varias biografías nos muestran que muchos políticos derrotados o exiliados no hacen más que desear que le vaya mal a sus sucesores. El fracaso de sus rivales, así vaya acompañado del sufrimiento de sus países, es lo único que puede pavimentar su regreso al poder.
A un nivel más simple, lo observado en Colombia en estas semanas nos hace recordar una de las tristes máximas del relativismo político: “Todo antecesor es un incompetente y todo sucesor es un traidor”.
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