Avanzar con los ojos abiertos
Por: William Ospina
en Opinión 5 Julio 2008
ALGO VA DEL TORPE Y SALVAJE REScate del Palacio de Justicia hace veintitrés años al impecable rescate de Íngrid Betancourt y sus compañeros esta semana en las selvas del Guaviare.
Nadie podrá negar que el gobierno del presidente Uribe ha logrado sus propósitos con inteligencia, con prudencia y casi se diría, con delicadeza, que es más de lo que se puede pedir en medio de los horrores de una guerra.
Pero por ello mismo es necesario declarar que lo único que hace posibles esos esfuerzos de las Fuerzas Armadas por lograr un operativo limpio y humanitario es el reclamo permanente de los luchadores de los Derechos Humanos, la vigilancia de los medios de comunicación, la maduración de una corriente de opinión que sabe que los ejércitos por sí mismos no se esmeran y no pueden esmerarse en obedecer a criterios de humanidad si no tienen la presión y la vigilancia de los otros sectores de la sociedad.
La vida militar es muy dura, y es necesario decir que el deber de la comunidad es hacerla más dura aún, imponiéndole unos criterios y unos valores que están muy lejos de lo que dicta el arduo ejercicio de la fuerza en la lucha con el delito. En todos los países civilizados no ha bastado lograr que la Fuerza Pública tenga el monopolio del uso de las armas, es grande el esfuerzo que debe hacerse por lograr que quienes tienen ese derecho se sometan a la ley, respeten la Constitución, se esfuercen porque sus campañas no sean sólo un triunfo militar sino un triunfo de la razón, de la justicia, de la civilización.
Alguien dirá que es aguar la fiesta hablar de estas cosas, pero no: lo único que nos permitirá avanzar por el camino de una democracia verdadera, en un país donde la democracia es tan imperfecta, es persistir en la exigencia, en la crítica y en el reclamo. Los enemigos de la democracia piensan que opinar, exigir, vigilar y poner condiciones es estorbar a los gobiernos y es molestar a las Fuerzas Armadas.
Yo pienso, por el contrario, que es ayudarles. Si no existiera esa vigilancia, los que enfrentan al crimen pueden terminar pensando que no hay límites en su labor; si no existiera la crítica, los que gobiernan estarían siempre convencidos de que todo lo que hacen es justo, y terminarían convencidos de que no se equivocan nunca; si no existieran las instancias judiciales, que se atreven incluso a controlar a los más irreprochables prohombres de la patria, muy pronto la arbitrariedad daría al traste con toda civilización.
Hace casi un cuarto de siglo, la brutalidad de unos guerrilleros tuvo como correlato la brutalidad de unas fuerzas armadas que consideraron que cualquier instrumento era lícito para contrarrestar la toma del Palacio de Justicia, y todavía hoy estamos pagando las consecuencias.
En las últimas dos décadas la barbarie de los secuestradores provocó las oleadas de barbarie criminal de sus enemigos, los paramilitares, y ya nadie ignora que muchas veces miembros de las Fuerzas Armadas colaboraron en esas orgías de sangre y en esos amaneceres de horror que llenaron de cadáveres los ríos, que llenaron de fosas comunes el territorio y que llenaron de vergüenza a nuestra generación. Nuestros hijos deberán agradecer que la sociedad haya reaccionado y haya empezado a exigir eficacia pero también limpieza, valor pero también legalidad, combate al crimen pero también respeto por la decencia y por la humanidad.
Nada ha terminado y nada terminará. En vano hay quienes sueñan que llegará el día del triunfo en que ya no haya que tener los ojos abiertos y la crítica a flor de labios. La democracia es algo que se construye cada día, y no se construye con complicidades, ni con engaños, ni con adulaciones. Lo que está en juego es el destino de una sociedad que merece vivir, que merece vivir en paz, que cada día trabaja, respeta la ley, lucha por su bienestar, y no puede estar a merced ni de la barbarie de los criminales ni de las arbitrariedades o las imprudencias de sus salvadores.
También el actual gobierno ha aprendido. Algo va de este rescate impecable, admirable, no sólo heroico sino inteligente y ajustado a la ley, de otros intentos de rescate, mucho más improvisados y arrogantes, que terminaron en sangre y en luto para nuestros conciudadanos.
Qué bien que haya aprendido. Y qué bien que una parte de ese aprendizaje provenga de la vigilancia que ejercen los medios de comunicación, del desvelo de las familias, de la lucha de las víctimas, de los reclamos de los defensores de los Derechos Humanos, de los controles del sistema judicial, de la existencia de una justicia internacional. Si bien hay que reconocer sin mezquindades el trabajo paciente, disciplinado, arriesgado de las fuerzas militares y de su inteligencia, si bien hay que felicitar al Presidente y al Ministro de Defensa por su triunfo, nuestro deber es decirles que al realizar esos hechos tan extraordinarios, simplemente están cumpliendo su deber.
Porque su deber es, por su propia naturaleza, algo fuera de lo ordinario. Y no es poca cosa que la sociedad entera pueda decirles a los hombres y mujeres a quienes ha confiado el presupuesto, la toma de las decisiones, el uso de las armas y la vocería de la nación, que han cumplido, porque muy pocas veces en nuestra historia hemos podido decir, con el alma en los labios, que estamos orgullosos de lo que se ha hecho.
Esa circunstancia: ver a un gobierno esforzándose por corregir los errores de una larga tradición, a unas fuerzas armadas asumiendo con responsabilidad las duras tareas de la democracia, es algo tan digno de celebrar como la liberación de Íngrid Betancourt, de los tres norteamericanos y de los valientes soldados que afrontaron con tanta entereza estos años crueles en manos de una guerrilla inhumana y envilecida.
Al Gobierno y al Ejército Nacional, felicitaciones. A los liberados, bienvenidos a la libertad, bienvenidos a la lucha cotidiana por una democracia de la que puedan estar orgullosos nuestros hijos. Y a toda la sociedad colombiana: la clave de un futuro distinto es avanzar con los ojos abiertos.
William Ospina
2008/07/07
¿Quién dijo intelectuales?
Cartas de los lectores
en Opinión 5 Julio 2008 - 3:23am
Leo, cuando lo consigo, y cuando mis achaques dan pausa, la edición dominical de El Espectador, como hace más de cincuenta años. Esta vez, el diario de don Fidel Cano me suscitó la pregunta: ¿qué se entiende por intelectual?
En la columna de Armando Montenegro (El Espectador, domingo 29 de junio, p. 53), titulada, ‘Cien intelectuales’, se nos cuenta que dos revistas acaban de elegir, además, cosa que el columnista no dice, por votación popular, cien intelectuales. Se nos dice que son las personas más influyentes del mundo, y por allí pasan sobre todo politólogos, economistas, religiosos, y no pocos periodistas.
No se nos dice que el “ganador” de este frívolo concurso es un menganito llamado Fethullah Gülen, un supuesto modernizador teológico-político turco. No se nos cuenta que de los 100, 36 son norteamericanos (caramba, qué coincidencia…). No se nos dice qué se entiende por intelectual (hay varias definiciones) ni tampoco por qué la mayoría de los “elegidos” son justamente lo contrario a un intelectual. Sorry general Petraeus…
Me tomé el trabajo de leer los artículos de las dos revistas mencionadas en la columna. La primera, Foreign Policy fue fundada en 1970 por Samuel Huntington, norteamericano politólogo, recordado por su libro El choque de las civilizaciones, que tiene el (gran) mérito de ser uno de los combustibles ideológicos de Bush y la derecha neoconservadora norteamericana. Recordado también por decir que Estados Unidos enfrenta una “pesadilla hispanoamericana”, debido al auge de la inmigración latina, que, según él, infunde censurables valores en Norteamérica, como lo son la religión católica, la lengua española y los nachos mexicanos. Huntington y su revista, Foreign Policy también son célebres por su ranking de los Estados colapsados. No es pura coincidencia entonces que entre sus “100 intelectuales” esté él mismo.
La clasificación de esta revista debería ser más bien de “100 ideólogos”, pues salvo algunas excepciones (sobre todo el filósofo Zizek, en un “digno” puesto 25), que Montenegro se abstiene de mencionar, o simplemente no conoce, la gran mayoría de los “personajes” están ligados al “establishment” dominante en el mundo. Pero lo más indignante de todo es que esta revista se atreva siquiera a nominar o a postular o a aceptar al general Petraeus (no se escribe Patreus, señor Montenegro), jefe militar de Estados Unidos en Irak.
Por lo menos, en ese punto, sé que no hubo ningún iraquí que votó por él, ni ninguno de los millones que marchamos contra la guerra en Irak en 2003. En todo caso, el general Petraeus ocupa un “honroso” lugar 65 en el ranking mundial. No está mal para un genocida de ese tamaño, ¿no? (eso sí, me atrevo a postularlo para los “100 genocidas” vivos, y creo que puede pelear los cinco primeros lugares…). Parece una broma, pero no lo es. Más increíble aún es que al columnista esto le parezca normal.
La segunda revista es británica y se llama Prospects. El columnista habla de la lista elaborada por las dos revistas en conjunto, sin ningún criterio, más allá de decir que es “cuestión de gusto” y de no aburrirse. Nuevamente, vox populi, vox dei. Es conveniente sugerir que se confunde “intelectual” con “influyente”, pero no se piensa o no se recuerda la larga historia que ha recorrido este concepto, a partir del Affaire Dreyfus en Francia, a finales del siglo XIX (ver Gramsci, Sartre, Foucault, Deleuze, Edward Said…). Intelectual es quien tiene una visión crítica de la sociedad, quien no se “amarra” a un poder o ideología establecida, quien tiene una visión humanística (y no simplemente una acumulación de conocimientos técnicos), quien discute públicamente temas que parecen tabú, o que son invisibilizados, etc.
Actualmente, “el intelectual”, en particular el intelectual de izquierdas, parece ser una especie en vías de extinción, según el filósofo francés Alain Badiou. ¡Althusser ha muerto… que viva Matt Groening! A mí me parece que deberíamos buscarlos en escenarios impensados hace 100 años, como el cine, los dibujos animados o el rock. Bienvenido el debate sobre “los intelectuales”, pero no en términos de “gusto” o de “aburrimiento”. A ese paso, al lado del general Petraeus (que curiosa cercanía con “pútrida patria”), tendría que estar Britney Spears, Maradona, Don Jediondo, Amparo Grisales, cualquier presentadora de farándula, o cualquier vedette superficial.
Ojalá que los columnistas se tomaran el trabajo de contextualizar sus lecturas y escritos para el público en general, y no creyeran que sus conocimientos particulares (le sucede sobre todo a los economistas) son en sí mismos de dominio público y de carácter humanista. Ojalá hubiera más ensayos que columnas. Más intelectuales y menos politólogos y economistas.
Y alguna posdatas:
1- Mi voto por Matt Groening, el creador de los Simpson. Dentro de los 100 intelectuales, incluiría a los 100 personajes de los Simpson, cada uno como un arquetipo de nuestra vida (pos)moderna.
2- Si hay tantos (pro) malpensantes en Colombia, ¿por qué no hay un solo “intelectual” colombiano en la lista? ¿Será que tienen que dejar de hacer(se) tantos elogios a “la paja” en privado y en público, en varios sentidos, y “des-soho-sizarse”?
3- Intelectuales latinoamericanos, varios: Monsivais y Carlos Fuentes, Sábato, Alberto Manguel, Eduardo Galeano, no aparecen.
4- Alter-intelectuales mundiales: Bob Dylan, Joaquín Sabina, Charly García, Lars Von Trier, Woody Allen, Kim Ki Duk, Kenzaburo Oé, Peter Sloterdijk, Peter Brook, Chico Buarque, Michel Onfray, Manu Chao, Andrés Calamaro…
Fernando Gómez Gómez. Santa Fé de Antioquia
Cartas de los lectores
en Opinión 5 Julio 2008 - 3:23am
Leo, cuando lo consigo, y cuando mis achaques dan pausa, la edición dominical de El Espectador, como hace más de cincuenta años. Esta vez, el diario de don Fidel Cano me suscitó la pregunta: ¿qué se entiende por intelectual?
En la columna de Armando Montenegro (El Espectador, domingo 29 de junio, p. 53), titulada, ‘Cien intelectuales’, se nos cuenta que dos revistas acaban de elegir, además, cosa que el columnista no dice, por votación popular, cien intelectuales. Se nos dice que son las personas más influyentes del mundo, y por allí pasan sobre todo politólogos, economistas, religiosos, y no pocos periodistas.
No se nos dice que el “ganador” de este frívolo concurso es un menganito llamado Fethullah Gülen, un supuesto modernizador teológico-político turco. No se nos cuenta que de los 100, 36 son norteamericanos (caramba, qué coincidencia…). No se nos dice qué se entiende por intelectual (hay varias definiciones) ni tampoco por qué la mayoría de los “elegidos” son justamente lo contrario a un intelectual. Sorry general Petraeus…
Me tomé el trabajo de leer los artículos de las dos revistas mencionadas en la columna. La primera, Foreign Policy fue fundada en 1970 por Samuel Huntington, norteamericano politólogo, recordado por su libro El choque de las civilizaciones, que tiene el (gran) mérito de ser uno de los combustibles ideológicos de Bush y la derecha neoconservadora norteamericana. Recordado también por decir que Estados Unidos enfrenta una “pesadilla hispanoamericana”, debido al auge de la inmigración latina, que, según él, infunde censurables valores en Norteamérica, como lo son la religión católica, la lengua española y los nachos mexicanos. Huntington y su revista, Foreign Policy también son célebres por su ranking de los Estados colapsados. No es pura coincidencia entonces que entre sus “100 intelectuales” esté él mismo.
La clasificación de esta revista debería ser más bien de “100 ideólogos”, pues salvo algunas excepciones (sobre todo el filósofo Zizek, en un “digno” puesto 25), que Montenegro se abstiene de mencionar, o simplemente no conoce, la gran mayoría de los “personajes” están ligados al “establishment” dominante en el mundo. Pero lo más indignante de todo es que esta revista se atreva siquiera a nominar o a postular o a aceptar al general Petraeus (no se escribe Patreus, señor Montenegro), jefe militar de Estados Unidos en Irak.
Por lo menos, en ese punto, sé que no hubo ningún iraquí que votó por él, ni ninguno de los millones que marchamos contra la guerra en Irak en 2003. En todo caso, el general Petraeus ocupa un “honroso” lugar 65 en el ranking mundial. No está mal para un genocida de ese tamaño, ¿no? (eso sí, me atrevo a postularlo para los “100 genocidas” vivos, y creo que puede pelear los cinco primeros lugares…). Parece una broma, pero no lo es. Más increíble aún es que al columnista esto le parezca normal.
La segunda revista es británica y se llama Prospects. El columnista habla de la lista elaborada por las dos revistas en conjunto, sin ningún criterio, más allá de decir que es “cuestión de gusto” y de no aburrirse. Nuevamente, vox populi, vox dei. Es conveniente sugerir que se confunde “intelectual” con “influyente”, pero no se piensa o no se recuerda la larga historia que ha recorrido este concepto, a partir del Affaire Dreyfus en Francia, a finales del siglo XIX (ver Gramsci, Sartre, Foucault, Deleuze, Edward Said…). Intelectual es quien tiene una visión crítica de la sociedad, quien no se “amarra” a un poder o ideología establecida, quien tiene una visión humanística (y no simplemente una acumulación de conocimientos técnicos), quien discute públicamente temas que parecen tabú, o que son invisibilizados, etc.
Actualmente, “el intelectual”, en particular el intelectual de izquierdas, parece ser una especie en vías de extinción, según el filósofo francés Alain Badiou. ¡Althusser ha muerto… que viva Matt Groening! A mí me parece que deberíamos buscarlos en escenarios impensados hace 100 años, como el cine, los dibujos animados o el rock. Bienvenido el debate sobre “los intelectuales”, pero no en términos de “gusto” o de “aburrimiento”. A ese paso, al lado del general Petraeus (que curiosa cercanía con “pútrida patria”), tendría que estar Britney Spears, Maradona, Don Jediondo, Amparo Grisales, cualquier presentadora de farándula, o cualquier vedette superficial.
Ojalá que los columnistas se tomaran el trabajo de contextualizar sus lecturas y escritos para el público en general, y no creyeran que sus conocimientos particulares (le sucede sobre todo a los economistas) son en sí mismos de dominio público y de carácter humanista. Ojalá hubiera más ensayos que columnas. Más intelectuales y menos politólogos y economistas.
Y alguna posdatas:
1- Mi voto por Matt Groening, el creador de los Simpson. Dentro de los 100 intelectuales, incluiría a los 100 personajes de los Simpson, cada uno como un arquetipo de nuestra vida (pos)moderna.
2- Si hay tantos (pro) malpensantes en Colombia, ¿por qué no hay un solo “intelectual” colombiano en la lista? ¿Será que tienen que dejar de hacer(se) tantos elogios a “la paja” en privado y en público, en varios sentidos, y “des-soho-sizarse”?
3- Intelectuales latinoamericanos, varios: Monsivais y Carlos Fuentes, Sábato, Alberto Manguel, Eduardo Galeano, no aparecen.
4- Alter-intelectuales mundiales: Bob Dylan, Joaquín Sabina, Charly García, Lars Von Trier, Woody Allen, Kim Ki Duk, Kenzaburo Oé, Peter Sloterdijk, Peter Brook, Chico Buarque, Michel Onfray, Manu Chao, Andrés Calamaro…
Fernando Gómez Gómez. Santa Fé de Antioquia
2008/06/17
LA COCA:EN SINTESIS
Las canciones de la cocaína
Por: Alejandro Gaviria
CARLA BRUNI LANZÓ ESTA SEMANA un nuevo álbum, el tercero de su intrascendente carrera como cantante. La política y la farándula nunca habían estado tan extrañamente entremezcladas. Aparentemente la primera dama francesa no ha aceptado los dictados imperiosos de lo políticamente correcto.
Una de sus nuevas canciones menciona la abultada aritmética de sus amoríos y otra alude, como si nada, a la cocaína colombiana. Las protestas oficiales no se hicieron esperar. El canciller Fernando Araújo dijo, ante un puñado de periodistas de la política y de la farándula mezclados otra vez, que “en lugar de hacer la apología del consumo, nosotros esperamos que el mundo entero nos acompañe en la lucha contra las drogas”.
Pero el mundo entero está en otro cuento. La cocaína se ha convertido en un capricho de la clase media, en un aperitivo para amas de casa desesperadas y profesionales agobiados. En los años setenta, las canciones de la cocaína eran entonadas por los sacerdotes de la contracultura.
Grateful Dead, la banda más famosa de la época, instaba sin reservas al consumo del alcaloide: “no necesitas un avión… hay más de una forma de volar… pruébala, baby”. En los mismos años, Eric Clapton, casualmente uno de los tantos nombres en la abultada aritmética de la Bruni, repetía un corito pegajoso: “ella no miente, ella no miente… cocaína”.
Pero las cosas han cambiado. La cocaína ya no es un símbolo de rebeldía. Ya no es ni siquiera un capricho extravagante (“la cocaína es la forma como dios nos dice que estamos ganando mucha plata”, decía Robbie Williams). La cocaína se ha convertido en un vicio domesticado, en una forma de entretenimiento para la misma clase media que sigue con pasión las peripecias de la Bruni.
Hace unos días, el diario londinense Daily Telegraph reportó que en la capital inglesa las hospitalizaciones por sobredosis de cocaína se cuadriplicaron durante los últimos ocho años. El reporte citó a un conocido presentador de televisión, un consumidor declarado, quien dijo sin tapujos que la cocaína era la droga predilecta de la clase media de su país. En un especial periodístico de la BBC, publicado hace varios meses, una profesional asalariada confesó abiertamente sus hábitos cocainómanos: “he metido cocaína con casi todo el mundo en mi vida, con la familia, los amigos y los colegas, incluso con mis jefes”.
“Un día de enero dijo me sobró un poco de la noche anterior y la terminé en mi casa con mi esposo. Vino, un DVD y unas pocas rayas”. Una velada perfecta. Sólo faltó el CD de la Bruni. “La gente está tomando menos vino y consumiendo más cocaína”, dijo recientemente el jefe de la policía británica. No sólo en el Reino Unido, sino también en casi toda Europa.
En los Estados Unidos, la cocaína todavía no ha conquistado los bolsillos y las narices de la clase media. Pero ya lo hará. Mientras tanto, los habitantes de los suburbios están consumiendo cada vez más cafeína, convenientemente diluida en las famosas bebidas energizantes. La más fuerte de todas, con 280 miligramos de cafeína por botella, tiene un nombre familiar: “cocaína”. Las palabras del canciller colombiano, su discurso de Disneylandia, su visión infantil de como debería ser el mundo, contrastan con la realidad, con las cosas como son.
Dentro del orden económico mundial, Colombia se ha especializado en la estimulación y el entretenimiento sensorial de las clases medias del primer mundo, bien sea en la forma de cocaína, de cafeína o de ambas. Pero el Gobierno insiste en negar la realidad, en dispararle al mensajero, a una mujer que, querámoslo o no, encarna los gustos y las aspiraciones de las clases medias de medio mundo.
Por: Alejandro Gaviria
CARLA BRUNI LANZÓ ESTA SEMANA un nuevo álbum, el tercero de su intrascendente carrera como cantante. La política y la farándula nunca habían estado tan extrañamente entremezcladas. Aparentemente la primera dama francesa no ha aceptado los dictados imperiosos de lo políticamente correcto.
Una de sus nuevas canciones menciona la abultada aritmética de sus amoríos y otra alude, como si nada, a la cocaína colombiana. Las protestas oficiales no se hicieron esperar. El canciller Fernando Araújo dijo, ante un puñado de periodistas de la política y de la farándula mezclados otra vez, que “en lugar de hacer la apología del consumo, nosotros esperamos que el mundo entero nos acompañe en la lucha contra las drogas”.
Pero el mundo entero está en otro cuento. La cocaína se ha convertido en un capricho de la clase media, en un aperitivo para amas de casa desesperadas y profesionales agobiados. En los años setenta, las canciones de la cocaína eran entonadas por los sacerdotes de la contracultura.
Grateful Dead, la banda más famosa de la época, instaba sin reservas al consumo del alcaloide: “no necesitas un avión… hay más de una forma de volar… pruébala, baby”. En los mismos años, Eric Clapton, casualmente uno de los tantos nombres en la abultada aritmética de la Bruni, repetía un corito pegajoso: “ella no miente, ella no miente… cocaína”.
Pero las cosas han cambiado. La cocaína ya no es un símbolo de rebeldía. Ya no es ni siquiera un capricho extravagante (“la cocaína es la forma como dios nos dice que estamos ganando mucha plata”, decía Robbie Williams). La cocaína se ha convertido en un vicio domesticado, en una forma de entretenimiento para la misma clase media que sigue con pasión las peripecias de la Bruni.
Hace unos días, el diario londinense Daily Telegraph reportó que en la capital inglesa las hospitalizaciones por sobredosis de cocaína se cuadriplicaron durante los últimos ocho años. El reporte citó a un conocido presentador de televisión, un consumidor declarado, quien dijo sin tapujos que la cocaína era la droga predilecta de la clase media de su país. En un especial periodístico de la BBC, publicado hace varios meses, una profesional asalariada confesó abiertamente sus hábitos cocainómanos: “he metido cocaína con casi todo el mundo en mi vida, con la familia, los amigos y los colegas, incluso con mis jefes”.
“Un día de enero dijo me sobró un poco de la noche anterior y la terminé en mi casa con mi esposo. Vino, un DVD y unas pocas rayas”. Una velada perfecta. Sólo faltó el CD de la Bruni. “La gente está tomando menos vino y consumiendo más cocaína”, dijo recientemente el jefe de la policía británica. No sólo en el Reino Unido, sino también en casi toda Europa.
En los Estados Unidos, la cocaína todavía no ha conquistado los bolsillos y las narices de la clase media. Pero ya lo hará. Mientras tanto, los habitantes de los suburbios están consumiendo cada vez más cafeína, convenientemente diluida en las famosas bebidas energizantes. La más fuerte de todas, con 280 miligramos de cafeína por botella, tiene un nombre familiar: “cocaína”. Las palabras del canciller colombiano, su discurso de Disneylandia, su visión infantil de como debería ser el mundo, contrastan con la realidad, con las cosas como son.
Dentro del orden económico mundial, Colombia se ha especializado en la estimulación y el entretenimiento sensorial de las clases medias del primer mundo, bien sea en la forma de cocaína, de cafeína o de ambas. Pero el Gobierno insiste en negar la realidad, en dispararle al mensajero, a una mujer que, querámoslo o no, encarna los gustos y las aspiraciones de las clases medias de medio mundo.
EL A,B,C DEL PARAMILITARISMO EN COLOMBIA
'KARINA' Y LOS EXTRADITADOS
¿Caras de una misma moneda?
Claudia López. Columnista de EL TIEMPO.
¿Caras de una misma moneda?
Claudia López. Columnista de EL TIEMPO.
Las imágenes de la entrega de la guerrillera alias 'Karina' a la justicia colombiana y de 13 narcoparamilitares a la justicia norteamericana dejan comparaciones y paradojas inevitables.
'Karina' lucía un chaleco negro del DAS colombiano; los otros, overoles naranjas de las prisiones estadounidenses. Ambos estaban esposados. Ambos tenían caras de derrota. 'Karina' se sentía cansada de la guerra y abandonada por las Farc, que no pudo respaldarla frente a la ofensiva del Ejército. Los paramilitares se sentían traicionados por el Presidente de la República, con quien negociaron su entrega a un proceso de paz que terminó en acusaciones mutuas de incumplimiento y en extradición.
Curiosamente, la guerrillera tiene mayores posibilidades de que le cumplan con las garantías ofrecidas para su sometimiento, porque no tiene información ni historia con la que pueda chantajear a quienes se las ofrecieron. Ni ella ni su organización tienen amistad y compromisos previos con la directora del DAS. Ni la directora del DAS le debe su cargo a 'Karina', ni esta le debe a la directora información y protección para mantenerse en la impunidad y enriquecerse mutuamente.
No habían hecho alianzas electorales en campaña y luego operaciones conjuntas desde el DAS. No se ven a sí mismas como partes legítimas de un proyecto de poder territorial, político y económico común. Por eso, alias 'Karina' no se siente traicionada por María del Pilar, ni esta última tiene temor de lo que la otra pueda contar.
En cambio, porque todas esas afirmaciones operan al revés para el narcoparamilitar alias 'Jorge 40' es que él se siente traicionado. Por tener tanta información, cercanía con quienes lo animaron a su sometimiento y un proyecto de poder común, en el que a unos les tocó la fachada ilegal del trabajo militar y a otros la fachada legal del económico y político, 'Jorge 40' y los demás creían tener mayores garantías. Se equivocaron. La impunidad parcial de su fachada ilegal no dependía de la verdad completa, pero la impunidad total de la legal sí dependía de la verdad a medias.
Si los narcoparamilitares se hubieran limitado a la confesión total o parcial de crímenes, como masacres, descuartizamientos y desplazamientos contra la población civil, tendrían impunidad parcial, unos cuantos años de cárcel y no ponían en riesgo la fachada legal. La justicia no tenía la información suficiente para validar qué tan completa era esa confesión; tenía que hacer su mayor esfuerzo investigativo y luego un acto de fe. Pero la confesión a medias, y peor total, de sus relaciones con militares, empresarios y políticos sí arriesgaba a la fachada legal, no era la verdad que habían acordado y, además, hacía inviable mantener el proyecto de poder común vigente y legítimo. Los otrora aliados dejaron de tener intereses convergentes. Cada fachada tenía un arsenal de instrumentos de chantaje. Una los usó con cuentagotas, la otra se jugó los restos. El cúmulo de relaciones e información que era la garantía pasó a ser la perdición. En medio de la hecatombe estaban las desavenencias de dos generaciones distintas de narcotraficantes, unos reinsertados y otros en ejercicio.
Otras fracturas se deben estar dando en el seno de las Farc entre los narcotraficantes, los seudopolíticos, los de la guerra y los de la solución negociada. El presidente Chávez tiene la autonomía y el poder para decidir con cuál se alinea. Su papel es igual de fundamental para la guerra o la paz. Si financia la línea de la guerra, mientras posa con la política, está cometiendo una atrocidad contra nuestros pueblos y una estupidez contra sí mimo. Comprometerlo transparentemente con la paz es el interés de Colombia. Judicialiazarlo por terrorismo es el de Estados Unidos. No confundir esas prioridades es nuestro desafío.Por último, a propósito de comparaciones, ¿no es muy paradójico que los computadores de las Farc sobrevivan a bombardeos y los de los narcoparamilitares no sobrevivan al Inpec?
2008/06/04
BOLIVIA, AYMARA, COLLA...
en http://almamater.udea.edu.co/periodico/sc-opi566-03.htm
Por Rodrigo Montoya RojasAntropólogo. Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos Lima. Perú
El concepto de autonomía está en el centro del debate político. Se puede tener autonomía dentro de un mismo Estado multinacional, tal como lo establece la nueva constitución boliviana y se puede reclamar autonomía como pretexto para dividir un Estado y crear otro, tal como quieren los cruceños que ya no se sienten bolivianos.
¿Sabían ustedes lectoras y lectores que la primera constitución de Bolivia (1825) fue redactada por Bolívar y sus amigos en Lima, antes de haber puesto un pie en el territorio de lo que entonces se llamaba “Alto Perú”? Prácticamente en todos los países de América Latina, quienes hicieron las constituciones fueron los criollos descendientes de españoles y portugueses. En países como Ecuador, Bolivia y Perú no fueron invitados al banquete los llamados indios que representaban cuatro quintas o tres cuartas partes de la población. Por esta exclusión de principio nacieron los estados naciones con un estado, una nación, una lengua, una religión, ignorando por completo a los habitantes originarios. Tampoco los pueblos indígenas estuvieron en condiciones de exigir una invitación ni de presentarse al banquete republicano porque a la derrota de la primera revolución nacional indígena dirigida por Túpac Amaru y Túpaq Katari, en 1781, le siguió el exterminio de cada uno de los miembros de las familias de ambos líderes y la liquidación de todos los indígenas que habían aprendido a leer y a escribir y que podrían haber seguido su ejemplo.
Cuando Evo Morales fue candidato a la presidencia de Bolivia, los pueblos indígenas y la multitud urbana organizada le dijeron, desde El Alto: si el Movimiento al Socialismo, MAS, no nacionaliza los hidrocarburos y si no convoca a una Asamblea Constituyente te retiraremos el apoyo y exigiremos en las calles que abandones la presidencia como lo hicimos antes con los presidentes González de Lozada y Meza. Una vez elegido presidente, Evo Morales cumplió su compromiso.
Logró que el Estado boliviano reciba el 82% de lo producido por las grandes empresas y que éstas se conformen con el 18% restante. Invirtió las proporciones porque antes de su gobierno las empresas multinacionales se llevaban el 82% y al Estado le quedaba solo el 18%. Por esa osadía política los neoliberales que controlan gran parte de los medios de comunicación en el continente anunciaron la inminente catástrofe y desaparición de Bolivia. Por su lado, los dueños de Santa Cruz y el oriente boliviano amenazaron con dividir el país. Luego de la nacionalización de los hidrocarburos, las empresas multinacionales no se fueron del país, se quedaron porque con el simple 18% sus negocios siguen siendo rentables.
El segundo compromiso del gobierno fue convocar a una nueva Constituyente para que por primera vez en la historia republicana de Bolivia la carta nacional sea aprobada con la participación de los pueblos indígenas y exprese plenamente sus derechos. Si desde 1825 hasta hoy la Constitución sólo representa a una de las naciones bolivianas, el momento había llegado para que Bolivia sea definida como un Estado Multinacional en el que todas las naciones del país –aymara, quechua, guaraní y otras de la Amazonia– sean tomadas en cuenta y se respete sus derechos colectivos. En otras palabras, con una constitución nueva de ese tipo, terminaría el omnímodo poder de los “q’aras” (españoles y criollos) o calatos de la derecha boliviana que siempre tuvieron el poder.
Por esas dos grandes decisiones políticas la derecha boliviana quiere que el “indio” Evo Morales, ese “indio maldito” como lo llaman en Santa Cruz y en Tarija, pague su atrevimiento, sea echado de la presidencia y “se muera” si las circunstancias lo permiten. Hasta ese punto de fractura llegan el viejo racismo colonial y la política reaccionaria de la derecha sin medias tintas ni hipocresías.
Conviene recordar que a diferencia de todos los presidentes de América Latina en ejercicio de sus cargos, Evo Morales ganó en primera vuelta con el 54% de los votos. Esa es una mayoría sin atenuantes. Al convocar a la Constituyente, el MAS cometió el error de sobre valorar sus fuerzas y establecer que la nueva constitución sería aprobada por un 80% de los votos de la Asamblea y, luego, confirmada por un referéndum en todo el país. Nunca antes en la historia de Bolivia, alguna de sus 18 constituciones tuvo una participación indígena y una aprobación superior a 50%. Hubiera sido suficiente que la regla fuese 50% más uno de los votos para que sea la constitución más representativa de toda su historia. Ese pequeño gran error ha sido la tabla de salvación para que la derecha boliviana reflote tratando de bloquear la aprobación formal de la nueva Constitución y forzando una consulta popular para afirmar la “autonomía” de Santa Cruz.
Obligada por el éxito político de los pueblos indígenas, la derecha boliviana dejó atrás su viejo argumento de “una Bolivia” –la parte q’ara, blanca, o europea del país, su Bolivia– para hablar de la nación camba, en oposición a la nación aymara, admitiendo en los hechos que en Bolivia hay varias naciones y no sólo una. La revolución de 1952 destruyó el latifundismo en las tierras altas, acabando con los hacendados coloniales y con los siervos de hacienda, pero, al mismo tiempo, creó un nuevo latifundismo en el oriente al entregar grandes extensiones de tierras a los colonos que hoy son dueños de Santa Cruz y dicen pertenecer a una “nación camba”. Camba es el nombre de los colonos y habitantes de Santa Cruz, en el oriente, en oposición al Kolla o habitante andino1. Hace veinte años no se oía hablar de una “nación camba”; en otras palabras, la lógica parece haber sido la siguiente: “¿si los aymaras tienen una nación, por qué nosotros los cambas no tendríamos la nuestra?”. En Santa Cruz están los pozos de petróleo y en Tarija los pozos de gas, que son los recursos más importantes del país. Antes, la “rosca”, viejo nombre de la derecha boliviana, disfrutó de la plata, el estaño y otros minerales y las grandes haciendas. Cuando la mina maravillosa de Potosí agotó sus reservas después de más de cuatro siglos de explotación continua, los Andes ya no cuentan, sólo importan la Amazonia y Tarija para seguir disfrutando de la riqueza y del poder.
Esos llamados “indios malditos” fueron importantes como obreros mineros, y ahora ya no los quieren y preferirían que se queden solos con sus lenguas, sus culturas, sus pobrezas y su capital, La Paz, que está a 3.600 metros de altura.
Un acontecimiento político que precipitó el repentino interés de la derecha de Santa Cruz por su autonomía y/o división fue una nueva reforma agraria decretada por el gobierno de Evo Morales para expropiar las tierras sin uso de los latifundios en la Amazonia boliviana. Una vez más, se trata de defender sus intereses.
El concepto de autonomía está en el centro del debate político. Se puede tener autonomía dentro de un mismo Estado multinacional, tal como lo establece la nueva constitución boliviana y se puede reclamar autonomía como pretexto para dividir un Estado y crear otro, tal como quieren los cruceños que ya no se sienten bolivianos. Por ese camino, el concepto de autonomía sería sinónimo de división y, si así fuera, se trata de un contrasentido conceptual. Rubén Costas, el prefecto de Santa Cruz, dijo en la celebración de la victoria, el domingo 4 de mayo:
“Hoy iniciamos el camino hacia una nueva República, hacia un moderno Estado que en principio se formará con los cuatro departamentos autónomos hasta convertir a Bolivia en el Estado unitario más representativo de toda América Latina…Con el voto se ha consolidado el inicio de la reforma estructural de mayor trascendencia en nuestra patria. Las urnas han dado su veredicto; los emisarios del mal no pudieron imponer su rencor y su odio. Hoy hemos logrado una página gloriosa en la memoria nacional para construir una patria nueva con responsabilidad, con unidad. Debemos felicitarnos por haber reafirmado nuestro compromiso con la democracia”2.
Con el lenguaje de Bush, este prefecto cree que Evo Morales y su gobierno son parte del “eje del mal”. Los ángeles del bien serían los rebeldes de Santa Cruz que anuncian una nueva república, guardando para sí el nombre de Bolivia, su Bolivia, y esperando que los pueblos andinos busquen otro nombre o se llamen algo así como Bolivia 2 o Bolivia kolla. Hace tres años oí en Santa Cruz y en La Paz las primeras versiones sobre una posible división del país: los extremistas cambas decían que Brasil podría anexar Santa Cruz y Argentina recuperaría Tarija.
No me parece políticamente serio creer que los gobiernos de Brasil y Argentina estén dispuestos a tal despropósito. Tal vez, el objetivo mayor de la derecha boliviana sea sacar a Evo Morales de la presidencia antes que dividir el país. Hay, por su puesto, fracciones de derecha en La Paz, Cochabamba o Sucre que están en el centro del conflicto, del mismo modo que hay un pueblo en la media luna amazónica con firmes lazos de parentesco con los Kollas de las tierras altas. Ya sabemos que las fronteras y los territorios de los países no son definitivas, que se provocan guerras para cambiar los mapas y se asesinan presidentes para despejar el camino de quienes se niegan a perder el poder que tienen o de quienes tratan de recuperar el poder que perdieron.
Este es el conflicto profundo que vive Bolivia: de un lado, una derecha –reaccionaria y racista hasta la médula– que quiere seguir disponiendo de la riqueza y del poder sin aceptar que los pueblos indígenas existen y tienen derechos que defender; del otro, un pueblo indígena y no indígena que reclama sus derechos y exige que Bolivia sea también su país. El germen de la división, sembrado desde la invasión española, se expande y multiplica. ¿Qué voluntad de diálogo puede haber si se afirma que los otros son parte del eje del mal? La unidad y el entendimiento dependen del respeto de los otros. En tiempos de graves fracturas sociales, el respeto no tiene por donde aparecer.
1 Hay una doble lectura sobre la orientación de los brazos de la enorme estatua de Cristo que los católicos pusieron en Santa Cruz: “Collas, no tienen sitio aquí”, y, “Collas, pasen, bienvenidos”. Aquel domingo el arzobispo de la Paz votó por “la autonomía”.
2 Citado por el periodista boliviano Alex Contreras en su artículo “Bolivia dividida” (ALAI, América Latina en Movimiento,05-05-2008).
Fuente:Agencia Latinoamericana de Informaciónemail: info@alainet.org
en http://almamater.udea.edu.co/periodico/sc-opi566-03.htm
Por Rodrigo Montoya RojasAntropólogo. Profesor de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos Lima. Perú
El concepto de autonomía está en el centro del debate político. Se puede tener autonomía dentro de un mismo Estado multinacional, tal como lo establece la nueva constitución boliviana y se puede reclamar autonomía como pretexto para dividir un Estado y crear otro, tal como quieren los cruceños que ya no se sienten bolivianos.
¿Sabían ustedes lectoras y lectores que la primera constitución de Bolivia (1825) fue redactada por Bolívar y sus amigos en Lima, antes de haber puesto un pie en el territorio de lo que entonces se llamaba “Alto Perú”? Prácticamente en todos los países de América Latina, quienes hicieron las constituciones fueron los criollos descendientes de españoles y portugueses. En países como Ecuador, Bolivia y Perú no fueron invitados al banquete los llamados indios que representaban cuatro quintas o tres cuartas partes de la población. Por esta exclusión de principio nacieron los estados naciones con un estado, una nación, una lengua, una religión, ignorando por completo a los habitantes originarios. Tampoco los pueblos indígenas estuvieron en condiciones de exigir una invitación ni de presentarse al banquete republicano porque a la derrota de la primera revolución nacional indígena dirigida por Túpac Amaru y Túpaq Katari, en 1781, le siguió el exterminio de cada uno de los miembros de las familias de ambos líderes y la liquidación de todos los indígenas que habían aprendido a leer y a escribir y que podrían haber seguido su ejemplo.
Cuando Evo Morales fue candidato a la presidencia de Bolivia, los pueblos indígenas y la multitud urbana organizada le dijeron, desde El Alto: si el Movimiento al Socialismo, MAS, no nacionaliza los hidrocarburos y si no convoca a una Asamblea Constituyente te retiraremos el apoyo y exigiremos en las calles que abandones la presidencia como lo hicimos antes con los presidentes González de Lozada y Meza. Una vez elegido presidente, Evo Morales cumplió su compromiso.
Logró que el Estado boliviano reciba el 82% de lo producido por las grandes empresas y que éstas se conformen con el 18% restante. Invirtió las proporciones porque antes de su gobierno las empresas multinacionales se llevaban el 82% y al Estado le quedaba solo el 18%. Por esa osadía política los neoliberales que controlan gran parte de los medios de comunicación en el continente anunciaron la inminente catástrofe y desaparición de Bolivia. Por su lado, los dueños de Santa Cruz y el oriente boliviano amenazaron con dividir el país. Luego de la nacionalización de los hidrocarburos, las empresas multinacionales no se fueron del país, se quedaron porque con el simple 18% sus negocios siguen siendo rentables.
El segundo compromiso del gobierno fue convocar a una nueva Constituyente para que por primera vez en la historia republicana de Bolivia la carta nacional sea aprobada con la participación de los pueblos indígenas y exprese plenamente sus derechos. Si desde 1825 hasta hoy la Constitución sólo representa a una de las naciones bolivianas, el momento había llegado para que Bolivia sea definida como un Estado Multinacional en el que todas las naciones del país –aymara, quechua, guaraní y otras de la Amazonia– sean tomadas en cuenta y se respete sus derechos colectivos. En otras palabras, con una constitución nueva de ese tipo, terminaría el omnímodo poder de los “q’aras” (españoles y criollos) o calatos de la derecha boliviana que siempre tuvieron el poder.
Por esas dos grandes decisiones políticas la derecha boliviana quiere que el “indio” Evo Morales, ese “indio maldito” como lo llaman en Santa Cruz y en Tarija, pague su atrevimiento, sea echado de la presidencia y “se muera” si las circunstancias lo permiten. Hasta ese punto de fractura llegan el viejo racismo colonial y la política reaccionaria de la derecha sin medias tintas ni hipocresías.
Conviene recordar que a diferencia de todos los presidentes de América Latina en ejercicio de sus cargos, Evo Morales ganó en primera vuelta con el 54% de los votos. Esa es una mayoría sin atenuantes. Al convocar a la Constituyente, el MAS cometió el error de sobre valorar sus fuerzas y establecer que la nueva constitución sería aprobada por un 80% de los votos de la Asamblea y, luego, confirmada por un referéndum en todo el país. Nunca antes en la historia de Bolivia, alguna de sus 18 constituciones tuvo una participación indígena y una aprobación superior a 50%. Hubiera sido suficiente que la regla fuese 50% más uno de los votos para que sea la constitución más representativa de toda su historia. Ese pequeño gran error ha sido la tabla de salvación para que la derecha boliviana reflote tratando de bloquear la aprobación formal de la nueva Constitución y forzando una consulta popular para afirmar la “autonomía” de Santa Cruz.
Obligada por el éxito político de los pueblos indígenas, la derecha boliviana dejó atrás su viejo argumento de “una Bolivia” –la parte q’ara, blanca, o europea del país, su Bolivia– para hablar de la nación camba, en oposición a la nación aymara, admitiendo en los hechos que en Bolivia hay varias naciones y no sólo una. La revolución de 1952 destruyó el latifundismo en las tierras altas, acabando con los hacendados coloniales y con los siervos de hacienda, pero, al mismo tiempo, creó un nuevo latifundismo en el oriente al entregar grandes extensiones de tierras a los colonos que hoy son dueños de Santa Cruz y dicen pertenecer a una “nación camba”. Camba es el nombre de los colonos y habitantes de Santa Cruz, en el oriente, en oposición al Kolla o habitante andino1. Hace veinte años no se oía hablar de una “nación camba”; en otras palabras, la lógica parece haber sido la siguiente: “¿si los aymaras tienen una nación, por qué nosotros los cambas no tendríamos la nuestra?”. En Santa Cruz están los pozos de petróleo y en Tarija los pozos de gas, que son los recursos más importantes del país. Antes, la “rosca”, viejo nombre de la derecha boliviana, disfrutó de la plata, el estaño y otros minerales y las grandes haciendas. Cuando la mina maravillosa de Potosí agotó sus reservas después de más de cuatro siglos de explotación continua, los Andes ya no cuentan, sólo importan la Amazonia y Tarija para seguir disfrutando de la riqueza y del poder.
Esos llamados “indios malditos” fueron importantes como obreros mineros, y ahora ya no los quieren y preferirían que se queden solos con sus lenguas, sus culturas, sus pobrezas y su capital, La Paz, que está a 3.600 metros de altura.
Un acontecimiento político que precipitó el repentino interés de la derecha de Santa Cruz por su autonomía y/o división fue una nueva reforma agraria decretada por el gobierno de Evo Morales para expropiar las tierras sin uso de los latifundios en la Amazonia boliviana. Una vez más, se trata de defender sus intereses.
El concepto de autonomía está en el centro del debate político. Se puede tener autonomía dentro de un mismo Estado multinacional, tal como lo establece la nueva constitución boliviana y se puede reclamar autonomía como pretexto para dividir un Estado y crear otro, tal como quieren los cruceños que ya no se sienten bolivianos. Por ese camino, el concepto de autonomía sería sinónimo de división y, si así fuera, se trata de un contrasentido conceptual. Rubén Costas, el prefecto de Santa Cruz, dijo en la celebración de la victoria, el domingo 4 de mayo:
“Hoy iniciamos el camino hacia una nueva República, hacia un moderno Estado que en principio se formará con los cuatro departamentos autónomos hasta convertir a Bolivia en el Estado unitario más representativo de toda América Latina…Con el voto se ha consolidado el inicio de la reforma estructural de mayor trascendencia en nuestra patria. Las urnas han dado su veredicto; los emisarios del mal no pudieron imponer su rencor y su odio. Hoy hemos logrado una página gloriosa en la memoria nacional para construir una patria nueva con responsabilidad, con unidad. Debemos felicitarnos por haber reafirmado nuestro compromiso con la democracia”2.
Con el lenguaje de Bush, este prefecto cree que Evo Morales y su gobierno son parte del “eje del mal”. Los ángeles del bien serían los rebeldes de Santa Cruz que anuncian una nueva república, guardando para sí el nombre de Bolivia, su Bolivia, y esperando que los pueblos andinos busquen otro nombre o se llamen algo así como Bolivia 2 o Bolivia kolla. Hace tres años oí en Santa Cruz y en La Paz las primeras versiones sobre una posible división del país: los extremistas cambas decían que Brasil podría anexar Santa Cruz y Argentina recuperaría Tarija.
No me parece políticamente serio creer que los gobiernos de Brasil y Argentina estén dispuestos a tal despropósito. Tal vez, el objetivo mayor de la derecha boliviana sea sacar a Evo Morales de la presidencia antes que dividir el país. Hay, por su puesto, fracciones de derecha en La Paz, Cochabamba o Sucre que están en el centro del conflicto, del mismo modo que hay un pueblo en la media luna amazónica con firmes lazos de parentesco con los Kollas de las tierras altas. Ya sabemos que las fronteras y los territorios de los países no son definitivas, que se provocan guerras para cambiar los mapas y se asesinan presidentes para despejar el camino de quienes se niegan a perder el poder que tienen o de quienes tratan de recuperar el poder que perdieron.
Este es el conflicto profundo que vive Bolivia: de un lado, una derecha –reaccionaria y racista hasta la médula– que quiere seguir disponiendo de la riqueza y del poder sin aceptar que los pueblos indígenas existen y tienen derechos que defender; del otro, un pueblo indígena y no indígena que reclama sus derechos y exige que Bolivia sea también su país. El germen de la división, sembrado desde la invasión española, se expande y multiplica. ¿Qué voluntad de diálogo puede haber si se afirma que los otros son parte del eje del mal? La unidad y el entendimiento dependen del respeto de los otros. En tiempos de graves fracturas sociales, el respeto no tiene por donde aparecer.
1 Hay una doble lectura sobre la orientación de los brazos de la enorme estatua de Cristo que los católicos pusieron en Santa Cruz: “Collas, no tienen sitio aquí”, y, “Collas, pasen, bienvenidos”. Aquel domingo el arzobispo de la Paz votó por “la autonomía”.
2 Citado por el periodista boliviano Alex Contreras en su artículo “Bolivia dividida” (ALAI, América Latina en Movimiento,05-05-2008).
Fuente:Agencia Latinoamericana de Informaciónemail: info@alainet.org
2008/05/14
Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) preocupada por la extradición de paras
Washington, 14 de mayo de 2008 - La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) expresa su preocupación por la extradición de líderes paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), que limita seriamente el esclarecimiento de graves crímenes perpetrados durante el conflicto armado en Colombia.
El martes 13 de mayo, el Estado informó sobre la extradición a los Estados Unidos de 14 líderes paramilitares, entre ellos Salvatore Mancuso, "Jorge 40" y "Don Berna" para ser juzgados por delitos de narcotráfico. Las personas extraditadas se habían acogido a los beneficios de la Ley de Justicia y Paz, destinada al juzgamiento de los crímenes cometidos contra la población civil por miembros de grupos armados al margen de la ley en Colombia.
La Comisión observa que esta extradición afecta la obligación del Estado colombiano de garantizar los derechos de las víctimas a la verdad, la justicia y la reparación de los crímenes cometidos por los grupos paramilitares. La extradición impide la investigación y el juzgamiento de graves crímenes por las vías establecidas por la Ley de Justicia y Paz en Colombia y por los procedimientos criminales ordinarios de la justicia colombiana. También cierra las posibilidades de participación directa de las víctimas en la búsqueda de la verdad sobre los crímenes cometidos durante el conflicto y limita el acceso a la reparación del daño causado. Asimismo, este acto interfiere con los esfuerzos por determinar los vínculos entre agentes del Estado y estos líderes paramilitares.
La CIDH ha dado estrecho seguimiento al proceso de desmovilización en Colombia desde su inicio, con base a un mandato del Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA) y a sus competencias conforme a la Convención Americana sobre Derechos Humanos. En este marco, ha expresado en numerosas oportunidades la importancia de que el Estado garantice el derecho de las víctimas del conflicto armado a la verdad, la justicia y la reparación.
Washington, 14 de mayo de 2008 - La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) expresa su preocupación por la extradición de líderes paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), que limita seriamente el esclarecimiento de graves crímenes perpetrados durante el conflicto armado en Colombia.
El martes 13 de mayo, el Estado informó sobre la extradición a los Estados Unidos de 14 líderes paramilitares, entre ellos Salvatore Mancuso, "Jorge 40" y "Don Berna" para ser juzgados por delitos de narcotráfico. Las personas extraditadas se habían acogido a los beneficios de la Ley de Justicia y Paz, destinada al juzgamiento de los crímenes cometidos contra la población civil por miembros de grupos armados al margen de la ley en Colombia.
La Comisión observa que esta extradición afecta la obligación del Estado colombiano de garantizar los derechos de las víctimas a la verdad, la justicia y la reparación de los crímenes cometidos por los grupos paramilitares. La extradición impide la investigación y el juzgamiento de graves crímenes por las vías establecidas por la Ley de Justicia y Paz en Colombia y por los procedimientos criminales ordinarios de la justicia colombiana. También cierra las posibilidades de participación directa de las víctimas en la búsqueda de la verdad sobre los crímenes cometidos durante el conflicto y limita el acceso a la reparación del daño causado. Asimismo, este acto interfiere con los esfuerzos por determinar los vínculos entre agentes del Estado y estos líderes paramilitares.
La CIDH ha dado estrecho seguimiento al proceso de desmovilización en Colombia desde su inicio, con base a un mandato del Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA) y a sus competencias conforme a la Convención Americana sobre Derechos Humanos. En este marco, ha expresado en numerosas oportunidades la importancia de que el Estado garantice el derecho de las víctimas del conflicto armado a la verdad, la justicia y la reparación.
2008/05/10
Las mayorías
Opinión 2 Mayo 2008 - 9:10pm
Lo divino y lo humano
Por: Lisandro Duque Naranjo
La semana que hoy termina ofreció el lamentable espectáculo de unas mayorías escolares abucheando de manera agresiva a dos condiscípulas adolescentes recién reintegradas —mediante recurso de tutela— al establecimiento del que habían sido expulsadas por asumirse abiertamente como novias del mismo sexo.
El hecho ocurrió en un colegio de Manizales. Habría que destacar la entereza del defensor del pueblo de esa ciudad quien, al día siguiente de la rechifla, acompañó a las dos afectadas al plantel y, parándose en la raya, les garantizó su derecho a no ser estigmatizadas.
Para eso tuvo que llevar más autoridades y contar desde luego con la valentía de la pareja de jóvenes. Quizás fuera necesario seguir pendientes de la suerte de éstas ya por dentro de ese ámbito adverso —producto menos de la propia iniciativa escolar que de las consejas de padres de familia y de uno que otro profesor mojigato—, a efecto de sancionar como corresponde a quienes las hostilicen por mantener un noviazgo que ciertos núcleos atrasados se empecinan en calificar como anómalo o con una expresión de acústicas inquisitoriales: “contra-natura”. Hace tres años, en un pequeño municipio huilense, una cantidad de energúmenos —parece que la mayoría del pueblo—, la emprendió a piedras e insultos contra varios enfermos de sida a quienes la Secretaría de Salud —como no sé de medicina, ignoro si correctamente— había concentrado en una vivienda en las afueras de la población. La prensa no hizo un seguimiento sobre el asunto, así que es imposible saber en qué paró aquello, que no debió ser bien. Esta semana en Cali, el periódico El País ha estado haciendo una encuesta entre sus lectores solicitando el sí o el no a propósito de la conveniencia de ocupar militarmente la Universidad del Valle. A la hora de escribir esta columna, por el sí ha votado el 80%. Como quien dice que faltan cuatro puntos todavía para completar la vergüenza y saber de dónde provienen los votantes.Estos episodios, en el caso de que no abundaran muestras de las brutalidades en que suelen incurrir las mayorías, bastarían para tener a éstas bajo sospecha de enajenación permanente. “Las malas ideas —decía alguien cuyo nombre no recuerdo—, tienen el descaro de sentirse legítimas sólo por el amplio respaldo de que gozan”. Sartre, en sus Reflexiones sobre la cuestión judía, describe la fruición que experimentaban los franceses del pueblo al lanzarles piedras a las casas de los judíos previamente marcadas con pintura roja por los invasores alemanes. “Esos gestos los redimían de su sentimiento de inferioridad social al provocarles el alivio de pensar que había gente peor que ellos”, decía el escritor. Agredir a quienes —según la propaganda nazi y para justificar su exterminio—, constituían lo más bajo de la especie humana, hacía sentir seres superiores a los despreciados habituales no judíos. De la hostilidad reciente contra Piedad Córdoba, alguien en internet dijo: “Es el caso de una morena que se cree negra, atacada por un mundo de mestizos que se creen blancos”. Esa rabia contra la senadora ha mermado, por fortuna, pues la gleba se alborota es por instantes y es mudable según soplen los vientos. “Gleba”, lo aclaro, no es el pueblo raso, sino el pueblo raso cuando desde arriba, y aprovechándose de su condición de muchedumbre, le manipulan sus ignorancias ancestrales. Paul Valery, al decir lo siguiente, me saca con decoro de este aprieto, para que nadie piense que me las estoy dando de café con leche o de esa cosa de mal gusto que llaman “gente de bien”: “La guerra es una masacre entre gentes que no se conocen para provecho de gentes que sí se conocen pero no se masacran”. Aquello, pues, de que “el pueblo unido jamás será vencido”, estaría por demostrarse. Si antes parece —independientemente de doctrinas— que cuando una multitud opina igual, es porque una sola persona está pensando por ella. Formar parte de cualquier minoría, desde luego, no necesariamente le da la razón a nadie, pero sí debiera por lo menos hacerlo digno del respeto de los que son más numerosos. Las mayorías, en cambio, se vuelven un problema cuando ni siquiera se plantean la eventualidad de estar equivocadas. Lo que es un desastre en momentos en que, obedeciendo las órdenes, o las sugerencias veladas de quien las inspira, se vuelven implacables. Cuentan las crónicas que el Cóndor Lozano jamás les dijo a sus matones que había que matar a fulano. Se limitaba a decir, crípticamente, algo así como “perencejo está hablando más de la cuenta últimamente”, y al día siguiente perencejo amanecía muerto. Claro que la democracia es el gobierno de las mayorías, siempre y cuando éstas no se crean con el derecho a ignorar, o a considerar como sobrantes de la sociedad, a quienes se comporten o piensen diferente a ellas. A los que ya hasta miedo les da pronunciar obviedades sólo porque disienten del catecismo oficial, tan aparatoso y omnipresente. Aquí la gente busca afanosa el confort de lo “normal”, para no meterse en problemas. Ya no se habla, se cuchichea. Quizás por eso estoy admirando tanto al par de peladas manizaleñas que le pusieron la cara a sus rabiosas compañeras. lisandroduque@hotmail.com
Opinión 2 Mayo 2008 - 9:10pm
Lo divino y lo humano
Por: Lisandro Duque Naranjo
La semana que hoy termina ofreció el lamentable espectáculo de unas mayorías escolares abucheando de manera agresiva a dos condiscípulas adolescentes recién reintegradas —mediante recurso de tutela— al establecimiento del que habían sido expulsadas por asumirse abiertamente como novias del mismo sexo.
El hecho ocurrió en un colegio de Manizales. Habría que destacar la entereza del defensor del pueblo de esa ciudad quien, al día siguiente de la rechifla, acompañó a las dos afectadas al plantel y, parándose en la raya, les garantizó su derecho a no ser estigmatizadas.
Para eso tuvo que llevar más autoridades y contar desde luego con la valentía de la pareja de jóvenes. Quizás fuera necesario seguir pendientes de la suerte de éstas ya por dentro de ese ámbito adverso —producto menos de la propia iniciativa escolar que de las consejas de padres de familia y de uno que otro profesor mojigato—, a efecto de sancionar como corresponde a quienes las hostilicen por mantener un noviazgo que ciertos núcleos atrasados se empecinan en calificar como anómalo o con una expresión de acústicas inquisitoriales: “contra-natura”. Hace tres años, en un pequeño municipio huilense, una cantidad de energúmenos —parece que la mayoría del pueblo—, la emprendió a piedras e insultos contra varios enfermos de sida a quienes la Secretaría de Salud —como no sé de medicina, ignoro si correctamente— había concentrado en una vivienda en las afueras de la población. La prensa no hizo un seguimiento sobre el asunto, así que es imposible saber en qué paró aquello, que no debió ser bien. Esta semana en Cali, el periódico El País ha estado haciendo una encuesta entre sus lectores solicitando el sí o el no a propósito de la conveniencia de ocupar militarmente la Universidad del Valle. A la hora de escribir esta columna, por el sí ha votado el 80%. Como quien dice que faltan cuatro puntos todavía para completar la vergüenza y saber de dónde provienen los votantes.Estos episodios, en el caso de que no abundaran muestras de las brutalidades en que suelen incurrir las mayorías, bastarían para tener a éstas bajo sospecha de enajenación permanente. “Las malas ideas —decía alguien cuyo nombre no recuerdo—, tienen el descaro de sentirse legítimas sólo por el amplio respaldo de que gozan”. Sartre, en sus Reflexiones sobre la cuestión judía, describe la fruición que experimentaban los franceses del pueblo al lanzarles piedras a las casas de los judíos previamente marcadas con pintura roja por los invasores alemanes. “Esos gestos los redimían de su sentimiento de inferioridad social al provocarles el alivio de pensar que había gente peor que ellos”, decía el escritor. Agredir a quienes —según la propaganda nazi y para justificar su exterminio—, constituían lo más bajo de la especie humana, hacía sentir seres superiores a los despreciados habituales no judíos. De la hostilidad reciente contra Piedad Córdoba, alguien en internet dijo: “Es el caso de una morena que se cree negra, atacada por un mundo de mestizos que se creen blancos”. Esa rabia contra la senadora ha mermado, por fortuna, pues la gleba se alborota es por instantes y es mudable según soplen los vientos. “Gleba”, lo aclaro, no es el pueblo raso, sino el pueblo raso cuando desde arriba, y aprovechándose de su condición de muchedumbre, le manipulan sus ignorancias ancestrales. Paul Valery, al decir lo siguiente, me saca con decoro de este aprieto, para que nadie piense que me las estoy dando de café con leche o de esa cosa de mal gusto que llaman “gente de bien”: “La guerra es una masacre entre gentes que no se conocen para provecho de gentes que sí se conocen pero no se masacran”. Aquello, pues, de que “el pueblo unido jamás será vencido”, estaría por demostrarse. Si antes parece —independientemente de doctrinas— que cuando una multitud opina igual, es porque una sola persona está pensando por ella. Formar parte de cualquier minoría, desde luego, no necesariamente le da la razón a nadie, pero sí debiera por lo menos hacerlo digno del respeto de los que son más numerosos. Las mayorías, en cambio, se vuelven un problema cuando ni siquiera se plantean la eventualidad de estar equivocadas. Lo que es un desastre en momentos en que, obedeciendo las órdenes, o las sugerencias veladas de quien las inspira, se vuelven implacables. Cuentan las crónicas que el Cóndor Lozano jamás les dijo a sus matones que había que matar a fulano. Se limitaba a decir, crípticamente, algo así como “perencejo está hablando más de la cuenta últimamente”, y al día siguiente perencejo amanecía muerto. Claro que la democracia es el gobierno de las mayorías, siempre y cuando éstas no se crean con el derecho a ignorar, o a considerar como sobrantes de la sociedad, a quienes se comporten o piensen diferente a ellas. A los que ya hasta miedo les da pronunciar obviedades sólo porque disienten del catecismo oficial, tan aparatoso y omnipresente. Aquí la gente busca afanosa el confort de lo “normal”, para no meterse en problemas. Ya no se habla, se cuchichea. Quizás por eso estoy admirando tanto al par de peladas manizaleñas que le pusieron la cara a sus rabiosas compañeras. lisandroduque@hotmail.com
2008/05/07
Educando en la homofobia
Editorial 2 Mayo 2008 - 9:58pm
Editorial 2 Mayo 2008 - 9:58pm
El hecho del colegio Leonardo Da Vinci es sólo un síntoma del arraigo que tiene aún la homofobia.
A pesar de que recientemente la Corte Constitucional y el procurador general, Edgardo Maya, les reconocieron a las parejas de homosexuales los mismos derechos de los que gozan los heterosexuales en el tema del pago de las pensiones —un fallo trascendental del que se beneficiarán unas 300.000 parejas colombianas del mismo sexo y que el año pasado el Congreso se negó a convertir en ley al hundir el proyecto que abordaba el tema de los derechos patrimoniales—, el destierro de la homofobia sigue siendo una obligación que las autoridades competentes se niegan a asumir.
Insólita y vergonzosa la noticia conocida esta semana de dos alumnas del colegio Leonardo Da Vinci —paradójicamente uno de los más geniales, célebres y extraordinarios homosexuales de la historia del mundo— de Manizales, a quienes el plantel educativo les negó el derecho a la educación con el argumento de que eran indisciplinadas e incumplían a las normas del manual de convivencia, cuando al parecer lo que realmente les incomodaba eran sus inclinaciones sexuales. Apoyadas por sus padres —una actitud que es preciso celebrar—, a través de una tutela las autoridades escolares se vieron obligadas a reintegrarlas, al tiempo que la rectora del colegio preparó una impugnación del fallo y permitió —o más bien incitó— que las 700 alumnas del colegio organizaran una protesta contra sus compañeras de clase —a las que recibieron con vociferantes “no las queremos”— y defender así la “dignidad” del colegio.A la fecha no se conoce de colegio alguno en el que 700 alumnas se reúnan a protestar por la indisciplina de dos de sus compañeras de clases, pero más allá de la discusión jurídica entre la rectora y la Corte Constitucional, asombra y preocupa el mutismo del Ministerio de Educación. ¿A quién, si no a los órganos encargados de velar por la educación del país, le compete esta clara señal de irrespeto a la diferencia? ¿Qué lectura dan las autoridades educativas al rechazo observado durante la manifestación? ¿Qué valores, en últimas, se están inculcando en los colegios? Por lo demás, olvidan la rectora, la Secretaría de Educación y el Alcalde de Manizales —responsables directos de la Política Educativa Municipal— que la Ley 1098 de 2006, Código de la Infancia y la Adolescencia, impone como obligación a las instituciones educativas evitar cualquier conducta discriminatoria por razones de sexo.El hecho puntual del colegio Leonardo Da Vinci es sólo un síntoma. Y ya que ha permitido visibilizar la homofobia —práctica difundida que algunos niegan o en el mejor de los casos consideran intrascendente, a pesar de que el daño psicológico es también una tortura— es el momento de elaborar políticas claras que provean herramientas para abordarla. Según un informe de la ONG Colombia Diversa y a pesar de que la Corte Constitucional se pronunció explícitamente sobre el asunto, en el 2007 existían manuales escolares como el del Colegio Nuestra Señora de la Presentación, en Chiquinquirá, en el que se califica de “falta grave” las “conductas homosexuales”. Persiste entonces el prejuicio de que la homosexualidad es una anomalía, una enfermedad y una desviación.Sostener que la tolerancia y el respeto son medios suficientes para combatir la homofobia, es equivocado. Urgen medidas concretas que faciliten el control de la discriminación y que permitan una educación explícita en el tema de la diversidad sexual. Tolerar y respetar no conduce, de ninguna manera, a reconocer. El reconocimiento real de la otra persona implica una educación muy diferente de la que hasta el momento se está impartiendo en algunos de nuestros planteles educativos.
En http://www.elespectador.com.co/opinion/editorial/articulo-educando-homofobia
A pesar de que recientemente la Corte Constitucional y el procurador general, Edgardo Maya, les reconocieron a las parejas de homosexuales los mismos derechos de los que gozan los heterosexuales en el tema del pago de las pensiones —un fallo trascendental del que se beneficiarán unas 300.000 parejas colombianas del mismo sexo y que el año pasado el Congreso se negó a convertir en ley al hundir el proyecto que abordaba el tema de los derechos patrimoniales—, el destierro de la homofobia sigue siendo una obligación que las autoridades competentes se niegan a asumir.
Insólita y vergonzosa la noticia conocida esta semana de dos alumnas del colegio Leonardo Da Vinci —paradójicamente uno de los más geniales, célebres y extraordinarios homosexuales de la historia del mundo— de Manizales, a quienes el plantel educativo les negó el derecho a la educación con el argumento de que eran indisciplinadas e incumplían a las normas del manual de convivencia, cuando al parecer lo que realmente les incomodaba eran sus inclinaciones sexuales. Apoyadas por sus padres —una actitud que es preciso celebrar—, a través de una tutela las autoridades escolares se vieron obligadas a reintegrarlas, al tiempo que la rectora del colegio preparó una impugnación del fallo y permitió —o más bien incitó— que las 700 alumnas del colegio organizaran una protesta contra sus compañeras de clase —a las que recibieron con vociferantes “no las queremos”— y defender así la “dignidad” del colegio.A la fecha no se conoce de colegio alguno en el que 700 alumnas se reúnan a protestar por la indisciplina de dos de sus compañeras de clases, pero más allá de la discusión jurídica entre la rectora y la Corte Constitucional, asombra y preocupa el mutismo del Ministerio de Educación. ¿A quién, si no a los órganos encargados de velar por la educación del país, le compete esta clara señal de irrespeto a la diferencia? ¿Qué lectura dan las autoridades educativas al rechazo observado durante la manifestación? ¿Qué valores, en últimas, se están inculcando en los colegios? Por lo demás, olvidan la rectora, la Secretaría de Educación y el Alcalde de Manizales —responsables directos de la Política Educativa Municipal— que la Ley 1098 de 2006, Código de la Infancia y la Adolescencia, impone como obligación a las instituciones educativas evitar cualquier conducta discriminatoria por razones de sexo.El hecho puntual del colegio Leonardo Da Vinci es sólo un síntoma. Y ya que ha permitido visibilizar la homofobia —práctica difundida que algunos niegan o en el mejor de los casos consideran intrascendente, a pesar de que el daño psicológico es también una tortura— es el momento de elaborar políticas claras que provean herramientas para abordarla. Según un informe de la ONG Colombia Diversa y a pesar de que la Corte Constitucional se pronunció explícitamente sobre el asunto, en el 2007 existían manuales escolares como el del Colegio Nuestra Señora de la Presentación, en Chiquinquirá, en el que se califica de “falta grave” las “conductas homosexuales”. Persiste entonces el prejuicio de que la homosexualidad es una anomalía, una enfermedad y una desviación.Sostener que la tolerancia y el respeto son medios suficientes para combatir la homofobia, es equivocado. Urgen medidas concretas que faciliten el control de la discriminación y que permitan una educación explícita en el tema de la diversidad sexual. Tolerar y respetar no conduce, de ninguna manera, a reconocer. El reconocimiento real de la otra persona implica una educación muy diferente de la que hasta el momento se está impartiendo en algunos de nuestros planteles educativos.
En http://www.elespectador.com.co/opinion/editorial/articulo-educando-homofobia
2008/04/08
Cultura mafiosa
28 Marzo 2008 - 8:52pm
Por: Alfredo Molano Bravo
La real academia española define a la mafia como organización criminal de origen siciliano; o por extensión, cualquier, organización criminal clandestina, o también cualquier organización que trata de defender sus intereses, y da un ejemplo: mafia del teatro. Total, hay que mirar a Sicilia.
El origen de la palabra es polémico: proviene de la voz árabe mahya: bravuconería, jactancia; o del toscano maffia, sinónimo de ostentación. La etimología cae aquí como anillo al dedo. La mafia, tal como la conocemos hoy, nace en Sicilia como una organización que defiende los intereses de los señores feudales con escopeta, es decir, a changonazo limpio, contratando sicarios y comprando o matando jueces. Avanzamos, pues estamos tibios.
Por: Alfredo Molano Bravo
La real academia española define a la mafia como organización criminal de origen siciliano; o por extensión, cualquier, organización criminal clandestina, o también cualquier organización que trata de defender sus intereses, y da un ejemplo: mafia del teatro. Total, hay que mirar a Sicilia.
El origen de la palabra es polémico: proviene de la voz árabe mahya: bravuconería, jactancia; o del toscano maffia, sinónimo de ostentación. La etimología cae aquí como anillo al dedo. La mafia, tal como la conocemos hoy, nace en Sicilia como una organización que defiende los intereses de los señores feudales con escopeta, es decir, a changonazo limpio, contratando sicarios y comprando o matando jueces. Avanzamos, pues estamos tibios.
Se forma así la Onorata Societá, regida por un código de honor —la omertá, sinónimo de ley del silencio— y uno de cuyos más rentables negocios era el contrabando de ganado. Estamos calientes. La mafia pone sus huevos en E.U. durante la Gran Depresión y hace su agosto: los emigrantes sicilianos, pobres, desempleados, mal vistos y peor tratados, se asocian para delinquir según el modelo de la Onorata. Es la Cosa Nostra; la época de El Padrino y del célebre boss Lucky Luciano, dedicado a los negocios de droga, prostitución y chance. Estamos por quemarnos. La policía lo pilla y la justicia lo condena a 30 años, que cambia por la ayuda que la mafia en Sicilia presta al ejército norteamericano para desembarcar en Italia al fin de la Segunda Guerra Mundial. Prácticamente nos quemamos. En nuestro medio hay una herencia política que va de los chulavos y pájaros de los años 50, pasa por las bandas de esmeralderos y contrabandistas de los 60 y 70, y entrega su legado a los narcos, llamados mágicos —juego burlón con la palabra mafia—, que reinan hasta hoy y que ya compraron boleta “a futuro” bajo el nombre de “los emergentes”. Fue sin duda la aristocracia del país —blanca y rica— la que primero sintió, resintió y ridiculizó los síntomas externos de la mafia, su cultura extravagante, irrespetuosa, presuntuosa, que construía clubes sociales completos si le negaban la entrada a uno, que compraba los más lujosos carros, los más finos caballos de paso, las haciendas más linajudas, los jueces más rigurosos, los generales más amedallados, en fin, que se puso de ruana todos los valores de la autodenominada ‘gente bien’, que descubrió pronto, para su propia fortuna, que era mejor asociarse a la mafia que luchar contra ella. Y así lo hizo. Algunos, hay que ser justos, hasta se ruborizaron de ciertos enlaces matrimoniales, pero al fin, se alzaron de hombros con un “plata es plata”, lo demás es loma.
La mafia no abandonó su filón. Por el contrario, lo amplió y lo consolidó; siguió con sus negocios, con su poderosa influencia en la institucionalidad, con sus crímenes, sus armas. Son los días en que el embajador gringo Tambs habló de la narcodemocracia. La aristocracia, en decadencia, ya narcos, ya dueños de la baraja, agradecieron el reconocimiento y alabaron al gran diplomático que, dicho sea de paso, terminó en Centroamérica asociado con sus denunciados. Después, la coalición social hizo otro negocio: el paramilitarismo, y por ahí derecho la parapolítica que, en nuestros días, ronda cada día más cerca al Príncipe: su primo, su ex secretario privado, sus barones electorales, su ex jefe de seguridad, su ex lanzacandidaturas andan, como se dice hoy, complicaditos.La mafia, tanto la siciliana como la criolla, se ha hecho contra la ley, ha construido con sangre sus propios canales de ascenso al poder económico y político y, sobre todo, ha impregnado de su cultura —la del “no me dejo”, la del “soy el más vivo”, la del “todo vale huevo”— al resto el país, o para ser exactos al 84%. Es la cultura de la fuerza a la fuerza, de la justicia por mano propia, de las recompensas por huellas digitales y memorias digitales, del “véndame o le compro a la viuda”, del “le corto la cara marica”, del “quite o lo quito”. Su escudo de armas: un corazón incendiario. Cuando Piedad Córdoba dice que en el país predomina la cultura mafiosa, hace una apreciación no sólo valerosa sino justa. Después de tomarse las juntas directivas y los directorios políticos, la mafia busca ahora imponer sus valores, normas y principios. Es decir, su cultura, más a las malas que a las buenas.
En Opinión
2008/04/04
PROBLEMAS COLOMBIANOS...
problemas colombianos ¡en 1959!
Héctor Abad Gómez. En: revista Letras Universitarias, Nueva Epoca, N°45, Medellín, agosto-septiembre de 1959, pp. 6-8.
En Colombia no aprendemos a pensar. Sólo nos enseñan a obedecer, a aceptar lo que “los superiores” digan. En la casa, el papá es el que manda y todo lo que él dice es la verdad y la ley. En la escuela, la maestra y el maestro dan sus clases y hay que aceptar todo lo que digan. En el Colegio Secundario el Director es la Suprema Autoridad. En la Universidad, los viejos profesores saben todas las respuestas a cualquier problema. ¿Para qué preocuparnos, pues, por pensar por nosotros mismos? El mejor hijo es el que obedece todo; el mejor alumno es el que lo acepta todo; el mejor ciudadano es el que por nada protesta y hace todo lo que le diga el Gobierno civil, militar o eclesiástico.
El manifestar inconformidad es peligroso. No sabemos qué dirán los demás; a dónde llevarán su acusación; qué consecuencias puede tener nuestra inconformidad. ¿Cómo, entonces, se nos puede pedir a los colombianos que seamos demócratas? En Estados unidos se dice que “la democracia comienza en casa”. También el mal Gobierno comienza en casa. En nuestros hogares no se estimula la libre discusión de los problemas familiares. El padre es un dictador, cuya opinión omnipotente no puede ser discutida por nadie. La madre enseña a los hijos a obedecer, por la paz del hogar. Y la historia se repite en todos los círculos y en todas las capas sociales. Si el periódico dice una cosa, tiene que ser la verdad. Calibán nunca se equivoca para los que lo leen. Los que creen que siempre se equivoca, nunca lo leen.
Los liberales leen solamente periódicos liberales; los conservadores leen solamente periódicos conservadores. Los médicos no se sienten a gusto sino entre médicos; los abogados entre abogados; los ricos entre ricos; los pobres entre pobres; los literatos entre literatos. Porque tampoco nos enseñan a conocernos, si no a desconfiar los unos de los otros. Las ideas se van así fijando y estereotipando y el necesario cambio no se presenta.
Todos tenemos nuestros prejuicios sobre las diferentes profesiones y actividades. Depende de lo que en la casa nos enseñaron en nuestros primeros años. Para los nacidos en ciertos hogares el sacerdote o el maestro siempre tienen la razón. En los hogares de militares se enseña que la milicia, la disciplina, la bandera, es lo más digno. En los de abogados que la ley es la única guía. En los de los médicos que la ciencia es el único camino. Todo lo demás es sospechoso.
Los rojos son malos y los conservadores buenos. O los godos son malos y los liberales buenos. No hay discusión, ni otra alternativa. A las mentes en formación no se les deja libertad de escoger. Cambiar de idea es un crimen. Advertir que pudiéramos estar equivocados, es una cobardía. Sugerir que papá puede no tener razón es una blasfemia. Estar en desacuerdo con una idea del maestro es indisciplina y así sucesivamente. En este medio, no hay, ni puede haber, libertad de pensamiento. “Librepensador”, que es requisito esencial para la democracia, es una mala palabra; se confunde con masonería, ateísmo, maldad. Las ideas nuevas, originales o distintas son siempre productos infernales y como tales hay que mirarlos con horror o con desprecio y cerrar los ojos, el corazón y la mente, para no dejarse contaminar con ellas. Hay “libros malos”, “ideas malas”, “hombres malos”. Que por definición son aquellos que tienen pensamientos diferentes a los que nosotros creemos son la única verdad.
En todo esto, naturalmente, hay muchos grados. Como en toda sociedad biológica, los temperamentos de todos los individuos no son iguales. Hay una “curva normal” que describe estadísticamente estas naturales variaciones. A un lado de la curva están los espíritus estrictos, exagerados, fanáticos, superconvencidos de que la verdad está en su yo, en su familia, en su círculo, en su religión o en su país; y todo lo demás es error. Al otro lado de la curva están aquellos que creen que nada es verdad. Pero en el medio de ella está una gran mayoría de temperamentos “normales” cuyo modo de obrar o reaccionar estará de acuerdo con la educación o enseñanza que reciben, generalmente influenciada solamente por uno de los dos extremos. En Colombia, y en general en todos los países latinoamericanos con marcada influencia española, la educación es de tipo estricto, autoritario, magistral, que impide todo desarrollo a la facultad de pensar libremente. Esto pudiera explicar nuestros odios, nuestro sectarismo, nuestra ceguera política, nuestra desconfianza del vecino que no pertenece a nuestra misma “clase”, nuestra desconfianza del profesional que no pertenece a nuestra misma profesión. Explica también la desconfianza del pobre por el rico; del rico por el pobre; del religioso por el irreligioso, y viceversa; del médico por el militar, del abogado por el ingeniero. Hay también desconfianza del empleado público por el periodista y del periodista por el empleado público; hay desprecio del ignorante por el sabio y del sabio por el ignorante.
Esta falta de conocimiento entre los colombianos se explica por la fijación de conceptos desde nuestra infancia; por nuestra incapacidad de pensar individualmente por nosotros mismos; por nuestra educación tiránica, dictatorial y autoritaria, en nuestros hogares, en las escuelas, en los colegios, en las universidades y en la vida, la que nos impide acercarnos a “los otros”, sin prejuicios y sin desconfianza. No hay libertad de pensamiento en el individuo, ni hay comunicación entre los diversos grupos de colombianos. Por educación hemos adquirido conceptos fijos e ideas estereotipadas que nos hacen cerrar los ojos y sospechar de todo aquel que no sea de nuestro círculo, de nuestra clase, de nuestra profesión, de nuestras ideas, o de nuestra actividad.
Este es un problema del pueblo colombiano al cual debemos muchos males y cuya solución sólo puede empezar cuando se reconozca y aprecie en toda su extensión y magnitud.
El manifestar inconformidad es peligroso. No sabemos qué dirán los demás; a dónde llevarán su acusación; qué consecuencias puede tener nuestra inconformidad. ¿Cómo, entonces, se nos puede pedir a los colombianos que seamos demócratas? En Estados unidos se dice que “la democracia comienza en casa”. También el mal Gobierno comienza en casa. En nuestros hogares no se estimula la libre discusión de los problemas familiares. El padre es un dictador, cuya opinión omnipotente no puede ser discutida por nadie. La madre enseña a los hijos a obedecer, por la paz del hogar. Y la historia se repite en todos los círculos y en todas las capas sociales. Si el periódico dice una cosa, tiene que ser la verdad. Calibán nunca se equivoca para los que lo leen. Los que creen que siempre se equivoca, nunca lo leen.
Los liberales leen solamente periódicos liberales; los conservadores leen solamente periódicos conservadores. Los médicos no se sienten a gusto sino entre médicos; los abogados entre abogados; los ricos entre ricos; los pobres entre pobres; los literatos entre literatos. Porque tampoco nos enseñan a conocernos, si no a desconfiar los unos de los otros. Las ideas se van así fijando y estereotipando y el necesario cambio no se presenta.
Todos tenemos nuestros prejuicios sobre las diferentes profesiones y actividades. Depende de lo que en la casa nos enseñaron en nuestros primeros años. Para los nacidos en ciertos hogares el sacerdote o el maestro siempre tienen la razón. En los hogares de militares se enseña que la milicia, la disciplina, la bandera, es lo más digno. En los de abogados que la ley es la única guía. En los de los médicos que la ciencia es el único camino. Todo lo demás es sospechoso.
Los rojos son malos y los conservadores buenos. O los godos son malos y los liberales buenos. No hay discusión, ni otra alternativa. A las mentes en formación no se les deja libertad de escoger. Cambiar de idea es un crimen. Advertir que pudiéramos estar equivocados, es una cobardía. Sugerir que papá puede no tener razón es una blasfemia. Estar en desacuerdo con una idea del maestro es indisciplina y así sucesivamente. En este medio, no hay, ni puede haber, libertad de pensamiento. “Librepensador”, que es requisito esencial para la democracia, es una mala palabra; se confunde con masonería, ateísmo, maldad. Las ideas nuevas, originales o distintas son siempre productos infernales y como tales hay que mirarlos con horror o con desprecio y cerrar los ojos, el corazón y la mente, para no dejarse contaminar con ellas. Hay “libros malos”, “ideas malas”, “hombres malos”. Que por definición son aquellos que tienen pensamientos diferentes a los que nosotros creemos son la única verdad.
En todo esto, naturalmente, hay muchos grados. Como en toda sociedad biológica, los temperamentos de todos los individuos no son iguales. Hay una “curva normal” que describe estadísticamente estas naturales variaciones. A un lado de la curva están los espíritus estrictos, exagerados, fanáticos, superconvencidos de que la verdad está en su yo, en su familia, en su círculo, en su religión o en su país; y todo lo demás es error. Al otro lado de la curva están aquellos que creen que nada es verdad. Pero en el medio de ella está una gran mayoría de temperamentos “normales” cuyo modo de obrar o reaccionar estará de acuerdo con la educación o enseñanza que reciben, generalmente influenciada solamente por uno de los dos extremos. En Colombia, y en general en todos los países latinoamericanos con marcada influencia española, la educación es de tipo estricto, autoritario, magistral, que impide todo desarrollo a la facultad de pensar libremente. Esto pudiera explicar nuestros odios, nuestro sectarismo, nuestra ceguera política, nuestra desconfianza del vecino que no pertenece a nuestra misma “clase”, nuestra desconfianza del profesional que no pertenece a nuestra misma profesión. Explica también la desconfianza del pobre por el rico; del rico por el pobre; del religioso por el irreligioso, y viceversa; del médico por el militar, del abogado por el ingeniero. Hay también desconfianza del empleado público por el periodista y del periodista por el empleado público; hay desprecio del ignorante por el sabio y del sabio por el ignorante.
Esta falta de conocimiento entre los colombianos se explica por la fijación de conceptos desde nuestra infancia; por nuestra incapacidad de pensar individualmente por nosotros mismos; por nuestra educación tiránica, dictatorial y autoritaria, en nuestros hogares, en las escuelas, en los colegios, en las universidades y en la vida, la que nos impide acercarnos a “los otros”, sin prejuicios y sin desconfianza. No hay libertad de pensamiento en el individuo, ni hay comunicación entre los diversos grupos de colombianos. Por educación hemos adquirido conceptos fijos e ideas estereotipadas que nos hacen cerrar los ojos y sospechar de todo aquel que no sea de nuestro círculo, de nuestra clase, de nuestra profesión, de nuestras ideas, o de nuestra actividad.
Este es un problema del pueblo colombiano al cual debemos muchos males y cuya solución sólo puede empezar cuando se reconozca y aprecie en toda su extensión y magnitud.
Texto obtenido por CARLOS J. SALDARRIAGA A Facultad de Ciencias Económicas Universidad de Antioquia
csaldarriaga@economicas.udea.edu.co
Publicado originalmente en http://almamater.udea.edu.co/periodico/sc-opi563-03.htm
Publicado originalmente en http://almamater.udea.edu.co/periodico/sc-opi563-03.htm
2008/03/07
Elogio de la mujer brava
Estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas
Por Héctor Abad Faciolince
Estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas
Por Héctor Abad Faciolince
Fecha: 02/23/2003 -1086
en SEMANA
A los hombres machistas, que somos como el 96 por ciento de la población masculina, nos molestan las mujeres de carácter áspero, duro, decidido. Tenemos palabras denigrantes para designarlas: arpías, brujas, viejas, traumadas, solteronas, amargadas, marimachas, etc. En realidad, les tenemos miedo y no vemos la hora de hacerles pagar muy caro su desafío al poder masculino que hasta hace poco habíamos detentado sin cuestionamientos. A esos machistas incorregibles que somos, machistas ancestrales por cultura y por herencia, nos molestan instintivamente esas fieras que en vez de someterse a nuestra voluntad, atacan y se defienden.
La hembra con la que soñamos, un sueño moldeado por siglos de prepotencia y por genes de bestias (todavía infrahumanos), consiste en una pareja joven y mansa, dulce y sumisa, siempre con una sonrisa de condescendencia en la boca. Una mujer bonita que no discuta, que sea simpática y diga frases amables, que jamás reclame, que abra la boca solamente para ser correcta, elogiar nuestros actos y celebrarnos bobadas. Que use las manos para la caricia, para tener la casa impecable, hacer buenos platos, servir bien los tragos y acomodar las flores en floreros. Este ideal, que las revistas de moda nos confirman, puede identificarse con una especie de modelito de las que salen por televisión, al final de los noticieros, siempre a un milímetro de quedar en bola, con curvas increíbles (te mandan besos y abrazos, aunque no te conozcan), siempre a tu entera disposición, en apariencia como si nos dijeran "no más usted me avisa y yo le abro las piernas", siempre como dispuestas a un vertiginoso desahogo de líquidos seminales, entre gritos ridículos del hombre (no de ellas, que requieren más tiempo y se quedan a medias).
A los machistas jóvenes y viejos nos ponen en jaque estas nuevas mujeres, las mujeres de verdad, las que no se someten y protestan y por eso seguimos soñando, más bien, con jovencitas perfectas que lo den fácil y no pongan problema. Porque estas mujeres nuevas exigen, piden, dan, se meten, regañan, contradicen, hablan y sólo se desnudan si les da la gana. Estas mujeres nuevas no se dejan dar órdenes, ni podemos dejarlas plantadas, o tiradas, o arrinconadas, en silencio y de ser posible en roles subordinados y en puestos subalternos. Las mujeres nuevas estudian más, saben más, tienen más disciplina, más iniciativa y quizá por eso mismo les queda más difícil conseguir pareja, pues todos los machistas les tememos.
Pero estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas. Ni siquiera tenemos que mantenerlas, pues ellas no lo permitirían porque saben que ese fue siempre el origen de nuestro dominio. Ellas ya no se dejan mantener, que es otra manera de comprarlas, porque saben que ahí -y en la fuerza bruta- ha radicado el poder de nosotros los machos durante milenios. Si las llegamos a conocer, si logramos soportar que nos corrijan, que nos refuten las ideas, nos señalen los errores que no queremos ver y nos desinflen la vanidad a punta de alfileres, nos daremos cuenta de que esa nueva paridad es agradable, porque vuelve posible una relación entre iguales, en la que nadie manda ni es mandado. Como trabajan tanto como nosotros (o más) entonces ellas también se declaran hartas por la noche y de mal humor, y lo más grave, sin ganas de cocinar. Al principio nos dará rabia, ya no las veremos tan buenas y abnegadas como nuestras santas madres, pero son mejores, precisamente porque son menos santas (las santas santifican) y tienen todo el derecho de no serlo.
Envejecen, como nosotros, y ya no tienen piel ni senos de veinteañeras (mirémonos el pecho también nosotros y los pies, las mejillas, los poquísimos pelos), las hormonas les dan ciclos de euforia y mal genio, pero son sabias para vivir y para amar y si alguna vez en la vida se necesita un consejo sensato (se necesita siempre, a diario), o una estrategia útil en el trabajo, o una maniobra acertada para ser más felices, ellas te lo darán, no las peladitas de piel y tetas perfectas, aunque estas sean la delicia con la que soñamos, un sueño que cuando se realiza ya ni sabemos qué hacer con todo eso.
Los varones machistas, somos animalitos todavía y es inútil pedir que dejemos de mirar a las muchachitas perfectas. Los ojos se nos van tras ellas, tras las curvas, porque llevamos por dentro un programa tozudo que hacia allá nos impulsa, como autómatas. Pero si logramos usar también esa herencia reciente, el córtex cerebral, si somos más sensatos y racionales, si nos volvemos más humanos y menos primitivos, nos daremos cuenta de que esas mujeres nuevas, esas mujeres bravas que exigen, trabajan, producen, joden y protestan, son las más desafiantes y por eso mismo las más estimulantes, las más entretenidas, las únicas con quienes se puede establecer una relación duradera, porque está basada en algo más que en abracitos y besos, o en coitos precipitados seguidos de tristeza. Esas mujeres nos dan ideas, amistad, pasiones y curiosidad por lo que vale la pena, sed de vida larga y de conocimiento
La hembra con la que soñamos, un sueño moldeado por siglos de prepotencia y por genes de bestias (todavía infrahumanos), consiste en una pareja joven y mansa, dulce y sumisa, siempre con una sonrisa de condescendencia en la boca. Una mujer bonita que no discuta, que sea simpática y diga frases amables, que jamás reclame, que abra la boca solamente para ser correcta, elogiar nuestros actos y celebrarnos bobadas. Que use las manos para la caricia, para tener la casa impecable, hacer buenos platos, servir bien los tragos y acomodar las flores en floreros. Este ideal, que las revistas de moda nos confirman, puede identificarse con una especie de modelito de las que salen por televisión, al final de los noticieros, siempre a un milímetro de quedar en bola, con curvas increíbles (te mandan besos y abrazos, aunque no te conozcan), siempre a tu entera disposición, en apariencia como si nos dijeran "no más usted me avisa y yo le abro las piernas", siempre como dispuestas a un vertiginoso desahogo de líquidos seminales, entre gritos ridículos del hombre (no de ellas, que requieren más tiempo y se quedan a medias).
A los machistas jóvenes y viejos nos ponen en jaque estas nuevas mujeres, las mujeres de verdad, las que no se someten y protestan y por eso seguimos soñando, más bien, con jovencitas perfectas que lo den fácil y no pongan problema. Porque estas mujeres nuevas exigen, piden, dan, se meten, regañan, contradicen, hablan y sólo se desnudan si les da la gana. Estas mujeres nuevas no se dejan dar órdenes, ni podemos dejarlas plantadas, o tiradas, o arrinconadas, en silencio y de ser posible en roles subordinados y en puestos subalternos. Las mujeres nuevas estudian más, saben más, tienen más disciplina, más iniciativa y quizá por eso mismo les queda más difícil conseguir pareja, pues todos los machistas les tememos.
Pero estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas. Ni siquiera tenemos que mantenerlas, pues ellas no lo permitirían porque saben que ese fue siempre el origen de nuestro dominio. Ellas ya no se dejan mantener, que es otra manera de comprarlas, porque saben que ahí -y en la fuerza bruta- ha radicado el poder de nosotros los machos durante milenios. Si las llegamos a conocer, si logramos soportar que nos corrijan, que nos refuten las ideas, nos señalen los errores que no queremos ver y nos desinflen la vanidad a punta de alfileres, nos daremos cuenta de que esa nueva paridad es agradable, porque vuelve posible una relación entre iguales, en la que nadie manda ni es mandado. Como trabajan tanto como nosotros (o más) entonces ellas también se declaran hartas por la noche y de mal humor, y lo más grave, sin ganas de cocinar. Al principio nos dará rabia, ya no las veremos tan buenas y abnegadas como nuestras santas madres, pero son mejores, precisamente porque son menos santas (las santas santifican) y tienen todo el derecho de no serlo.
Envejecen, como nosotros, y ya no tienen piel ni senos de veinteañeras (mirémonos el pecho también nosotros y los pies, las mejillas, los poquísimos pelos), las hormonas les dan ciclos de euforia y mal genio, pero son sabias para vivir y para amar y si alguna vez en la vida se necesita un consejo sensato (se necesita siempre, a diario), o una estrategia útil en el trabajo, o una maniobra acertada para ser más felices, ellas te lo darán, no las peladitas de piel y tetas perfectas, aunque estas sean la delicia con la que soñamos, un sueño que cuando se realiza ya ni sabemos qué hacer con todo eso.
Los varones machistas, somos animalitos todavía y es inútil pedir que dejemos de mirar a las muchachitas perfectas. Los ojos se nos van tras ellas, tras las curvas, porque llevamos por dentro un programa tozudo que hacia allá nos impulsa, como autómatas. Pero si logramos usar también esa herencia reciente, el córtex cerebral, si somos más sensatos y racionales, si nos volvemos más humanos y menos primitivos, nos daremos cuenta de que esas mujeres nuevas, esas mujeres bravas que exigen, trabajan, producen, joden y protestan, son las más desafiantes y por eso mismo las más estimulantes, las más entretenidas, las únicas con quienes se puede establecer una relación duradera, porque está basada en algo más que en abracitos y besos, o en coitos precipitados seguidos de tristeza. Esas mujeres nos dan ideas, amistad, pasiones y curiosidad por lo que vale la pena, sed de vida larga y de conocimiento
2008/01/26
CULTURA DE LA MEDIOCRIDAD: COMENTARIOS
Alberto. (Experto en educación)
Orlando: me alegra saber de ti e interactuar; otras veces no he estado en “disposición”…. Adecuda!. Hoy te comento lo siguiente:
- Explicitar por qué la Promo. Auto. Engendra la mediocridad. Esta razón o razones no se exponen… y entonces queda solo una afirmación..
- La cuestión de la evaluación “Autoelogio” OK! Fíjate cómo, en contraste con la idea anterior, ésta sí queda más explicada… visibilizada!! (JA, JA).
- De todos modos, respeto de la anterior idea, me parece que sigue subyacente lq aceptación –PELIGROSA PARA MI- de que los sistemas actuales de la llamada “evaluación” son evaluación, cuando son de CALIFICACION!!Ya que no sirven ni se emplean, si tienen fundamento para promover el aprendizaje de lo que “no se aprendió” (¡) Bueno, esta es mi posición; no viene al caso…
- Por qué sólo FECODE? Además de que Fecode no alcanza a impactar en las Universidades… donde parece que tú focalizas la mediocridad…
- Finalmente, Casi todas las ideas que presentas merecerían que las expusieras de manera más extensa – COMPLETA- hay substancia … fondo… , al menos para otra ocasión.
- Esta comentarios, claro, está descontextualizados pues ignoro para quién se escribe y con qué “intencionalidades” o pretensiones… Solo he querido demostrarte que sigo en la onda. Un abrazo y mil felicidades y éxitos.
Orlando: me alegra saber de ti e interactuar; otras veces no he estado en “disposición”…. Adecuda!. Hoy te comento lo siguiente:
- Explicitar por qué la Promo. Auto. Engendra la mediocridad. Esta razón o razones no se exponen… y entonces queda solo una afirmación..
- La cuestión de la evaluación “Autoelogio” OK! Fíjate cómo, en contraste con la idea anterior, ésta sí queda más explicada… visibilizada!! (JA, JA).
- De todos modos, respeto de la anterior idea, me parece que sigue subyacente lq aceptación –PELIGROSA PARA MI- de que los sistemas actuales de la llamada “evaluación” son evaluación, cuando son de CALIFICACION!!Ya que no sirven ni se emplean, si tienen fundamento para promover el aprendizaje de lo que “no se aprendió” (¡) Bueno, esta es mi posición; no viene al caso…
- Por qué sólo FECODE? Además de que Fecode no alcanza a impactar en las Universidades… donde parece que tú focalizas la mediocridad…
- Finalmente, Casi todas las ideas que presentas merecerían que las expusieras de manera más extensa – COMPLETA- hay substancia … fondo… , al menos para otra ocasión.
- Esta comentarios, claro, está descontextualizados pues ignoro para quién se escribe y con qué “intencionalidades” o pretensiones… Solo he querido demostrarte que sigo en la onda. Un abrazo y mil felicidades y éxitos.
Ricardo (Docente Universitario especializado en DDHH)
Limitar las causas de lo que llamas la "cultura de la mediocridad" al problema de la evaluación, evidentemente es reduccionista. Pues, además, hay muchas otras razones que nos conducen por ese sendero: el importante papel socializador que están jugando los mass media, que no fueron hechos para eso pero así los estamos considerando; la reticencia a asumir las innovaciones educativas pertinentes por parte de los docentes, que las convierten en desfiguraciones facilistas de las nuevas pedagogías; el cambio de manera de leer el mundo (no exclusivamente desde la razón) que se viene operando evolutivamente en nuestros cerebros al tener que centrarnos en imágenes y no sólo en la palabra, mientras la escuela no se adpta todavía a dicha situación; la "modernización del Estado" en beneficio del mercado que convierte la educación en consumo, desconociendo el derecho a la educación, lo cual desvaloriza el pensamiento crítico y convierte el conocimiento en producto utilitario; un sistema educativo todavía patriarcal y autoritario que va en contravía del desarrollo social y político de la humanidad, que considera a los/as estudiantes inmaduros e incapaces. Buenos, muchos otros elementos que podrían ponernos a pensar más que en las tecnologías de evaluación y control, en cómo las nuevas tecnologías (la conectividad)deben ser utilizadas para racionalizar las relaciones entre el Estado y la sociedad (las relaciones de poder), el territorio y la sociedad (lo ambiental), entre la misma sociedad desde la perspectiva de comunidades (lo humanista) y del mundo con las particularidades (la construcción de lo local). Yo me pregunto algo que siempre discuto con mis estudiantes ¿Será que uno debe necesariamente evaluar a sus estudiantes, o deberían ser los estudiantes quienes evalúen al profesor? Pues se supone que el estudiante entra a la escuela a que le enseñen a aprender y a hacer, por tanto, debe ser él quien diga si los profesores sí lo están haciendo ¿No sería mejor que el docente supiera si está siendo pertinente, acertivo o nó? Porque, por supuesto, cuando la educación es mercado, a muchos docentes no se les exige conocimiento pedagógico, sólo que sea experto en un saber específico que ofrece en venta. Bueno, finalmente, también son apenas mis ideas al respecto.
Un abrazo,
Limitar las causas de lo que llamas la "cultura de la mediocridad" al problema de la evaluación, evidentemente es reduccionista. Pues, además, hay muchas otras razones que nos conducen por ese sendero: el importante papel socializador que están jugando los mass media, que no fueron hechos para eso pero así los estamos considerando; la reticencia a asumir las innovaciones educativas pertinentes por parte de los docentes, que las convierten en desfiguraciones facilistas de las nuevas pedagogías; el cambio de manera de leer el mundo (no exclusivamente desde la razón) que se viene operando evolutivamente en nuestros cerebros al tener que centrarnos en imágenes y no sólo en la palabra, mientras la escuela no se adpta todavía a dicha situación; la "modernización del Estado" en beneficio del mercado que convierte la educación en consumo, desconociendo el derecho a la educación, lo cual desvaloriza el pensamiento crítico y convierte el conocimiento en producto utilitario; un sistema educativo todavía patriarcal y autoritario que va en contravía del desarrollo social y político de la humanidad, que considera a los/as estudiantes inmaduros e incapaces. Buenos, muchos otros elementos que podrían ponernos a pensar más que en las tecnologías de evaluación y control, en cómo las nuevas tecnologías (la conectividad)deben ser utilizadas para racionalizar las relaciones entre el Estado y la sociedad (las relaciones de poder), el territorio y la sociedad (lo ambiental), entre la misma sociedad desde la perspectiva de comunidades (lo humanista) y del mundo con las particularidades (la construcción de lo local). Yo me pregunto algo que siempre discuto con mis estudiantes ¿Será que uno debe necesariamente evaluar a sus estudiantes, o deberían ser los estudiantes quienes evalúen al profesor? Pues se supone que el estudiante entra a la escuela a que le enseñen a aprender y a hacer, por tanto, debe ser él quien diga si los profesores sí lo están haciendo ¿No sería mejor que el docente supiera si está siendo pertinente, acertivo o nó? Porque, por supuesto, cuando la educación es mercado, a muchos docentes no se les exige conocimiento pedagógico, sólo que sea experto en un saber específico que ofrece en venta. Bueno, finalmente, también son apenas mis ideas al respecto.
Un abrazo,
VICTOR, Docente Universitario. Historiador.
Creo que es conveniente una pregunta, antes de principiar a desarrollar el tema sobre los resultados de la Promoción automática: ¿Por qué se optó por esa medida?
Me parece que fue para salirle al paso a la gran deserción escolar que se presentaba en todos los niveles de la educación en Colombia, y me imagino que otros países. Pero hubiera sido más conveniente averiguar por las razones por las cuales se presentaba esa deserción y atacarla en lugar de obviar el problema de manera olímpica como se hizo, pues lo cierto es que la calidad de la educación sigue siendo la misma en términos generales.
Varios son los aspectos que deberíamos tener en cuenta para intentar una explicación mucho más completa del asunto:
1- No podemos desconocer las condiciones precarias en las cuales se imparte la educación para la inmensa mayoría de los colombianos: locativas, docentes sin suficiente capacitación y en muchos casos subalimentación de los discentes.
2- Desconocimiento enorme sobre los desarrollos de los sistemas operativos que se deben tener en cuenta para el cerebro humano en los primeros años de vida, fenómeno que va a incidir de manera crítica en los procesos de aprendizaje posterior cuando se llega a la edad de escolarización. Los científicos dedicados al estudio de la neurociencia así lo revelan.
3- Vigencia aún del paradigma según el cual el profesor es el que sabe y el estudiante el que debe aprender. Se tipifica alli una carencia absoluta de “comunicación”, entendida ésta al estilo Heideggeriano en tanto que comunicar en “poner en común” una o varias percepciones para ser validadas con otros. Pero si yo llego pensando que mi visión es ya la validada y las otras simplemente son erróneas, no hay “discusión”. Hoy en día, cuando el desarrollo vertiginosa de los medios nos proporciona tanta información, el proceso de aprendizaje es mutuo: el profesor aprende y estudiante enseña y viceversa. La información circula de manera impresionante y de lo que se trata es de utilizarla para “pensar”.
4- Ahora bien, si se trata de aprender a “ser” y a “pensar”, no debe ser lo que yo quiero como profesor o lo que me imagino, sino lo que los estudiantes quieren, lo que les interesa. Es a partir de ese interés como se puede comprometer en un proceso de aprendizaje juntos, docentes y estudiantes.
5- En el caso de las Ciencias Sociales hemos procedido al revés: iniciamos programas desde la Prehistoria hacia la edad comtemporámea y la mayoría de las veces no conectamos con el presente. La prouesta es que hagamos una historia retrospectiva: partiendo de los problemas actuales, busquemos la manera como anteriormente se resolvían o los problemas que se planteaban en otras comunidades en otras épocas alrededor del mismo tema.
Finalmente, hace algunos días fui invitado por los compañeritos de mi hija que estudia en el Liceo Francés y cursa el primero de primaria para que hablara de Bolívar. Pero, ¡ojo!, no era para que yo hablara lo que YO consideraba importante alrededor de Bolívar, sino a responder las preguntas que los niños tenían sobre Bolívar, la manera como ellos se lo imaginaban. Es decir, era a partir del interés de ellos como yo construía el discurso. Y, qué sesión tan interesante, qué preguntas las que hicieron los niños.
Finalmente, los franceses tienen inventadas muchas rutas en el proceso pedagógico y obviamente no hay promoción automática, pero esto último no constituye el problema central, porque la deserción es mínima si se tiene en cuenta que hay personal preparado, ambiente adecuado y cuando hay niños “normales”, todo funciona bien o “casi todo”,
suerte
EDUARDO, Consultor Nacional en Educación. PHD
“sobrevivientes al sistema”
Habría que buscar algún beneficio de dicha idea, como, por ejemplo, ¡te acordás cunando los estudiantes “necios” es decir los “inquietos” perdíamos las materias porque las maestra nos llenaban de “unos” por “sabotear” la clase” con preguntas impertinenetes, es decir aquellas preguntas que hacíamos centrales al tema que estudiábamos , pero que los profes no tenían la respuesta o no se les ocurría cómo estimularla en nuestras mentes…? Por lo menos ya no pueden confundir esas dos cosas que llaman “conducta” y “desempeño académico”
profesores PÉSIMOS
Muy interesantwe y creo que se relacioan con la pregunta ¡Qué se necesita en Colombia, para tener ciencia?
JUAN CARLOS: Docente, Director Departamento Colegio Oficial
La reforma educativa llevada a cabo en Colombia a mediados de los noventa presenta, a mi modo de ver, una serie de problemas en cuanto a su interpretación, pues pretendió colocar el sistema educativo nacional en sintonía con los grandes cambios sociales, culturales, políticos y económicos que se venían perfilando tras la "caída del muro" (¿de los muros?) y la monopolarización del capitalismo en Occidente.
Una de estas interpretaciones, muy a la usanza de los tecnócratas del "nuevo Estado" desde el ministerio, es que la ley, al pretender reorientar la educación pública, se centró en tres líneas: cobertura, eficiencia y calidad. Esto a la larga representó una pragmatización de los procesos educativos, fundamentalmente en básica primaria, básica secundaria, incluso en la media, pues de lo que se trataba era de garantizar la permanencia, la rebaja de la repitencia y la eficiencia en la distribución de los recursos financieros, es decir, "a poca inversión mejor servicio". Por ello, decidieron reglamentar la ley, en particular con la flexibilización de la promoción, que permitía el avance académico de los estudiantes, con cortes evaluativos en quinto, noveno y, por supuesto, en media académica y técnica (en los pocos colegios que la ofrecieran).
De ahí que al realizarse la reforma a la educación superior, en 1992 (ley 30 del 28 de diciembre de 1992 de educación superior), haya un desfase al momento de ser aplicada en la universidad oficial (porque las universidades privadas se hicieron las desentendidas por mucho tiempo para asumirla) en razón que muchos de los estudiantes fueron asimilados dentro del sistema de promoción "flexible" (así aparece en la ley 115 de 1994), que desarrolla una evaluación cualitativa (¿?), que "flexibiliza" el paso a la educación superior de jóvenes (cuyas edades han ido mermando de 18 a 15 años), a lo que se va a examinar y calificar, en clara contradicción con lo que estaban acostumbrados y en lo que no estaban formados, en detrimento del rendimiento académico, lo que la universidad, por lo regular en su proceso de "despedagogización", ha ido soslayando, para "invertir" en desarrollo de "investigación" y en "ciencia y tecnología", que hoy sigue siendo un buen pretexto para captar recursos oficiales y privados y cuyos resultados poco se socializan ( en comparación con la inversión de países como Brasil, México, Chile y Argentina, por poner los más relevantes).
pues lo que hay que garantizar es la permanencia del status académico como instituciones de educación superior con programas acreditados ante el CNA y el ICFES.
Vistas así las cosas, el modelo pedagógico subyacente desde esta reforma, lo que descuida en primera instancia es la calidad de la que tanto hacen alarde los "amigos" del ministerio, puesto que privilegian la optimización de recursos económicos sobre la formación para el desarrollo social del país, que como por arte de "birlibirloque", desaparece de un plumazo la primacía de lo pedagógico en aras de un supuesto avance en innovación científica y tecnológica.
Por ello, en este debate pretender que la educación básica y media se ponga en consonancia con los lenguajes pragmáticos de la educación superior, hoy en día capitalizada, es harto difícil, pues han aparecido los embelecos de las "competencias" y los "estándares", (igual, algunas universidades oficiales y privadas ya hablan de lo mismo) que presentan a todas luces un claro propósito formativo para la vinculación de mano de obra barata, capaz de seguir instrucciones, respetar la norma y aceptar, de manera sumisa, la falta de garantías para el respeto de los derechos de bienestar social y laboral de los nuevos empleados y trabajadores.
Diríamos que, ese tipo de desplantes de los estudiantes, no son más que consecuencias de haber convertido la educación superior en objeto de consumo y en factor de gasto, más que en prioridad de inversión.
profesores PÉSIMOS
Muy interesantwe y creo que se relacioan con la pregunta ¡Qué se necesita en Colombia, para tener ciencia?
JUAN CARLOS: Docente, Director Departamento Colegio Oficial
La reforma educativa llevada a cabo en Colombia a mediados de los noventa presenta, a mi modo de ver, una serie de problemas en cuanto a su interpretación, pues pretendió colocar el sistema educativo nacional en sintonía con los grandes cambios sociales, culturales, políticos y económicos que se venían perfilando tras la "caída del muro" (¿de los muros?) y la monopolarización del capitalismo en Occidente.
Una de estas interpretaciones, muy a la usanza de los tecnócratas del "nuevo Estado" desde el ministerio, es que la ley, al pretender reorientar la educación pública, se centró en tres líneas: cobertura, eficiencia y calidad. Esto a la larga representó una pragmatización de los procesos educativos, fundamentalmente en básica primaria, básica secundaria, incluso en la media, pues de lo que se trataba era de garantizar la permanencia, la rebaja de la repitencia y la eficiencia en la distribución de los recursos financieros, es decir, "a poca inversión mejor servicio". Por ello, decidieron reglamentar la ley, en particular con la flexibilización de la promoción, que permitía el avance académico de los estudiantes, con cortes evaluativos en quinto, noveno y, por supuesto, en media académica y técnica (en los pocos colegios que la ofrecieran).
De ahí que al realizarse la reforma a la educación superior, en 1992 (ley 30 del 28 de diciembre de 1992 de educación superior), haya un desfase al momento de ser aplicada en la universidad oficial (porque las universidades privadas se hicieron las desentendidas por mucho tiempo para asumirla) en razón que muchos de los estudiantes fueron asimilados dentro del sistema de promoción "flexible" (así aparece en la ley 115 de 1994), que desarrolla una evaluación cualitativa (¿?), que "flexibiliza" el paso a la educación superior de jóvenes (cuyas edades han ido mermando de 18 a 15 años), a lo que se va a examinar y calificar, en clara contradicción con lo que estaban acostumbrados y en lo que no estaban formados, en detrimento del rendimiento académico, lo que la universidad, por lo regular en su proceso de "despedagogización", ha ido soslayando, para "invertir" en desarrollo de "investigación" y en "ciencia y tecnología", que hoy sigue siendo un buen pretexto para captar recursos oficiales y privados y cuyos resultados poco se socializan ( en comparación con la inversión de países como Brasil, México, Chile y Argentina, por poner los más relevantes).
pues lo que hay que garantizar es la permanencia del status académico como instituciones de educación superior con programas acreditados ante el CNA y el ICFES.
Vistas así las cosas, el modelo pedagógico subyacente desde esta reforma, lo que descuida en primera instancia es la calidad de la que tanto hacen alarde los "amigos" del ministerio, puesto que privilegian la optimización de recursos económicos sobre la formación para el desarrollo social del país, que como por arte de "birlibirloque", desaparece de un plumazo la primacía de lo pedagógico en aras de un supuesto avance en innovación científica y tecnológica.
Por ello, en este debate pretender que la educación básica y media se ponga en consonancia con los lenguajes pragmáticos de la educación superior, hoy en día capitalizada, es harto difícil, pues han aparecido los embelecos de las "competencias" y los "estándares", (igual, algunas universidades oficiales y privadas ya hablan de lo mismo) que presentan a todas luces un claro propósito formativo para la vinculación de mano de obra barata, capaz de seguir instrucciones, respetar la norma y aceptar, de manera sumisa, la falta de garantías para el respeto de los derechos de bienestar social y laboral de los nuevos empleados y trabajadores.
Diríamos que, ese tipo de desplantes de los estudiantes, no son más que consecuencias de haber convertido la educación superior en objeto de consumo y en factor de gasto, más que en prioridad de inversión.
LOS COMENTARIOS DE Zilia, Docente Universitaria, fueron incluidos en el texto.
PREPARO EL COMENTARIO A LOS COMENTARIOS…Y ESPERAMOS MAS COMENTARIOS… O MEJOR: EL DEBATE ENTRE COMENTARISTAS ANTERIORES Y NUEVOS
PREPARO EL COMENTARIO A LOS COMENTARIOS…Y ESPERAMOS MAS COMENTARIOS… O MEJOR: EL DEBATE ENTRE COMENTARISTAS ANTERIORES Y NUEVOS
2008/01/19
LA CULTURA DE LA MEDIOCRIDAD.
Ya ni recuerdo en qué año…pero considero que el año más funesto para el sistema educativo, ha sido la puesta en marcha de la “promoción automática”…cuyos resultados espantosos notamos hoy en las universidades del país…
Si, creo que ya toda una generación, es decir, más de 11 años han pasado desde que el sistema se puso en marcha. Y el nivel de mediocridad (tendiente a la "mediania" no se sobresale...se ubica en la media...tendiendo a descender....) que se encuentra entre los estudiantes es palpable: obvio la culpa no es toda de ellos: el sistema generó tal situación. Y, lo aclaró, también hay una buena cantidad de “sobrevivientes al sistema” personas que sobrepasaron el sistema y que nunca tuvieron que recurrir a la promoción automática para poder avanzar en el esquema educativo…pero, no son, precisamente, la absoluta mayoría…
A esto se suma el que en las universidades se ha impuesto un sistema bastante complejo de evaluación de docentes, que podríamos denominar “la evaluación auto o anti elogiadora”. Ese sistema, donde esencialmente quien califica al docente es el estudiante, y lo hace después de conocer su nota final o de percibirla… le permite a estos –con las características anotadas- un juego muy sencillo: si me has calificado bien, te califico bien, si me has exigido (¿acaso no has recordado que vengo de un sistema donde a todos nos pasaban, donde había, cómo se decía eso: ahh si: promoción automática!) y me has calificado mal: te califico mal…conclusión: “hagámonos pasito”…”no me exijas, no me rajes, no te rajo”…¡un absoluto adefesio!...Eses es, comparto con ZD -amiga docente universitaria- el o la sujeto que dicho sistema entrega a la sociedad: “uno que siempre gana, incluso con el mínimo esfuerzo, que aprendió que siempre hay más de una oportunidad para hacer la misma cosa, con bajo nivel de frustración (fácilmente corrupto por llegar a metas), poco responsable o tenaz (tarde o temprano logra lo que requiere), pobre intelectualmente (no se le exige y no se le enseña a exigirse)…”
A ellos se suma un problema adicional: los docentes “malos” son los que pretenden hacer pensar al estudiante (es la esencia de la pedagogía moderna y postmoderna) y los docentes “buenos” son los que pretenden que el estudiante repita…repita…¡repitan conmigo!...obvio, generalmente, es más fácil repetir que pensar!!!
Las universidades tienen dos tipos de docentes: los de planta y los catedráticos…los de planta, especialmente en las públicas, son relativamente inmunes a este chantaje y en las privadas lo son en alguna medida. Pero los catedráticos difícilmente sobreviven a dicha situación: están, o al menos así lo quieren las y los mediocres, sujetos al chantaje. Eso, sin negar que hay profesores PÉSIMOS: pésimo es aquel docente que combina dos características terribles: No sabe de su materia y No tiene pedagogía…
Entonces habría que hacer dos cosas: la primera es, cuándo será que FECODE da una pelea no salarial, sino por la educación del pueblo colombiano y se pone como meta el acabar con el “fracaso automático”…y la segunda es que en las universidades las evaluaciones que se hacen a los docentes deben ser, o bien modificadas (me atrevo: ¿porque no evalúan a los docentes sólo l@s mejores estudiantes –en todas las materias- del curso?…) o bien deben tener unos filtros muy claros contra el “auto o anti elogio”, pues no basta con que se califique la pedagogía, la Didáctica, el Dominio teórico, etc porque finalmente es el mismo calificador(a), lo que se debe es tener pesos integrales repartidos entre diversos “actores” de las comunidades educativas universitarias donde no se quede a merced sólo de la mediocridad…
*las opiniones aquí expresadas, son absolutamente personales…
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