No habla mucho. Mide sus palabras y, a ratos, se detiene como si se abstrajera de lo que la rodea. Luego regresa, aterrizando de golpe a la realidad del mundo: una realidad que ella descifra minuciosamente, con rigor científico.
Desde que fundó el Abdul Latif Jameel Poverty Action Lab (Laboratorio de Acción contra la Pobreza), o J-Pal, bajo el alero de la Universidad de Harvard, hace 12 años, la economista francesa Esther Duflo, recientemente galardonada con el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales de España, se ha convertido en un referente internacional en la lucha contra la pobreza, por haber creado un método inédito.
Lo hace a través de experimentos comparables a los que usa la industria farmacéutica para probar un medicamento antes de lanzarlo al mercado. Así, para establecer recomendaciones de políticas públicas, ella y su equipo recurren a las llamadas ‘pruebas randomizadas’ o aleatorias. Estas consisten en aplicar una política o una solución a un grupo específico de personas en situación de pobreza y trabajar, en paralelo, con uno que no se beneficia de la medida. Luego comparan los resultados.
¿El objetivo? Evitar el desperdicio de recursos en la lucha contra la pobreza y hacer los procesos más eficientes para incidir de modo real sobre la vida de las personas. “Tenemos que hacer algo para igualar las oportunidades, para lograr que los pobres tengan una vida menos difícil desde todos los puntos de vista. Es, a la vez, una necesidad moral y una inversión humana valiosa”, dice.
Preguntas causales
En una reciente visita académica a Chile, Duflo explicó el concepto en que funda su trabajo: “Lo primero es hacerse preguntas de tipo causal y reflexionar sobre cuál es el efecto de una política o cuál es el resultado que se quisiera obtener. Por ejemplo, si les doy uniformes a las niñas de Kenia, ¿les permitirá eso permanecer en el colegio y embarazarse menos en la adolescencia? Esa es una pregunta causal”, asegura la economista.
Las intervenciones más conocidas que Duflo y su equipo han desarrollado incluyen un experimento que consistió en entregarles un kilo de lentejas a quienes vacunaban a sus hijos en el estado indio de Rajastán. La iniciativa permitió multiplicar por seis la tasa de vacunación infantil. Otro programa consistió en repartir mosquiteros gratis durante un año en África subsahariana, para proteger contra la malaria, y ver si al año siguiente la gente estaba dispuesta a comprarlos por un precio módico. “Llegué a la economía con la idea de hacerme preguntas causales, porque considero que contestándolas se puede entender por qué la gente hace lo que hace, qué la motiva, y saber qué políticas funcionan y por qué”, advierte.
Cuando creó el J-Pal, Duflo –quien estudió Historia y luego Economía– llevaba tiempo buscando cómo sacar la lucha contra la pobreza del ámbito teórico. ¿Cómo explicar, por ejemplo, que en las últimas décadas, a pesar del aumento de la ayuda internacional recibida por África, el PIB per cápita no se hubiera incrementado?
“No es fácil evaluar las políticas que se han desarrollado. No tenemos ninguna certeza sobre el factor que realmente influyó. Y concluí que sería bueno tener una experiencia para saberlo”.
Hoy, el J-Pal cuenta con una red de más de 100 investigadores y oficinas en los cinco continentes. Los programas desarrollados, según cuenta la ganadora del Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, han permitido mejorar la vida de 165 millones de personas pobres. Eso, sin contar a los 140 millones de niños de la India que se convertirán en beneficiarios de una de las políticas más exitosas desarrolladas por su laboratorio: el National Deworming Day (día de desparasitación nacional), en que se medicará a los niños sin recursos que sufren de lombrices intestinales para evitar que sigan con malestares crónicos que los llevan a faltar a clases.
Los resultados han sido suficientes como para popularizar las llamadas ‘evaluaciones randomizadas’ en distintas organizaciones de ayuda y en el Banco Mundial. Pese a sus logros, Duflo también tiene críticos.
–Algunos consideran cuestionable que en sus experimentos algunos reciban ayuda y otros no. ¿Hasta qué punto eso es moralmente aceptable?
–Mientras haya recursos limitados, siempre va a haber gente que reciba servicios y otros que no. La ‘randomización’ es, en primer lugar, una manera justa de asignar recursos limitados. Y es, en segundo lugar, una forma de saber si algo funciona o no. Lo que me parece poco ético es gastar montones de dinero en corazonadas sin hacer evaluaciones, y por lo tanto desperdiciar recursos que podrían ser usados de mejor forma. Necesitamos ser un poco más humildes: muchas de nuestras ideas brillantes resultan no ser tan brillantes.
El itinerario de una pionera
Esther Duflo, de 42 años, es hija de un matemático y una pediatra, de los que ha dicho haber heredado, respectivamente, el gusto por los números y el interés por la pobreza. Su madre trabajaba en una ONG y solía ir a misiones de ayuda a los niños de países como Ruanda y El Salvador. Volvía con diapositivas que contribuyeron a abrirles una ventana al mundo a sus tres hijos.
La economista creció en una casa siempre llena de gente y afirmó su independencia desde muy niña: a los 2 años salió sola a comprarle el regalo de cumpleaños a una prima y sus padres la encontraron en una comisaría cercana. A los 5 o 6 años, su padre le enseñó a tomar el tren sola desde Asnières, el suburbio donde vivía, hasta París.
Comenzó a interesarse por la economía durante una estadía en Moscú, a fines de la era de Gorbachov. Ahí trabajó junto a Daniel Cohen y Jeffrey Sachs, quienes viajaban seguido a Rusia para estudiar más de cerca el fin de la era socialista. Ahí conoció también a Thomas Piketty, entonces profesor en la Universidad de Harvard, quien le recomendó estudiar en Estados Unidos, donde había más espacio para el tipo de economía aplicada que le interesaba. El paso siguiente fue su doctorado en el Massachusetts Institute of Technology (MIT), de Boston, y cuatro años más tarde la creación del J-Pal.
El talento de Duflo es tal que obtuvo un cupo de profesora titular en el MIT antes de cumplir 30 años. A los 37, recibió la medalla John Bates Clark, considerada un ‘mininobel’ de economía. Ha publicado dos libros que han sido éxito en ventas en Francia, y en el 2010 la revista Foreign Policy la incluyó en su lista de los ‘Top 100 pensadores globales’.
Recientemente fue nombrada como uno de los 12 miembros del Global Development Council, que asesora al presidente Barack Obama sobre el uso de la ayuda exterior de EE. UU. Pero lo suyo, claramente, es el trabajo en terreno. “Me dediqué a la economía porque quería cambiar el mundo, no por la disciplina en sí”.
–¿Hay un desconocimiento de las autoridades de la realidad de los pobres?
–Ese es un gran problema. Lo veo cada rato. Y no es necesario ver a Obama para saberlo. Basta con ir a la oficina de un jefe de distrito en India. Puede que sea un joven que acaba de terminar sus estudios para trabajar en el gobierno y tiene un puesto que no exige que salga mucho de su oficina. Luego asciende y termina siendo una persona a cargo de ocuparse de los pobres, pero que ha ido muy poco a terreno.
–Una vez que el J-Pal hace una intervención, ¿cómo usan la información recabada?
–Sumamos las lecciones que sacamos de todos los proyectos para hacer recomendaciones políticas que luego llevan a programas que terminan tocando a mucha gente.
Desde la creación del J-Pal, Esther Duflo, quien vive en Boston, ha estado en 19 países. Hace poco regresó de un viaje de seis meses en India, donde desarrolla un programa de matemáticas para niños en edad preescolar.
–Trabajando en terreno, ¿hay experiencias que la hayan marcado más que otras?
–No trabajo realmente en las situaciones más extremas. Yo no voy a Sierra Leona en plena epidemia de ébola. Cuando estoy en terreno, estoy en circunstancias en que la gente no tiene mucho dinero. El no tener mucho dinero cambia mucho las cosas en términos de oportunidades, la forma de ver el mundo, de herramientas para descifrarlo. Pero son diferencias que no son violentas. Quizá sea una ilusión completa, pero cuando estoy en terreno, incluso en sectores rurales muy pobres de India, por ejemplo, tengo la impresión de que la gente sale adelante lo mejor que puede con lo que tiene. No siento desesperanza y tampoco siento que no puedo manejarlo.
Esa mirada, aparentemente fría, puede tener que ver con uno de los descubrimientos de sus investigaciones: en muchas cosas la gente pobre actúa de la misma forma que quienes no viven en situación de pobreza. Por ejemplo, si es fácil vacunar a los hijos, los vacunamos. Si el agua sale limpia de la llave, la tomamos. Pero si vacunar a nuestros hijos implicara caminar durante una hora desde nuestro hogar hasta el centro médico o si tomar agua requiriera que fuera desinfectada con pastillas de cloro, lo más probable es que no lo hagamos. Según los estudios de Duflo, esa es una de las razones por las que los niños de los países más pobres tienen más probabilidades de enfermarse que los de los países desarrollados.
“La pobreza implica estrés y depresión. Los indicadores demuestran que en los países pobres la depresión es más frecuente y que en un mismo país, mientras más pobre se es, más posibilidades se tiene de estar deprimido. Así que ciertamente la impresión de que la gente sigue haciendo sus cosas es un poco superficial, pero a lo que voy es a que no me siento una espectadora de una realidad completamente distinta. Siento que somos parte de la misma humanidad”, explica Duflo.
–¿Siente que el J-Pal ha logrado su meta de hacer más eficiente la lucha contra la pobreza?
–Es verdad que, más allá de cualquier programa específico, el objetivo del J-Pal es cambiar la manera de crear políticas: introducir una cultura del aprendizaje dentro de los gobiernos. Tenemos claro que los gobiernos necesitan gobernar y que, por lo tanto, no ‘randomizarán’ todo... Pero si en cada ministerio y gran organización se mantiene una ventana para el aprendizaje y la experimentación, progresaremos rápidamente. Eso aún no ocurre y hay muchos progresos por hacer. Esperamos inspirar a muchos países.
Recibirá el Premio Princesa de Asturias en octubre
Los Premios Princesa de Asturias –anteriormente, Premio Príncipe de Asturias, entre 1981 y el 2014– fueron anunciados a mediados de este mes, y los ganadores, como Esther Duflo en el campo de las ciencias sociales, los recibirán de manera oficial en octubre, en el marco de un acto presidido por los reyes Felipe VI y Letizia, en Oviedo (España).
En una entrevista reciente concedida a la agencia ‘Efe’, la economista indicó que el galardón será clave “para dar a conocer sus proyectos en Europa” y que poco a poco van “ampliando el catálogo de sugerencias para gobiernos y donantes privados”.
El premio exalta cada año labores científicas, sociales, artísticas, culturales, lingüísticas y deportivas en el ámbito internacional. En el área de las ciencias sociales, en el 2014 resultó ganador el historiador francés Joseph Pérez, y en el 2013, la socióloga y escritora de Países Bajos Saskia Sassen.
Las ideas de Esther Duflo también han atraído la atención de personas como el cofundador de Microsoft y filántropo Bill Gates, y del premio nobel de Paz 2006 y fundador del Banco de los Pobres, Muhammad Yunus.
DANIELA MOHOR W.
El Mercurio (Chile)
El Mercurio (Chile)