2015/04/24

Trascender

Nadie sabe de qué tamaño es el universo. Absolutamente nadie. Se dice que pueden ser 300.000.000.000 (trescientos mil millones) de galaxias. Cada una con 1.000.000.000 (miles de millones) de soles o sistemas solares. Y allí, en alguna parte, hay un micro-millonésimo sistema solar donde hay una forma de vida llamada “humanos”. Y algunos de ellos quieren trascender: “Dicho de los efectos de algunas cosas: Extenderse o comunicarse a otras, produciendo consecuencias” “Estar o ir más allá de algo”. Otros simplemente hacen las cosas de tal manera que trascienden. Va un ejemplo.
1.400 años antes de Cristo - -hace unos 3400 años- en Egipto, los faraones gobernantes querían trascender y pretendían hacerlo dejando unas enormes pirámides, haciendo obras majestuosas. Dudo mucho que usted recuerde el nombre de esos faraones ¿los recuerda?. Se recuerdan y ven las pirámides pero hasta ahí. Los señores realmente nunca trascendieron. Pero en esa misma época existió un señor que hizo cero obras físicas. Cero. Y ese señor sí lo recordamos hasta nuestros días: Un tal Moisés…ese si sabe quién es ¿cierto?. ¿Cuál es la diferencia entre Moisés y los faraones?...sencilla: el servicio a las personas del común.
Va otro ejemplo. En el Sur Occidente de la India, en la provincia de Kollam se relata como hace unos 2000 años llegó un carpintero, un tal Tomás apodado Dídimo, proveniente de lo que hoy sería Israel y un Rey lo contrató para hacer palacios similares a los que había en su región de origen. Le dio el dinero y marchó a una expedición con la promesa de que al regresar tendría su palacio. El carpintero tomó el dinero y lo repartió entre los más necesitados. Al regresar, el rey pidió su Palacio (su obra faraónica) y el carpintero le dijo que al repartir su dinero entre los pobres se había construido un enorme palacio en el plano espiritual, en los cielos. El rey ordenó matarlo. Pero, paralelamente, el hijo del rey entró en coma, murió y revivió, al hacerlo contó a su padre que al morir había visto el palacio que el carpintero le había prometido. El rey entendió, asumió, y el carpintero siguió su camino. ¿Cuál es la diferencia entre los dos palacios?...sencilla: el servicio a las personas del común.
Hay más ejemplos…los grandes personajes de la humanidad que han trascendido son esencialmente los relacionados con la gente, con las personas, más los que las han servido, que los que se han servido de ellas, casi ninguno está asociado a descomunales obras físicas: Mahoma, Newton, Jesucristo, Buda, Teresa de Calcuta, Simone de Beauvoir, Gandhi, Luther King, etc… además nunca se propusieron “trascender”… se propusieron “servir”… y especialmente servir a los más necesitados.
En el planeta, en Latinoamérica, Colombia, Risaralda, Pereira, aquellos que el universo ha puesto en posiciones de influencia (también cuando quiera se las quita) si sirven a las personas del común más que a promover obras físicas, si se conectan a su esencia espiritual…trascenderán: está en ellos y ellas hacerlo.
Publicada el Jueves 23 de Abril de 2015  en http://www.latarde.com/opinion/columnistas/orlando-parra/149760-trascender 

2015/04/17

#Gabo...Pobre...No tenía quien le...mandara un cheque

RECTORES, MINISTRA, SECRETARIA ¿Y LA CÍVICA?

Señores Rectores, Gina, Patricia, Estatuas de sal. En eso pareciera que se están convirtiendo los instrumentos contemplados en la Constitución y en la ley para el ejercicio de la autoridad en Colombia. Porque hay normas en el papel, gobernantes con poder, funcionarios con decretos, policías con bolillo y jueces con atribuciones, pero en la vida cotidiana poco se sienten y la autoridad parece adormecida. Ya no se trata de la célebre frase que tuvo origen en tiempos coloniales según la cual ‘la ley se obedece pero no se cumple’. El fenómeno es más grave y profundo, y mucho más tangible.” Decía un reportaje sobre toda nuestra Colombia hace unos días la revista Semana. http://ow.ly/LCxOT . Nuestra ciudad hace parte de éste caos. Veamos:

*Porcentaje de Pereiran@s que consideran que los residentes de Pereira se comportan bien o muy bien frente al cumplimiento de las normas de tránsito. Años 2011 a 2013: empeoramos de un pésimo 341 de cada mil a 249 de cada 1000: 92 ciudadanos que antes cumplían las normas de tránsito ahora creemos las incumplen.

*Porcentaje de Pereiran@s que consideran probable o muy probable ser castigado o amonestado por infringir las normas de tránsito. Años 2011 a 2013  empeoramos pasando de  un preocupante 491 de cada mil que creían que sí a 387: creemos que 104 personas que antes creían que podían ser amonestados, dejaron de creerlo.

*Porcentaje de Pereiran@s que consideran que los residentes de Pereira se comportan bien o muy bien frente al respeto de las normas ambientales. Años 2011 a 2013 bajamos de un desastroso 385 de cada mil a 199 …¡otros 185 menos!

*Porcentaje de Pereiran@s que consideran que los residentes de Pereira se comportan bien o muy bien frente al cuidado y uso de los espacios públicos. Años 2011 a 2013: Bajamos de un 348 a 216 por cada mil...o sea de 652 a 784 creemos poco les importa el espacio público.

*Porcentaje de Pereiran@s que consideran probable o muy probable ser castigado o amonestado por no pagar impuestos. Años 2012 547 creían que si ya para 2013 baja a 451  (sobran los comentarios: hágalos usted)

Hay otros datos que asombran:

*Porcentaje de Pereiran@s que consideran que los residentes de Pereira se comportan bien o muy bien frente al respeto por la vida. En 2013 de cada cien sólo 29… 71 NO!

*Porcentaje de Pereiran@s que consideran que los residentes de Pereira se comportan bien o muy bien frente al respeto por los niños y niñas. En 2013 de cada mil sólo 363 …637 NO!

*Porcentaje de Pereiran@s que consideran que los residentes de Pereira se comportan bien o muy bien frente al respeto por las mujeres. En 2013 de cada mil sólo 333 …667 NO!.

Y uno curioso pero entendible:

*Porcentaje de Pereiran@s que consideran probable o muy probable ser castigado o amonestado por portar armas. Años 2011 a 2013: estables 556 de cada 1000…igual hay 444 que tampoco lo creen.


Rectores, Gina, Patricia…¿estamos asistiendo -en parte- al resultado del haber permitido que Civismo y Urbanidad se volvieran áreas “opcionales” en nuestras escuelas y colegios desde hace 21 años? Valorados pongan ustedes su grano de arena: recuperemos -al menos- la “materia” de Civismo y Urbanidad: https://civicayurbanidad.wordpress.com/ ¿o cuál será su aporte para revertir en algo éste despeñadero que nos arrasa a todos por acción u omisión?...ole y usted lector ¿qué hará?...

Una versión preliminar fue publicada en www.latarde.com 

2015/04/09

Carlos Gaviria Díaz

4 ABR 2015 - 7:53 PM
Homenaje familiar

Carlos Gaviria Díaz, ‘El Papá’

Ana Cristina, Natalia, Juan Carlos y Ximena, hijos del fallecido exmagistrado, se despiden de su padre.
Por: Especial para El Espectador en http://www.elespectador.com/noticias/politica/carlos-gaviria-diaz-el-papa-articulo-553225 

Es difícil expresar de manera pública la concepción sobre nuestro querido padre (‘El Papá’, como le dijimos siempre), en medio del dolor profundo que sentimos por su partida. Nos abruma exteriorizar nuestro duelo. Lo entendemos, porque reconocemos que fue un hombre público que dedicó su vida a defender desde diversos escenarios los derechos sociales e individuales, la libertad y la igualdad.
Reivindicamos que siempre hubo coherencia entre su vida pública y privada. El respeto por la autonomía y la dignidad personal, así como el dolor por la desigualdad y las exclusiones, siempre fueron temas de nuestro ritual en torno de la mesa del comedor y principios rectores de nuestra educación.
Siempre fue consciente de que defender sus principios tenía un oneroso precio, y que ese podía ser el de su vida, como lo comprendimos con resignación. A su lado tuvimos que soportar difamaciones, calumnias, persecuciones, que nos causaron profunda pena, tal como sucedió cuando se pretendió afirmar su simpatía con grupos al margen de la ley. Infamia manifiesta, puesto que siempre –incluso, claro está, desde el interior del hogar- rechazó cualquier forma de violencia.

Exaltamos que nuestro padre logró ser lo que se trazó desde su juventud: un profesor, o mejor, un maestro. Palabra que en su caso no corresponde a un formalismo. Sus discípulos, sus amigos y sus hijos le reconocemos esa condición. Nuestro padre sabía que la palabra desprendida del gesto que enseña, es una palabra vacua. Eso era él, un profesor honrado, una persona transparente, un idealista, un hombre ajeno a las mañas de la política (o de la politiquería, en nuestro medio). Por ello nos causó preocupación su incursión en el ámbito de la política nacional, tan distante en su praxis de su forma íntegra de actuar.
‘El Papá’ fue un hombre racional, pero extremadamente sensible y nos trató siempre con un enorme cariño. El respeto por nuestras decisiones, nuestra autonomía y nuestra independencia, fueron para él principios irrenunciables. Por ello nos enseñó a aceptar nuestras diferencias y a fortalecer nuestro fuero interno, parámetro fundamental para obrar de forma ética.
Predicaba y actuaba desde la decencia, su gran obsesión. Cualidad que traslapaba con la sensibilidad, que lo acercaba a sus amigos en sus conversaciones infinitas, que lo hacía sollozar al discernir sobre una novela entrañable, o al escuchar algunos versos o piezas musicales. La misma que desplegaba en su trato sincero a las personas que trabajaban con él.
La relación con nuestro padre estuvo signada por el afecto infinito. Afecto verbal y afecto físico: los besos (a su mujer, a sus tres hijas, a su hijo, a sus nietos, a su nuera y a sus yernos), las caricias (de las que todos fuimos permanentes destinatarios), las palabras bellas y tiernas.
Su erudición fue polifacética y abrumadora. Su saber no era una pretensión inocua. A través de ella nos inculcó el disfrute de la vida. De lo profundo, pero también de lo mundano: la filosofía, la literatura, la música, la pintura; pero también el buen comer, el vino e inclusive el fútbol. Fue consecuente, y hasta el día anterior a su hospitalización se gozó la vida, se gastó la vida.

Dignificamos su admiración profunda por nuestra madre (‘La Mamá’), la que evidenció hasta su último aliento. Alguna vez expresó que no era posible encontrar una persona que escuchara más que María Cristina. Y este pequeño homenaje también es para ella, porque siempre fue su cómplice irreductible, ante todo en las situaciones adversas.
Nos embarga un infinito dolor por la ausencia de nuestro padre, y nos duele que no vaya a ser testigo directo de la conclusión del proceso de paz, que fue una obsesión permanente en su vida. Nuestro antídoto será guardar su afecto y sensibilidad en nuestro corazón, allí donde nunca va a morir.

2015/04/07

los políticos no son los únicos que tienen el poder

'El capitalismo está matando al planeta': Naomi Klein

Lea apartes del nuevo libro de esta canadiense famosa por 'No Logo', una crítica del neoliberalismo.

 
Según la periodista canadiense, la gente corriente también tiene 'el poder de declarar una crisis' y generar grandes cambios, mediante movimientos de masas.
Foto: AFP
Según la periodista canadiense, la gente corriente también tiene 'el poder de declarar una crisis' y generar grandes cambios, mediante movimientos de masas.
Sonó una voz por el intercomunicador: “¿Serían tan amables los pasajeros del vuelo 3935, que tenía previsto despegar de Washington (D. C.) con destino a Charleston (Carolina del Sur), de recoger su equipaje de mano y bajar del avión?”.
Los ocupantes del aparato bajaron por la escalinata y se agruparon sobre el asfalto caliente de la pista. Entonces vieron algo ciertamente insólito: las ruedas de la aeronave de US Airways se habían hundido en el pavimento como si este fuera cemento húmedo. En realidad, las ruedas se habían incrustado tan profundamente que el camión que acudió al lugar para remolcar la nave no pudo despegarlas del suelo. La compañía esperaba que, sin el peso añadido de los 35 viajeros de aquel vuelo, el aparato fuera suficientemente ligero para dejarse arrastrar. No fue así. Alguien publicó una foto en internet: “¿Por qué cancelaron mi vuelo? Porque en el Distrito de Columbia hace tantísimo calor que nuestro avión se hundió diez centímetros en el asfalto”.

Finalmente, se trajo un vehículo más grande y potente que –esta vez sí– consiguió remolcar el aparato; el avión despegó por fin, aunque con tres horas de retraso sobre el horario previsto. Un portavoz de la aerolínea culpó del incidente a las “muy poco habituales temperaturas”.
Las temperaturas del verano del 2012 fueron inusualmente elevadas sin duda (también lo habían sido el año anterior y lo continuaron siendo el siguiente). Y la razón de que eso sucediera no es ningún misterio; se debe al derrochador consumo de combustibles fósiles, justamente aquello que US Airways se había propuesto que su avión hiciera a pesar del inconveniente planteado por el asfalto fundido. Semejante ironía –el hecho de que el consumo de combustibles fósiles esté cambiando de manera tan radical nuestro clima que incluso esté obstaculizando nuestra capacidad para consumir más combustibles fósiles– no impidió que los pasajeros del vuelo 3935 reembarcaran y prosiguieran sus respectivos viajes. Tampoco se mencionó el cambio climático en ninguna de las principales crónicas y referencias informativas sobre aquel incidente.
Todos somos pasajeros
No soy yo quién para juzgar a aquellos pasajeros. Todos los que llevamos estilos de vida caracterizados por un consumo elevado, vivamos donde vivamos, somos –metafóricamente hablando– pasajeros de ese vuelo 3935. Enfrentada a una crisis que amenaza nuestra supervivencia como especie, toda nuestra cultura continúa haciendo justamente aquello que causó la crisis, incluso poniendo un poco más de empeño en ello, si cabe. Como la compañía aérea que trajo un camión con un motor más potente para remolcar aquel avión, la economía mundial está elevando su ya de por sí arriesgada apuesta, y está pasando de las fuentes convencionales de combustibles fósiles a versiones aún más sucias y peligrosas de las mismas: betún de las arenas bituminosas de Alberta, petróleo extraído mediante la perforación de aguas oceánicas profundas, gas obtenido por fracturación hidráulica (fracking), carbón arrancado a base de detonar montañas, etcétera.
Mientras tanto, cada nuevo desastre natural “sobrealimentado” por toda esta dinámica genera toda una serie de instantáneas que recalcan la ironía de un clima que es cada vez más inhóspito, incluso para las mismas industrias que más responsables han sido de su calentamiento. Así se vio, por ejemplo, durante las históricas inundaciones del 2013 en Calgary, que provocaron un apagón en las oficinas centrales de las compañías petroleras que explotan las arenas bituminosas de Alberta y que las obligaron a enviar a sus empleados a sus casas, mientras un tren que transportaba derivados del petróleo inflamables estaba suspendido a duras penas sobre las vías de un puente ferroviario que se desmoronaba por momentos. (...)
Convivir con esta especie de disonancia cognitiva es simplemente una parte más del hecho de que nos haya tocado vivir este discordante momento de la historia, en el que una crisis que tanto nos hemos esforzado por ignorar nos está golpeando en plena cara y, aun así, optamos por doblar nuestra apuesta precisamente por aquellas cosas que son la causa misma de la crisis.
Yo misma negué el cambio climático durante más tiempo del que me gustaría admitir. Sabía que estaba pasando, claro. No iba por ahí defendiendo como Donald Trump y los miembros del Tea Party que la sola continuación de la existencia del invierno es prueba suficiente de que la teoría es una patraña. Pero no tenía más que una idea muy aproximada y poco detallada, y apenas leía en diagonal la mayoría de las noticias al respecto, sobre todo, las que más miedo daban. Me decía a mí misma que los argumentos científicos eran demasiado complejos y que los ecologistas ya se estaban encargando de todo. Y continuaba comportándome como si no hubiera nada malo en el hecho de que llevara en mi cartera una reluciente tarjeta que certificaba mi condición de miembro de la “élite” del club de los viajeros aéreos habituales. (...)
El cambio climático no ha sido nunca tratado como una crisis por nuestros dirigentes, aun a pesar de que encierre el riesgo de destruir vidas a una escala inmensamente mayor que los derrumbes de bancos y rascacielos. Los recortes en nuestras emisiones de gases de efecto invernadero que los científicos consideran necesarios para reducir sensiblemente el riesgo de catástrofe son tratados como poco más que sutiles sugerencias, medidas que pueden aplazarse por tiempo más o menos indefinido. Es evidente que el hecho de que algo reciba la consideración oficial de crisis depende tanto del poder y de las prioridades de quienes detentan ese poder como de los hechos y los datos empíricos. Pero nosotros no tenemos por qué limitarnos a ser simples espectadores de todo esto: los políticos no son los únicos que tienen el poder de declarar una crisis. Los movimientos de masas de gente corriente también pueden hacerlo.
La esclavitud no fue una crisis para las élites británicas y norteamericanas hasta que el abolicionismo hizo que lo fuera. La discriminación racial no fue una crisis hasta que el movimiento de defensa de los derechos civiles hizo que lo fuera. La discriminación por sexo no fue una crisis hasta que el feminismo hizo que lo fuera. El apartheid no fue una crisis hasta que el movimiento anti-apartheid hizo que lo fuera.
De igual modo, si un número suficiente de todos nosotros dejamos de mirar para otro lado y decidimos que el cambio climático sea una crisis merecedora de niveles de respuesta equivalentes a los del Plan Marshall, entonces no hay duda de que lo será y de que la clase política tendrá que responder, tanto dedicando recursos a solucionarla como reinterpretando las reglas del libre mercado que tan flexiblemente sabe aplicar cuando son los intereses de las élites los que están en peligro. (...)
Un ‘shock’ de origen popular
He escrito este libro porque llegué a la conclusión de que la llamada “acción climática” podía proporcionar precisamente ese raro factor catalizador.
Pero también lo he escrito porque el cambio climático puede ser el catalizador de toda una serie de muy distintas y mucho menos deseables formas de transformación social, política y económica.
He pasado los últimos 15 años inmersa en el estudio de sociedades sometidas a shocks o conmociones extremas, provocadas por debacles económicas, desastres naturales, atentados terroristas y guerras. Y he analizado a fondo cómo cambian las sociedades en esos periodos de tremenda tensión, cómo esos sucesos modifican (a veces, para bien, pero, sobre todo, para mal) el sentido colectivo de lo que es posible. Tal como comenté en mi anterior libro, La doctrina del shock, durante las últimas cuatro décadas, los grupos de interés afines a la gran empresa privada han explotado sistemáticamente estas diversas formas de crisis para imponer políticas que enriquecen a una reducida élite: suprimiendo regulaciones, recortando el gasto social y forzando privatizaciones a gran escala del sector público. También han servido de excusa para campañas extremas de limitación de los derechos civiles y para escalofriantes violaciones de los derechos humanos.
Y no faltan indicios que nos induzcan a pensar que el cambio climático no sería una excepción en lo relativo a esa clase de dinámicas; es decir, que en vez de para incentivar soluciones motivadoras que tengan probabilidades reales de impedir un calentamiento catastrófico y de protegernos de desastres que, de otro modo, serán inevitables, la crisis será aprovechada una vez más para transferir más recursos si cabe a ese 1 por ciento de privilegiados.
Las fases iniciales de ese proceso son ya visibles. Bosques comunales de todo el mundo están siendo convertidos en reservas y viveros forestales privatizados para que sus propietarios puedan recaudar lo que se conoce como “créditos de carbono”, un lucrativo tejemaneje al que me referiré más adelante.
Hay también un mercado en auge de “futuros climáticos” que permite que empresas y bancos apuesten su dinero a los cambios en las condiciones meteorológicas como si los desastres letales fuesen un juego en una mesa de crap de Las Vegas (entre 2005 y 2006, el volumen del mercado de derivados climáticos se disparó multiplicándose por cinco: de un valor total de 9.700 millones a 45.200 millones de dólares). Las compañías de reaseguros internacionales están recaudando miles de millones de dólares en beneficios, procedentes en parte de la venta de nuevos tipos de planes de protección a países en vías de desarrollo que apenas han contribuido a crear la crisis climática actual, pero cuyas infraestructuras son sumamente vulnerables a los efectos de la misma.
Y, en un arrebato de sinceridad, el gigante de la industria armamentística Raytheon explicó que “es probable que crezcan las oportunidades de negocio de resultas de la modificación del comportamiento y las necesidades de los consumidores en respuesta al cambio climático”. Entre tales oportunidades se incluye no solo una mayor demanda de los servicios privatizados de respuesta a los desastres que ofrece la compañía, sino también “la demanda de sus productos y servicios militares ante la posibilidad de que aumente la preocupación por la seguridad a consecuencia de las sequías, las inundaciones y los temporales debidos al cambio climático”. Merece la pena que recordemos esto siempre que nos asalten las dudas en torno a la emergencia real de esta crisis: las milicias privadas ya se están movilizando. (...)
Pero ¿qué deberíamos hacer en realidad con un miedo como el que nos provoca el hecho de vivir en un planeta que se muere, que se va haciendo menos vivo cada día que pasa? En primer lugar, aceptar que el temor no se va a ir sin más y que es una respuesta perfectamente racional a la insoportable realidad de vivir en un mundo agonizante, un mundo que muchos de nosotros estamos contribuyendo a matar al practicar actividades y costumbres tan nuestras como hacer el té, ir en coche a hacer la compra diaria y, sí, reconozcámoslo, tener hijos.
A continuación, aprovecharlo. El miedo es una respuesta de supervivencia. El miedo nos impulsa a correr, a saltar; el miedo puede hacernos actuar como si fuéramos sobrehumanos. Pero tiene que haber un sitio hacia el que correr. Si no, el miedo solamente es paralizante. Así que el truco de verdad, la única esperanza, es dejar que el horror que nos produce la imagen de un futuro inhabitable se equilibre y se alivie con la perspectiva de construir algo mucho mejor que cualquiera de los escenarios que muchos de nosotros nos habíamos atrevido a imaginar hasta ahora.
Sí, perderemos algunas cosas, y algunos de nosotros tendremos que renunciar a ciertos lujos. Industrias enteras desaparecerán. Y ya es demasiado tarde para intentar evitar la llegada del cambio climático: está aquí, junto a nosotros, y nos encaminamos hacia desastres crecientemente brutales, hagamos lo que hagamos. Pero no es demasiado tarde aún para conjurar lo peor y queda tiempo todavía para que cambiemos a fin de que seamos mucho menos brutales los unos para con los otros cuando esos desastres nos azoten. Y eso, me parece a mí, merece mucho la pena.
Porque si alguna ventaja tiene una crisis así de grande y generalizada es que lo cambia todo. Cambia lo que podemos hacer, lo que podemos esperar, lo que podemos exigirnos de nosotros mismos y de nuestros líderes. Significa que muchas de las cosas que nos han dicho que eran inevitables simplemente no lo son. Y significa que muchas de las cosas que nos han dicho que eran imposibles tienen que empezar a ser realidad desde ya.
¿Podemos conseguirlo? Lo único que sé es que no hay nada inevitable. Nada, eso sí, excepto que el cambio climático lo transforma todo. Y, aunque solo sea durante un brevísimo tiempo en el futuro más inmediato, la naturaleza de ese cambio depende todavía de nosotros.
NAOMI KLEIN