2006/11/20

TEXTO INVITADO:
FERNANDO GARAVITO, ENTRE EL SILENCIO Y LAS PALABRAS

HOMENAJE “UNA CITA CON LA LIBERTAD”.
MENSAJE DEL OFERENTE EDISON MARULANDA PEÑA
Pereira, 16-11-2006

El periodista de New Yorker, Jon Lee Anderson, para hacer un perfil de ETA recogió diferentes fuentes, una de ellas es el escritor y columnista de El País de Madrid, Fernando Savater. “Durante cinco años Fernando Savater ha permanecido en lo que él ha denominado un ‘exilio interno’. Ha sido declarado blanco de asesinato por parte de la ETA (Euzkadi Ta Azcatasuna, Patria Vasca y Libertad), el grupo separatista que ha estado llevando a cabo asesinatos políticos desde 1968. Los ataques de ETA contra sus críticos han sido brutales y en España cerca de 750 personas se encuentran bajo el mismo tipo de protección policial que Savater” (revista Gatopardo, No. 12, abril de 2001, pp. 40-7).

Recientemente el periodismo del mundo libre fue sacudido por el asesinato de la reportera y analista política rusa, Ana Politkovskaya. Era corresponsal del periódico Novaya Gazeta. La prensa ha dado cuenta de su valiente labor, incluida su implicación como mediadora durante la toma de rehenes en el teatro Dubrovka. Cuatro (4) libros publicados en español: Terror en Chechenia, Una guerra sucia, La deshonra rusa y La Rusia de Putin, nos permiten entender el complejo conflicto de estas naciones y la infatigable búsqueda de la verdad en medio de las guerras de independencia de Chechenia; comprender la razón por la que a Ana Politkovskaya, se le consideraba como “la conciencia moral de Rusia”. Se presume que la causa de su muerte ha sido la persistencia en contar historias de la gente del común, que desenmascaran al tenebroso régimen del presidente Putin, las arbitrariedades del ejército ruso contra la población civil, de las que también son víctimas los jóvenes soldados que prestan el servicio militar obligatorio.

Alguien dirá –y con razón- que no tenemos que ir tan lejos para encontrarnos con el drama que envuelve a hombres y mujeres que han elegido ser fieles a un oficio, una misión, una idea, una convicción, o, simplemente, viven –vivían- en sitios del territorio colombiano donde se libra la guerra que nos torna en noticia truculenta de primera página y de titulares de los medios audiovisuales del planeta.

Está claro, entonces, que hoy no sopla el viento a favor de las libertades individuales tales como la de pensamiento y de expresión en todos los lugares del mundo. Ni siquiera en los Estados Unidos tras los ataques del 11 de septiembre, donde las restricciones del gobierno a cierto tipo de información (léase imágenes) y la autocensura de algunos medios pusilánimes son un virus que ha infestado una sociedad libre, aquella que se preciaba de vivir en “el reino de la libertad”.

Colombia a menudo recibe cuestionamientos de organismos internacionales en relación con este mismo problema. Desde hace décadas, se planean y ejecutan campañas de exterminio contra grupos políticos; contra seres desolados que de forma fría llamamos indigentes o de manera descalificadora “desechables”; también se amenaza y se elimina a periodistas y académicos, sindicalistas y promotores de los derechos humanos, artistas y estudiantes universitarios, entre otros. Aquí, las palabras igualdad y libertad se han escrito y se escriben con ríos de sangre, mientras la tinta se utiliza a menudo en los sellos.

Asimismo, hay otras víctimas, sin abolengos, con un denominador común: sobrevivían en la pobreza. Se trata de gente anónima que algunos quieren reducir a meras cifras de masacres, un dato, una fecha que apenas roza la memoria, nuestra memoria de tan corta duración.

Hasta que irrumpe alguien, empeñado en atraer la atención sobre estas historias, con nombres y rostros, actividades y sentimientos, frustraciones acumuladas y placeres apenas soñados. En medio del sopor colectivo, alguien nos arroja a la cara palabras ensangrentadas desde una columna semanal. Son palabras como Mapiripán y Necoclí y Tamborales y Dabeiba y Encimadas y Barrancabermeja y Uribia y Bojayá y Portete y El Salado y Colosó y Maríalabaja y Macayepo y Chengue. Todas estas, que solían ser palabras sonoras, significativas y hermosas, que olían a vida simple de gente esforzada, ya no podrán serlo jamás, jamás, nunca más. Porque hoy estas palabras condensan todo el terror, todo el dolor, toda la tristeza de los colombianos y las colombianas, que todavía esperan justicia, verdad y reparación…

Alguien que escribe, que conoce a fondo el oficio de escribir, como Fernando Garavito, el hijo del hogar decente y pobre de un maestro y una maestra, se interesa en visibilizar la tragedia de los “sin nombre”, que ya son muchedumbre; en explicar las raíces de nuestra crisis ética, se empeña quijotescamente en derruir a golpes de palabras portadoras de denuncias y de análisis, de contextos y de hechos, todos los mitos del poder representado en una tríada: la política, los grupos económicos y los medios de comunicación. Y lo intenta como escritor público, ejerciendo el periodismo de opinión, por el que optó en el epílogo de su vida periodística.

Es pertinente recordar su concepción del ejercicio del periodismo escrito, que no es sacada de ningún manual, sino que brota de una vivencia reflexionada. “Durante treinta de mis treinta y cuatro años de periodista traté –nos dice en el texto EL COMIENZO DEL FIN, de tono autobiográfico- de ser sólo un obrero de la palabra, respetuoso de la información y de los mecanismos para depararla. Nunca abrigué ambición alguna, y mi desvelo permanente fue mi lector, jamás mi billetera. Durante ese período los medios se derrumbaron, porque no lograron entender que ellos se deben no al capital que alguien invierte sino al más anónimo de sus usuarios”.

Se diría que toda su vida ha sido una apuesta, más que por el periodismo, por la escritura como un fin mayor; su relación con la literatura es un amor no resuelto que él ha problematizado en sus lucubraciones, desde que “el periodismo abrió sus fauces y me devoró –y me trituró- para siempre”. Por esto tras meditar una y otra vez en ella, concluye que “la escritura, se sabe, es una sed, una llaga que no acaba nunca de curarse”.

Fernando Garavito tampoco exime de responsabilidad a los escritores y cierto tipo de escritura que hoy está en boga, en lo que atañe al desbarajuste nacional, o la “hecatombe”, retomando una de las palabras rotundas que él suele usar. Y fustiga, sin vacilación, porque el lenguaje no es inocente. En un ensayo extenso titulado “María Mercedes Carranza, toda la tierra sobre ella pesa”, (prólogo del libro de Alfaguara con la obra completa), además del estudio profundo, del conocimiento de la poesía de diferentes épocas y lenguas y sus cultores, de arriesgar una tesis sobre la poesía de Carranza, Garavito reflexiona sobre el rol de los escritores colombianos de hoy, con su estilo que alberga la sinceridad, la fuerza expresiva, la claridad del razonamiento, todo aquello por lo que se le abomina o se le admira.

“Dentro de ese conjunto de iniquidades y de torpezas, es usual que los escritores dejen de formar parte de la resistencia y se trasladen, con sus bártulos de palabras y de adjetivos, a la acción política que no conduce a parte alguna. Escritores de izquierda, escritores de derecha, escritores de centro, que por ese sólo hecho dejan de ser escritores. Si hay un tercero excluido por antonomasia, ese tal debe ser el escritor, que no es ni víctima ni victimario y cuya única tarea es la de optar por la vida. Pero, desde hace mucho, los escritores colombianos de cualquier pelambre y condición (y generación) dejaron de optar por la vida y pasaron a optar por el mercado. La venta determina su calidad. Como en las telenovelas. Y la venta, a su vez, es determinada por el gesto. En ese derrotero la ética resulta lesionada. El oficio del escritor es escribir desde los meandros de la conciencia común, sobre aquello que hace de su época un instante único en la historia del hombre, y ubicar su yo individual dentro de ese instante, como un elemento valioso para el propósito de aportar luces y sombras al proceso colectivo. Pero el mercado lo ha lesionado todo. Cada uno de los libros que se escriben como nuevos factores de ese juego macabro, termina por ser un salto al vacío, dentro del cual la literatura deja de ser literatura y pasa a ser o banalidad o panfleto. No es una regla invariable, claro está. Pero algo va del García Márquez que escribió El coronel no tiene quien le escriba, al que memorizó un país que no es el nuestro (que no fue el nuestro) en Vivir para contarla. Y algo de La cárcel, de Jesús Zárate, a las ligerezas peso pluma de Rosario Tijeras, la deleznable novela de Jorge Franco”.

Ahí está el talante del hombre crítico. Y en Colombia, la crítica, ya lo sabemos, es un ave exótica que incomoda a las aves nativas, por no decir al resto de nuestra fauna. “Cuando a la crítica se le adicionan elementos que sobrepasan el simple y llano territorio intelectual (odio, amor, amistad, fastidio), la pobre siente que le ponen zancadilla”, sentencia de Garavito con tono de aforista (“Ballet es Welton”, El Espectador, 10 de diciembre de 2002).

Me parece escuchar una de esas voces que siempre salen al paso descalificando a quien cultiva la crítica: “es que no es propositivo”, señala ese hipotético contradictor, para rehusarse al debate. Pues, Fernando Garavito, si ha presentado una propuesta seria. Se trata del lenguaje, sin el cual no es posible construir sujeto, país, ciudadanía, democracia o la esfera de lo público.

¿País? Y así llegamos al tema que es una obsesión de este escritor desterrado. Incontables son los textos y artículos de su producción intelectual dedicados a mirar y a pensar El País. Y uno se topa, por ejemplo, con el libro EL VUELO DE LAS MOSCAS. Ahí está una rica gama de comentarios, de reflexiones, de análisis sobre Su Gran Tema (con mayúscula). Los siete capítulos y sus títulos son una constatación de lo dicho: El país que fue, una oportunidad para el amor; El País que es, henos aquí pensando; El País que no es, historias con el mago de Oz; El País de ellos, de pipiripao; El País que no será, jaula y macacos; El país que será, después del teatro; El país del silencio, estar corderos.

Para la escritura, como para cualquier tipo de creación, es imprescindible la libertad individual. Digamos entonces algo más al respecto.

El pensador judío-inglés Isaiah Berlin, en “Cuatro ensayos sobre la libertad”, en la última parte del texto, donde se ocupa de examinar el aporte de John Stuart Mill a la reflexión sobre la idea y el valor de la libertad individual, plantea una pregunta: “Qué precio es justo pagar por el gran bien de la libertad de expresión?” Y Berlin, dice de inmediato, “sin duda alguna uno muy caro; pero ¿sin límites? Y si no, ¿quién dirá qué sacrificio es, o no es, demasiado grande? Mill continúa diciendo que una opinión considerada como falsa puede ser, no obstante, parcialmente verdadera porque no hay una verdad absoluta sino solo diferentes caminos hacia ella”.

El tema da para una fecunda discusión y ya se sabe que alrededor de esta idea se alinean dos bandos. Los defensores fervorosos frente a los antagonistas irreductibles de la libertad individual. Acerca de estos últimos señala Karl Popper que “los enemigos de la libertad han acusado siempre a sus defensores de propósitos subversivos. Y casi siempre han logrado persuadir a los cándidos y bien intencionados”. No puede negarse que la otra cara de la libertad es la responsabilidad. Pero también hay que aceptar la mayoría de edad del ciudadano(a) para, como diría Kant, atreverse a pensar por sí mismo, que significa “un pensar libre de prejuicios”.

A los colombianos nos cuestan demasiado dos cosas: 1. Salir de la minoría de edad, esto es, superar la incapacidad de servirse del entendimiento, sin la guía de otro; 2. Respetar el derecho humano a la libertad de pensamiento y de opinión de quien decide “pensar por sí mismo”. De otra parte, la obra de Fernando Garavito, que reúne ensayos, poemas, periodismo literario y de opinión, biografías, perfiles, libros inéditos de literatura y que están en su famoso “ridiculum vitae” –les doy una primicia- será nutrida por dos nuevos títulos que se publicarán el próximo año, en una editorial de Bogotá. Se trata de una antología de Juan Mosca, en la que anuncia la muerte del bicho, y otra con una selección de textos inéditos suyos que plantea su resurrección literaria después de varios años de silencio. El de Juan Mosca –su alter ego- se llama "Tentación de lo efímero", y el que firma Fernando "Banquete de Cronos". Ofrezco en nombre de sus lectores y lectoras de Pereira, de todos los que asumimos la democracia como un modo racional de convivir, este cálido homenaje, realizado con la convicción de que su obra tiene el mérito de poder resistir varias lecturas; también por su valiente acción de decirnos verdades como el contubernio entre política y paramilitarismo, desde hace años arriesgándolo todo, y que hoy la Corte Suprema de Justicia y la Fiscalía General de la Nación, están corroborando. En Pereira todavía existen la solidaridad y el amor por la libertad…Esta noche han reverdecido estos valores gracias a ustedes. MUCHAS GRACIAS.

1 comentario:

OrlandoParraG. dijo...

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