¿PARA QUÉ SIRVE LA MUERTE DE "JOJOY"? (*)
publicado como HAY QUE CERRAR EL CICLO en La Tarde http://www.latarde.com/index.php?option=com_jumi&fileid=1&idnota=31394
Hace aproximadamente 10 años, se acuñó el término BRIC asociado a los países que paulatinamente marcarían el futuro de la humanidad. Al principio muchos eran escépticos, pero, finalmente Brasil, Rusia, India y especialmente China, demostraron que las perspectivas eran correctas. Ahora son los CIVETS, Colombia, Indonesia, Vietnam, Egipto, Turquía y Sudáfrica, empero, diversos analistas coinciden en que nuestro país tiene retos para mantenerse en ese grupo, uno es superar el conflicto armado interno más largo en la historia reciente del planeta. La muerte del Mono Jojoy puede ayudar en esa senda.
En general las guerras, internas o externas, tienen pocas formas de resolverse, en esencia dos: la derrota de uno de los adversarios o la llegada a un equilibrio de fuerzas que conduce a un empate militar negativo –donde ninguno es capaz de derrotar al oponente- y entonces se alcanza, paulatinamente, un acuerdo de paz. Entre una forma y otra existen variables, pero esencialmente son esas dos. Todas ellas las hemos vivido desde la conquista, pasando por los levantamientos coloniales, las guerras civiles del comienzo de la república finalizadas con la derrota de las posturas liberales por las conservadoras en la guerra de los mil días, hasta llegar al –relativo- empate de esa guerra civil nunca declarada que damos en llamar “la violencia” expresado en el pacto de No agresión del bipartidista frente nacional, luego los diálogos –bajo una gran presión militar, la caída de los paradigmas ideológicos con el derrumbe del experimento socialista en Europa oriental así como el inicio de los triunfos de las izquierdas desarmadas en América latina, hoy con ex guerrilleros de Presidentes – que llevaron al M19, al EPL, y a varios grupos más a optar por la vía democrática hace 20 años y, finamente la guerra que perdió el cartel de Medellín con el estado (y el apoyo de “la mesa del diablo”) en los 90s. Experiencia acumulada tenemos pues y mucha.
Las FARC (y el ELN) son uno de los sumarios históricos que necesitamos cerrar y, bien, para poder avanzar en el siglo XXI y ganarnos ese sitial económico donde los más optimistas nos ponen. Muchas cosas simboliza que este grupo haya pasado de ser unas decenas de personas (1948) y familias (1964) asentadas en unas encumbradas veredas, a una organización que para los 90s estaba a punto de llevar el conflicto armado interno colombiano al citado empate militar negativo cuando copaba y aniquilaba importantes estructuras de nuestro ejército, pasando por haber sobrevivido a la conversión durante estos años de la política de seguridad democrática, cimentada durante los diálogos de paz del Caguan de Pastrana con el Plan Colombia, en política de estado, independientemente de quien esté gobernando. Esa persistencia se puede explicar por varios factores, citemos tres: Las “condiciones objetivas” de las que hablaba Belisario Betancourt en los 80s: una serie de injusticias socio económicas aún sin resolver (que por si solas NUNCA justifican la violencia, pues pobreza e inequidad a peores niveles hay en la mayor parte de los países del planeta). El narcotráfico, o mejor, el consumo de estupefacientes -22 millones de personas consumen hoy droga en EEUU según su propia oficina del censo- que ha expandido todas las formas de violencia incluida la corruptora cultura del “todo por la plata”. Y, tercero, las enormes debilidades en la conformación de nuestro estado nación, dado entre otras nuestra compleja topografía, expresada especialmente en su ausencia en las zonas de frontera tanto agrícola como política que ha potenciado a lo largo de nuestra historia el que diversas formas ilegales de poder armado se conviertan en delirantes para-estados. La combinación de estas situaciones: nuestra inequidad socio económica en medio de la ausencia del estado intensificadas con el combustible del narcotráfico ha configurado, entre otros factores, el terreno ideal para que éste grupo se vaya ido degradando al vivir 46 (62) años en guerra: Todo el (micro) mundo de Jojoy, hijo de combatientes fundadores de las FARC, se desarrolló en medio de tales situaciones, y las mismas, después de su muerte, persistirán.
Es posible que las FARC estén debilitadas, y mucho, empero las aniquilaciones totales de estos grupos son quiméricas: en 1973 al ELN, y en 1980 al M19 le quedaban combatientes contables con los dedos de las manos, pero sobrevivieron y volvieron a crecer. Igual ha ocurrido con ETA y otras en el mundo. Hace escasas semanas el comandante máximo de las FARC ofreció dialogar y el actual (y sorprendente) Presidente de la República le puso condiciones. Estas derrotas fortalecen esas condiciones. Empero, la clave del proceso NO son las FARC (ni el ELN) y su desmovilización y posterior reinserción ordenada o caótica (como se dio con los bandoleros sobrevivientes de “la violencia” de los 40s y 50s y que podría repetirse ahora con tanto aparato armado delincuencial rondando). Si nosotros como nación queremos realmente merecernos ese sitial dentro de los CIVETS debemos acometer las revoluciones democráticas pendientes en pro del desarrollo humano integral, por ejemplo la que lidera el actual ministro de agricultura; la tributaria y al sistema financiero que redistribuya nuestras inmensas riquezas de una manera más equitativa; la presencia más preventiva que represiva del estado en absolutamente todo el territorio nacional; el impulso de un amplio y persistente debate en la ONU en torno a la formalización y control estatal del consumo de narcóticos en el planeta, etcétera…; esos pasos, continuando con la presión militar estratégica y de largo aliento que viene fructificando, configurarían la “salida digna” para las FARC (y el ELN), pero, màs importante aún: nuestro posicionamiento como una mediana potencia económica mundial; de esa manera, la caída de estos 18 máximos comandantes de las FARC, todos ellos con su reemplazo ya listo: el de Jojoy al parecer es “el paisa”; servirán, realmente, de algo
(*) Mg. Orlando Parra G.
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