Opinión |22 Mayo 2011 - 1:00 am
Tres rupturas
Por: Humberto de la Calle
LA ÉLITE RESOLVIÓ DIMITIR AL menos en tres cuestiones consubstanciales a la configuración de una sociedad debidamente integrada.
Superadas las guerras federales, esa élite prefirió tener un ejército de campesinos conscriptos para que salvaguardara sus riquezas y mantuviera el orden. El generalato no provenía, con notables excepciones, de las grandes familias propietarias. Esto nos evitó, en grandes líneas, el golpe de Estado, pero impidió que tuviésemos un verdadero “ejército nacional” en el sentido de un ejército de todos. Nos libramos de los encopetados generales de corte argentino, flor y nata de la clase alta, pero dimitimos en la tarea de la defensa nacional. Hoy, claro está, democracias maduras tienen ejércitos profesionales. Pero primero decantaron, quizás a consecuencia de las guerras, un ejercito policlasista. Era un orgullo de todos pertenecer a la fuerza armada, punto de encuentro de la nación.
La educación es uno de los mayores impulsores de la desintegración social. Por mucho que mejore la cobertura y la calidad de la educación pública, el problema no es sólo ese. En esta sociedad, los dados están cargados. Dime dónde estudiaste y te diré hasta dónde puedes llegar. También la élite dimitió de la educación y la convirtió en un pobre oficio sindical. Lo triste es que esto no fue siempre así. En la primera mitad del siglo pasado, la clase dirigente provenía de la Universidad Nacional. Yo mismo, alumno de un colegio de curas, reconozco el amplio espectro social de mis compañeros. Claro que había clases sociales, pero uno buceaba en todas, con más o menos prejuicios, pero la escuela era otro punto de encuentro de todos. ¿Cuántas niñas de clase alta han montado en buseta?
Y la justicia. Este fue un fenómeno posterior. Hasta hace poco, la crema y nata de las universidades pasaba de manera directa a la judicatura. ¿Cuántos chicos de la Universidad de los Andes quieren realmente ser jueces municipales? Si una sociedad no encumbra a sus jueces, no por origen social sino por respeto institucional, realmente está perdida.
He exagerado. Pero la caricatura, muchas veces, es la más certera visión de la sociedad. Y no por su moderación, sino precisamente por sus deformidades.
Con todo y el impulso soberbio de la Constitución, la desintegración del tejido social es evidente. Y, al menos en algunos aspectos, creciente. Por algo somos una de las sociedades menos equitativas del planeta. Sacamos pecho por la solidez de nuestras instituciones y miramos por encima del hombro a nuestros vecinos, en manos de los evos, los correas y los chávez. Cuidado. No seamos tan sobradores. La única explicación para que el populismo no haya hecho presencia aquí, son las Farc. La tarea histórica de este grupo ha sido la más grande contribución al afianzamiento de una élite a la cual le importa un pito el concepto de igualdad.
No alcanzará la élite privilegiada a agradecer a las Farc su magnífica tarea.
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La Comisión para la Equidad de la Mujer del Congreso denuncia que hay un proyecto de ley que, en la práctica, le quita efectividad a la norma que promueve la equidad de género en política. Un retroceso. Volveremos sobre el tema.
en http://www.elespectador.com/impreso/opinion/columna-271654-tres-rupturas
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