El país detrás del 'usted no sabe quién soy yo'
Analistas aseguran que la
polémica frase refleja una problemática social que merece atención.Por: IRENE
LARRAZ | 4:57 a.m. | 8 de marzo de 2015
Si Colombia fuera un país más
democrático e igualitario, el ‘usted no sabe quién soy yo’ de Nicolás Gaviria
jamás se habría producido. (Lea:
¿Usted sabe quién es Nicolás Gaviria?)
Y aunque el acto fue repudiado
por el conjunto de la sociedad y hasta el Presidente de la República se
pronunció sobre el tema, queda claro que aún hay personas que piensan que no
todos los colombianos son iguales ante la ley.
Así lo evidencia el video que el
país entero vio y en el que Gaviria, de 29 años y en estado de embriaguez,
agrede impunemente a unos policías que acudieron a atender un llamado por una
riña del citado personaje con unos taxistas, en el norte de Bogotá.
Entre empujones, primero amenazó
a los uniformados con enviarlos al Chocó; después intentó amedrentarlos con una
supuesta llamada al director de la Policía, el general Rodolfo Palomino, y por
último les advirtió que era sobrino del expresidente César Gaviria, cosa que
resultó ser falsa.
El problema es que no se trata de
un caso aislado. La lista deepisodios similares que han trascendido a la
opinión públicarecientemente es larga.
El país aún tiene frescas las
imágenes en las que un airado hijo del magistrado Luis Gabriel Miranda, en
aquel entonces presidente de la Corte Suprema de Justicia, arremetió contra
unos policías que se atrevieron a interrumpirlo cuando, al parecer,
protagonizaba actos indecorosos con su novia a bordo de un carro oficial.
O el episodio del entonces
senador Eduardo Merlano, que tras ser detenido conduciendo en estado de
embriaguez y sin licencia, se negó a que le practicaran la prueba de
alcoholemia e increpó a los agentes: “Llamemos al coronel de la Policía. ¿Cómo
me va a tratar usted así? Llamemos a su superior y no pasa nada (...) Yo soy
Senador de la República. ¿50 mil personas votaron por mí y ustedes me van a
faltar al respeto?”.
El exsenador Eduardo Merlano.
Foto: Archivo particular.
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Apenas dos ejemplos de la
extendida práctica del ‘usted no sabe quién soy yo’: personas que por
abolengo, dinero o el cargo que ocupan reclaman unos privilegios que la ley no
les concede, y pretenden ponerse por encima de los demás. (Vea
aquí: Los escándalos de la política colombiana)
Sin un contrato social
La Constitución ampara la
igualdad entre todos los ciudadanos, y difícilmente alguien sostendría en
público lo contrario, señala Jorge Ravagli, sociólogo y profesor de la
Universidad de la Salle. Sin embargo, anota, “una cosa es el país legal y otra
el país real”.
“Esto pasa porque funciona”,
sentencia con crudeza el expresidente de la Corte Constitucional Carlos
Gaviria, quien explica: “Uno sabe que aquí hay privilegios y que son tenidos en
cuenta; que hay apellidos influyentes y que hay roles sociales que inmunizan
frente a la actuación de la autoridad”. O como ironiza el periodista Daniel
Samper Pizano, “porque aquí hay unos ‘más iguales’ que otros”.
Y el poder de esto se demuestra
en que hasta la propia autoridad les teme a estas castas de supuestos
privilegiados, y tiene una actitud muy cautelosa ante ellos.
Prueba de lo anterior es el regaño
que recibieron los subalternos del mayor Gilberto Pulido, excomandante
operativo de la policía de tránsito de Bogotá, cuando un grupo de sus hombres
hizo bajar de un Uber al excapitán de la selección nacional de fútbol Mario
Alberto Yepes. “Cómo hijueputas lo para un policía, lo baja del carro y le dice
‘no, es que esto es de Uber’, y lo ponen a esperar taxi (...) Pues sí, es un
ciudadano común y corriente, pero es una estrella, que lo que diga él, nos
botan. ¿Dónde está el comandante de ese policía?”, se le oye decir al oficial
en un audio.
“La humanidad –agrega Ravagli– ha
estado sujeta a representaciones de castas o linajes durante siglos, y la
idea de la superioridad heredada tiene unos fundamentos culturales previos a la
idea de ciudadanía y de igualdad ante la ley, que perviven en el subconsciente
colectivo. Incluso los afectados o los no privilegiados también sustentan este
sistema. No debería sorprendernos que estas conductas no se borren de un
plumazo”.
Y esto es particularmente fuerte
en sociedades como la colombiana, donde existen fronteras de segregación de
clases muy potentes, apunta el abogado y politólogo Mauricio García Villegas,
profesor de la Nacional: “Aquí las clases sociales nunca se encuentran, ni
siquiera en el fútbol. Los ricos y los pobres solo se encuentran en
situación de subordinación, cuando el rico tiene contratado al pobre para algún
servicio, o algo así, pero en situación de ciudadanos nunca están juntos”.
En eso, la educación también
juega un papel crucial: “A esta gente se le ha educado desde que nace en el
hecho de que son personas importantes o poderosas, y que tienen que adoptar una
posición de superioridad: ‘hacerse respetar’, ‘no dejarse’ ”, dice Camilo
Herrera, consultor de la firma Raddar, encargada del Estudio Colombiano de
Valores.
Es lo que Ravagli llama ‘la
soberbia de la elite’, un sentido de honor que exige reaccionar ante cualquier
agresión a ese estatus de superioridad, lo que genera mucha conflictividad.
Carlos Alberto Uribe, antropólogo
de la Universidad de los Andes, lo califica de “intrusiones de nuestro pasado
señorial y patriarcal en el presente”. Y dice: “Los criollos se autoproclamaban
‘blancos’, ‘españoles’ y, en consecuencia, ‘hidalgos’ (esto es, hijos de alguien
importante), y creían que debían recibir respetos y reverencias especiales de
mestizos, negros e indios, que componían el resto de la sociedad. Esos hidalgos
son los remotos ancestros de nuestros ‘doctores’, generalmente hombres
poseedores del conocimiento, en especial de la ley”.
García Villegas recuerda que
“cuanto más arriba se estaba en la escala social, más fueros y libertades se
tenían, y más abusos se permitían. Y la independencia, en vez de traer un
nuevo contrato social, basado en la igualdad, potenció que un mayor número de
gente quisiera tener el poder de desobedecer”.
Y eso sigue pasando hoy, dice
Gaviria: “Somos conscientes de que hay una élite que está bastante al margen de
las cargas y obligaciones sociales, y todo el mundo quiere insertarse en alguno
de esos sectores, justamente para inmunizarse frente a la acción de la justicia
o de la policía”.
Es la doctrina del camino fácil,
la picaresca, el avivato, el que acorta caminos y utiliza métodos poco
convencionales y poco legales para salir adelante con lo que se propone, “y que
encima está muy bien visto y siempre ha sido celebrado”, dice el exsenador e
investigador social John Sudarsky. Y añade: “Las roscas y los grupos de ayuda
son mucho más importantes que los méritos, porque reflejan a gente que ‘la ha
sabido hacer’. Esos elementos finalmente le ganan a la ley; nos quedamos en el
momento precontractual de toda sociedad moderna”.
Depende del contexto
Sudarsky defiende que esta
doctrina del ‘ventajismo’ se sustenta en que “todos lo hacen”.
García Villegas explica que
“buena parte de lo que hace que las personas cumplan las normas e incluso se
vuelvan altruistas es la reciprocidad: las personas cumplen más las normas
cuando ven que los demás las cumplen. Está comprobado, por ejemplo, que la
gente paga más impuestos cuando ve que la otra gente los paga, o que respeta
una fila cuando el resto lo está haciendo. Un conductor de un carro que en
Bogotá incumple todas las normas de tránsito, se va a Miami y de un momento a
otro se vuelve el mejor conductor del mundo. Pero es muy difícil ser cumplidor
en un ambiente donde se siente que si cumples, sales perdiendo”.
La huella del narcotráfico
Un potenciador importante de esta
problemática ha sido el narcotráfico, que creó nuevas élites, pero despreciadas
social y políticamente, que se abrieron paso a punta de dinero y de amenazas
físicas a quienes cuestionaban su poder. Una situación que puede resumirse en
otra frase muy extendida en nuestra sociedad: ‘usted no sabe con quién se está
metiendo’.
“Estos nuevos ricos tenían la
necesidad de ratificar su estatus socialmente, de ahí su ostentación obsesiva y
también las amenazas a aquellos que no los respetaran”, comenta Ravagli.
“La gran y perversa herencia del
narcotráfico es la idea de que el dinero es lo que da el estatus social, un
estatus indiscutible que puede comprar autoridades, instituciones o personas, y
que no tiene límite”, agrega.
La vieja noción del linaje tuvo
que empezar a convivir con la de la plata pura y dura. Y eso comenzó a generar
comportamientos como el del famoso futbolista Faustino Asprilla, quien hace 22
años desafió públicamente a un periodista con la siguiente frase: “Yo me gano
50 millones de pesos mensuales y usted no se gana nada”.
Un costo alto
La vieja expresión de que ‘la ley
es para los de ruana’ demuestra hasta qué punto va la gravedad del problema en
Colombia.
El exalcalde de Bogotá Antanas
Mockus explica que cuando uno ve que las autoridades aplican el mismo criterio
para todos “eso ayuda a aceptar más fácilmente el castigo, pero si usted ve
unas personas que piensan que como tienen tal apellido (o mucho dinero), no las
van a castigar, eso desmoraliza al que sí es castigado. Mi experiencia en la
Alcaldía de Bogotá fue muy clara: cuando aplicas los mismos criterios siempre,
la gente entiende que la ley es para todos y que a veces tiene que hacer un
sacrificio para cumplirla. Una ley que sea aplicada con igual rigor para todos,
es una ley legítima”.
Y Samper Pizano añade que es
“muy importante que a la gente a la que se le falta el respeto, como a la
policía, no importa cuán modestos sean, denuncien. En la medida en que lo
hagan, los que creen tener privilegios se cuidarán mucho más de sacarlos a
relucir en situaciones adversas”.
Las sanciones sociales son
importantes. Y las redes están cumpliendo un nuevo y gran papel en este
terreno, pero también se necesita que el Estado se haga sentir y defienda en la
práctica los conceptos de igualdad y autoridad.
Un gran ejemplo de cómo deberían
ser las cosas es la condena que recibió esta semana Andrew Mitchell, exministro
de Cooperación Internacional del Reino Unido.
En el 2012, este alto funcionario
acudió en bicicleta al domicilio del Primer Ministro. Los policías le pidieron
que se bajara de la bici y entrara por la puerta peatonal. Pero el político los
encaró y los llamó “jodidos plebeyos”.
La ofensa no solo lo obligó a
renunciar, sino que, además, la justicia lo acaba de condenar a pagar 80.000
libras esterlinas (unos 311 millones de pesos) a los uniformados ofendidos.
Roberto Da Matta, antropólogo
brasileño, dice que en casos de conflicto en las sociedades más modernas e
igualitarias, como Francia o Estados Unidos, es muy frecuente escuchar la
expresión ‘usted quién se cree’, que es una reacción ante quien se quiere poner
por encima, justo lo contrario del ‘usted no sabe quién soy yo’.
Piden condenas más severas
Nicolás Gaviria podría pagar 5
años de prisión por agresión a servidor público, después de que agentes de la
Policía denunciaron al joven. Incluso, el presidente, Juan Manuel Santos, dio
la instrucción a los uniformados de que “cuando alguien se les enfrente
envalentonado y le diga a cualquier patrullero o agente ‘usted no sabe quién
soy yo’ inmediatamente lo lleven a la estación para que averigüen quién es.
Tienen esas instrucciones”.(Lea
también: Nicolás Gaviria ofrece disculpas al país por su comportamiento)
El general Rodolfo Palomino,
director de la Policía, también señaló que el Código de Policía que se está
tramitando en el Congreso incluye sanciones más fuertes. “La policía con mucha
frecuencia se encuentra con estos casos, y la autoridad tiene que hacer cumplir
las normas aunque traten de intimidarla”, advierte.
IRENE LARRAZ
Redacción Domingo
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