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2020/12/01

Colombia necesita un acuerdo sobre lo fundamental (3)

 Continuando con la reflexión sobre las encuestas de los últimos 20 años, varias cosas quedan claras: No somos un país de optimistas: contradictorio con las encuestas que dicen que somos felices. Nos irrita la situación del campo, la pobreza, el orden público, y especialmente la corrupción. Desde nuestros abuelos, nunca nos hemos sentido “seguros”, en los últimos años el narcotráfico pesa mucho en esa sensación. Poco creemos en las instituciones, a duras penas, y en bajada, le creemos a la Iglesia, empresariado y fuerzas militares. Estamos llenos de bombas de tensión social: por si NO se han dado cuenta llevamos dos estallidos sociales, uno en el 2019 y otro mayor en el 2020: sólo contenido, momentáneamente, por la pandemia.

 La paz sigue siendo un anhelo nacional. Todo el que se opone a ella termina desgastado, apoyado sólo por una minoría salvaje la cual cree que la violencia o la guerra soluciona algo. Empero discrepamos sobre cuánta justicia ceder para llegar a la paz (posiblemente el pésimo recuerdo de las amnistías que se dieron hasta hace unos 10 años está en el inconsciente colectivo). El balance de justicia y paz con los paras NO es tan malo, pero es poco conocido. Y se le pide demasiado a la Jurisdicción especial para la paz: en un país donde la justicia, en general, poco ha funcionado. 

 Por lo menos 1 de cada 4 colombianos y a veces 1 de cada 3, son cómodos: quieren la paz, pero sin aportar un peso, o sin respetar a quien piense diferente, ni siquiera quieren perdonar, y eso que las reales víctimas del conflicto en su absoluta mayoría si lo han hecho. ¿Qué vamos a hacer con esa minoría que se atraviesa frente al anhelo de la mayoría?... 

Pero #HayEsperanza, datos como la paulatina aceptación del “matrimonio civil entre parejas homosexuales” o “la adopción de menores de edad por parte de parejas del mismo sexo” muestran que nos acercamos al centro-cultural y vamos dejando el país, godo, atrasado y miedoso…

 Esa apertura mental, nos debe servir para abordar “el” macro-problema nacional: la coca, desde su sembradío hasta los enormes recursos que genera su exportación. Casi todos estamos de acuerdo en el “qué” pero no en el “cómo” resolverlo. Algunos insisten en una guerra que llevamos desde 1971 ¡hace 50 años! Olvidando que la primera extradición fue en 1985 ¡hace 35!([i]) ¡Ni siquiera con llamamientos de la ONU aceptan que es un FRACASO! ([ii]) …a veces da la impresión que no sólo a los narcotraficantes les conviene que sigamos fracasando sino a ciertos actores “legales” ¿se imagina cuántos contratos hay para seguir en el error? ¿Cuántas coimas hay en esos contratos?

 Es un error también seguir hablando de “Legalizar el tráfico y el consumo de drogas en Colombia”, pues una amplia mayoría, superior al 70%, está en desacuerdo. No avanzaremos por ahí. Lo que hay que construir es un gran acuerdo nacional en torno a cómo romper el ciclo en su eslabón inicial y más barato: los campesinos que cultivan la coca. Está claro que las fumigaciones, la erradicación forzosa de cultivos ha fracasado ¡Hay que encontrar una salida! ¿por qué en Perú y en Bolivia la hoja de coca tiene otros usos?.  En ese gran propósito, dos congresistas risaraldenses, el uno Verde, el senador Marulanda, el otro del CD, el representante Vallejo, han liderado el esfuerzo por llegar a ese acuerdo (Drive: https://tinyurl.com/y3ju6w9l ) ¡ojalá aceleren pues les quedan pocos meses o años en el congreso!

2020/11/18

Colombianos: paz sí, pero… (2)

 Siguiendo con los datos de la columna pasada, desde antes del gobierno Samper (cuando la guerrilla destruía batallones enteros y se llevaba soldados y policías a la selva) hasta el 2001 al momento de cerrar los diálogos del Caguán y comenzar otra fase de la guerra co-financiada por EEUU con el “plan Colombia”, la mayoría creía que la guerrilla sí podía tomarse el poder, de hecho, una minoría del 8% o más persistentemente ha manifestado que no son derrotables y por el contrario pueden tomárselo. Durante los 8 años del gobierno Uribe la mayor parte estaba de acuerdo en perder algunas libertades para tratar de mejorar la seguridad (¿suena a seguridad democrática?) pero ya a fines de ese gobierno y hasta ahora no es claro quién tiene las mayorías:  hay un 39% o más que sigue de acuerdo, frente a un 38% o más que nunca ha estado de acuerdo.

 

Desde abril del 2003 (Uribe 1) a la fecha, los mayores grupos de encuestados creen que hay que “insistir en diálogos hasta lograr acuerdos de paz”: hoy es el 69%. Hay una minoría del 19% o más que constantemente ha respondido “no dialogar y tratar de derrotarlos militarmente”, así, la mitad oscila entre acuerdo y desacuerdo con que el gobierno colombiano mantenga suspendidas las negociaciones con el ELN. Si bien existe ese permanente clamor de dialogo, durante los gobiernos Uribe la mayoría estaba de acuerdo con sacrificar parte de la justicia para negociar la paz; pero desde finales de ese gobierno y hasta ahora, ya está en desacuerdo (¿qué sucedió?).  Empero hay un sólido 32% o más que siempre ha estado de acuerdo. Sobre la JEP, jurisdicción especial para la paz, las encuestas muestran una posición muy pareja, pero hay un 46% que nunca ha tenido una imagen favorable de ella, frente a un 34% o más que siempre la hemos respaldado.

 

Con momentáneas oscilaciones, somos más quienes estamos de acuerdo en pagar impuestos para darle ese dinero a las víctimas de la violencia, frente a un 33% o más que desde el 2011 han estado en desacuerdo. Durante todo el gobierno Santos y hasta el primer año de Duque la mayoría creía que el Gobierno sí sería capaz de devolverle las tierras a los campesinos desplazados por la violencia; ahora la mitad cree que si y la otra mitad que no. Es mayoritario quienes piensan que la reintegración de los desmovilizados ha empeorado desde el 2018 a hoy: ha habido un 26% o más que de manera estable desde el 2008 opina que empeora y otro tanto manifiesta que mejora. Por esas razones la mayoría lleva años diciendo que ningún lado cumplirá con lo pactado en los acuerdos -especialmente las FARC- y que la implementación del acuerdo de paz va por mal camino. También desde el 2011 la situación frente a la guerrilla, se considera que está empeorando. Sólo hubo un momento con la desmovilización de las FARC (2016-17) en que se creyó que estaba mejorando.

 


Si se quiere la paz, deben darse claros derechos a la participación política de la izquierda y de la derecha (…), pero los colombianos no nos ponemos de acuerdo sobre si existen garantías para hacer oposición democrática: en general 3 de cada 10 dicen que sí, y otros 3 sabemos que no.

 

En la próxima columna mD haremos una reflexión sobre estas cifras.

 

#Sinceramente con Julio César González, el caricaturista Matador, #Semáforo a las elecciones en Estados Unidos #Temadelmomento crisis de la agricultura en Colombia en

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2008/06/17

LA COCA:EN SINTESIS




Las canciones de la cocaína
Por: Alejandro Gaviria
CARLA BRUNI LANZÓ ESTA SEMANA un nuevo álbum, el tercero de su intrascendente carrera como cantante. La política y la farándula nunca habían estado tan extrañamente entremezcladas. Aparentemente la primera dama francesa no ha aceptado los dictados imperiosos de lo políticamente correcto.
Una de sus nuevas canciones menciona la abultada aritmética de sus amoríos y otra alude, como si nada, a la cocaína colombiana. Las protestas oficiales no se hicieron esperar. El canciller Fernando Araújo dijo, ante un puñado de periodistas de la política y de la farándula mezclados otra vez, que “en lugar de hacer la apología del consumo, nosotros esperamos que el mundo entero nos acompañe en la lucha contra las drogas”.
Pero el mundo entero está en otro cuento. La cocaína se ha convertido en un capricho de la clase media, en un aperitivo para amas de casa desesperadas y profesionales agobiados. En los años setenta, las canciones de la cocaína eran entonadas por los sacerdotes de la contracultura.
Grateful Dead, la banda más famosa de la época, instaba sin reservas al consumo del alcaloide: “no necesitas un avión… hay más de una forma de volar… pruébala, baby”. En los mismos años, Eric Clapton, casualmente uno de los tantos nombres en la abultada aritmética de la Bruni, repetía un corito pegajoso: “ella no miente, ella no miente… cocaína”.
Pero las cosas han cambiado. La cocaína ya no es un símbolo de rebeldía. Ya no es ni siquiera un capricho extravagante (“la cocaína es la forma como dios nos dice que estamos ganando mucha plata”, decía Robbie Williams). La cocaína se ha convertido en un vicio domesticado, en una forma de entretenimiento para la misma clase media que sigue con pasión las peripecias de la Bruni.
Hace unos días, el diario londinense Daily Telegraph reportó que en la capital inglesa las hospitalizaciones por sobredosis de cocaína se cuadriplicaron durante los últimos ocho años. El reporte citó a un conocido presentador de televisión, un consumidor declarado, quien dijo sin tapujos que la cocaína era la droga predilecta de la clase media de su país. En un especial periodístico de la BBC, publicado hace varios meses, una profesional asalariada confesó abiertamente sus hábitos cocainómanos: “he metido cocaína con casi todo el mundo en mi vida, con la familia, los amigos y los colegas, incluso con mis jefes”.
“Un día de enero dijo me sobró un poco de la noche anterior y la terminé en mi casa con mi esposo. Vino, un DVD y unas pocas rayas”. Una velada perfecta. Sólo faltó el CD de la Bruni. “La gente está tomando menos vino y consumiendo más cocaína”, dijo recientemente el jefe de la policía británica. No sólo en el Reino Unido, sino también en casi toda Europa.
En los Estados Unidos, la cocaína todavía no ha conquistado los bolsillos y las narices de la clase media. Pero ya lo hará. Mientras tanto, los habitantes de los suburbios están consumiendo cada vez más cafeína, convenientemente diluida en las famosas bebidas energizantes. La más fuerte de todas, con 280 miligramos de cafeína por botella, tiene un nombre familiar: “cocaína”. Las palabras del canciller colombiano, su discurso de Disneylandia, su visión infantil de como debería ser el mundo, contrastan con la realidad, con las cosas como son.
Dentro del orden económico mundial, Colombia se ha especializado en la estimulación y el entretenimiento sensorial de las clases medias del primer mundo, bien sea en la forma de cocaína, de cafeína o de ambas. Pero el Gobierno insiste en negar la realidad, en dispararle al mensajero, a una mujer que, querámoslo o no, encarna los gustos y las aspiraciones de las clases medias de medio mundo.